Apaga y vámonos

El hundimiento

Berlín, abril de 1945. La Alemania nazi está a punto de caer. Una encarnizada batalla se libra en las calles de la capital. Hitler y su círculo de confianza se han atrincherado en el búnker del Führer. En el exterior, la situación se recrudece. A pesar de que Berlín ya no puede resistir más, el Führer se niega a abandonar la ciudad y prepara su despedida. Horas antes de suicidarse juntos, él y Eva Braun contraen matrimonio. Muchos otros optan por el suicidio. Magda Goebbels envenena a sus seis hijos y seguidamente su esposo y ella se quitan la vida…
Salvando las insalvables distancias –que nadie busque comparaciones donde yo no pretendo hacerlas– entre el régimen del terror nazi y la presente legislatura en el Consistorio villenense, la magnífica película de Olivier Hirschbiegel bien podría servir para retratar lo que se debe estar viviendo estos días en el despacho de Alcaldía de nuestro ayuntamiento, un “búnker” custodiado por la guardia pretoriana de Celia Lledó en el que cada vez se hace menos caso a las voces sensatas que llegan desde el exterior, donde cada vez quiere entrar menos gente y en el que las malas noticias se van acumulando día tras día, hasta el punto de parecer que las últimas andanadas –declaraciones de Adela Serra primero, de Virtu Amorós después, la renuncia a sus delegaciones de Juan Richart…– están perfectamente coordinadas para proceder a la voladura controlada de la mayoría absoluta más espectacular que ha conocido nuestra ciudad, porque de no ser así no se entiende lo surrealista de la situación.

Concejales como Juanjo Torres o Virtudes Gras, descontentos con ciertas actuaciones del tripartito, actuaron como se debe actuar en estos casos: renunciando a su acta y marchándose a casa. Ahora, en cambio, hay quien se aferra a su acta no se sabe muy bien por qué, quien vaga como alma en pena por los pasillos municipales contando sus innumerables desdichas para incredulidad del oyente. Si no quieres estar, te vas, porque Villena no necesita lloros en su ayuntamiento, necesita trabajo, trabajo y más trabajo, y quien no esté dispuesto a hacerlo, sobra.

Celia no sólo tiene enfrente a la oposición y a los miles de ciudadanos que ésta representa. Ahora también tiene en su contra una parte muy representativa de su propio partido, de su propio equipo, el mismo que ella presentó en el Patio Festero diciendo que eran lo mejor de cada casa, y que en cambio se han tornado en los peores embajadores que alguien puede tener, porque ser criticado por tu rival político entra dentro de lo normal, pero que hablen mal de ti los tuyos –tanto a nivel profesional como personal– entre sus familiares y amigos, en la panadería y en el restaurante, multiplica hasta el infinito el desgaste y acelera un hundimiento al que no son ajenos ni los mayores incondicionales de la alcaldesa, entre quienes hay personas con la moral por los suelos y dejando caer a todo aquel que quiera escucharles que en qué mala hora apostaron por entrar en política…

Mientras tanto, parece cada día más complicado recibir el inesperado y salvador auxilio del Estado Mayor Valenciano, al frente del cual se encuentran el Comandante Camps y el Teniente Ricardo Costa, que si bien intentaron terciar en verano y consiguieron forzar un acuerdo de mínimos entre las dos facciones del PP villenero, ahora parece que bastante tienen con sus trajes, sus Gürtels, sus Bigotes y Correas, sus facturas en “B”, la extraña financiación de su partido, sus comisiones y todo aquello que todo el mundo, excepto el juez amigo De la Rua, ve blanco y en botella.

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