El Volapié

El hermanito de Leonor

Se deslució la entrega del ramo a la patrona porque cayeron chuzos de punta cuando sus padres se casaron y algo parecido sucedió durante el alumbramiento, lo cual vino muy bien en ambos casos pues es tanta la necesidad de agua que tenemos en España (con perdón) que esta bendición acuática se sumó a la alegría que Leonor trajo bajo el brazo, convirtiendo la jornada de esta natividad en el día más importante en la vida de sus padres y en un día crucial para otros muchos.
Leonor se las prometía muy felices, durmiendo plácidamente tan gordita y feliz. Su nacimiento colmó de felicidad a toda la familia, especialmente a su papá, a quien comenzó a caérsele la baba tan pronto como se repuso de la sorpresa que le supuso conocer el sexo de su recién nacida. Estos papás habían decidido no distinguir el sexo en las ecografías porque como este dato era de vital importancia prefirieron esperar hasta el parto, y cuando en cada revisión el ginecólogo posaba el ecógrafo tridimensional, a todo color y de tecnología digital, sobre los genitales del feto, los papás miraban para otra parte para mantener la intriga. ¡Oiga, que es verdad! Algunos vecinos resentidos y con mala lengua blasfemaban a toro pasado durante los días siguientes al parto y se atrevían a afirmar que de haber sido niño, a estos papás les hubiese faltado tiempo para cantarlo a los cuatro vientos. Porque en la familia de Leonor no es lo mismo ser niño que ser niña, y no lo digo porque la ropa interior sea distinta, ni porque la habitación del bebé sea rosa o azul.

¿De qué se sorprenden? En casa de Leonor es costumbre que si eres niño puedes optar al cargo de capitán o alférez y heredar el cortijo, pero si eres niña has de conformarte con presentarte para regidora, estudiar magisterio o como máximo presidir una fundación en función de tus capacidades, muy limitadas en algunos casos. Ana, mi buena amiga y feminista feroz cuya vida es un constante discurso y que ni siquiera dormida abandona su militancia, está también encantada. Otro atento lector me expresa sinceramente que cada recién nacido es una bendición para las familias, y los primeros momentos especialmente: La visita de los abuelitos, de los tíos y de las tías, de los primitos, los regalos, los parecidos razonables, los primeros reportajes fotográficos, el bautizo con Monseñor y agua del Jordán, las primeras navidades, la selección de las cuidadoras, ayas y amas de cría. ¡Qué mona! ¡Ha dicho papá!

Decía antes que la pequeña Leonor se las prometía muy felices. Era tanta la dicha que algunos parecían que se alimentasen de ella. Pero a los pocos meses los papás de Leonor le trajeron un hermanito y los celos se apoderaron de ella. ¡Qué se habrá creído este mocoso! ¡Llega el último y se pone el primero! Tranquila Leonor, no te sulfures –la consolaba su madre–. Pondré el caso en manos de la Oficina de la Mujer. El papá, que observaba la escena tras la puerta, irrumpió a trompicones en la sala empujado por el abuelo. ¡No seas gilipollas!, que te quedas sin chollo, que también tú tienes una hermana mayor, –el anciano se hallaba al borde del estado de fibrilación–. La verdad es que no se me va a ocurrir un buen final para esta chorrada de cuento. Al menos podemos celebrar que ZP nos prometió el oro y el moro, y coincidirán ustedes conmigo en que ya ha cumplido al menos la mitad de su promesa.

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