El indiferente
Con su permiso, señor Leal, y si el tiempo no lo impide, he titulado el presente Volapié como me ha parecido más adecuado, tal y como he hecho, como hago, con todo lo que escribo para este periódico. Ya sabemos aquello de que a los amigos se le da hasta el culo. A los de verdad quiero decir. Que a los enemigos hay que darles por el ídem y que a los indiferentes basta con aplicarles la legislación vigente si procede, que no es el caso.
Señor Leal, usted es el ejemplo claro de lo que yo entiendo por persona que me resulta indiferente. Si le ocurriese alguna desgracia, y yo lo supiera, me quedaría tan fresco aunque no le oculto que lo sentiría levemente. Si me cuentan que ha tenido la suerte de cara y que ésta le ha regalado con lo mejor del mundo también me quedaría tibio, aunque de igual modo me alegraría una décima. Muy poco, a pesar de los elogios con los que usted me obsequia y que a buen seguro merezco. Si usted así lo quiere, verá que el rencor no se encuentra entre mis virtudes.
Como comprobará al pasar por debajo de su arco de triunfo, el mugriento guante con el que me abofeteó hace unos días continúa en el mismo lugar donde usted lo tiró. No tengo intención de recogerlo. Sin embargo, yo también poseo grandes amigos, quienes me han abrumado al reconfortarme con su apoyo. Unos reclamaban para ellos el turno de réplica. Otros querían concursar, empleando su retador guante como proyectil para ver quien lograba borrar su saludable y enigmático cigarro sin rozarle ni siquiera la mejilla. Nada de eso. Mis cándidos amigos todavía no saben con quién se están jugando los cuartos. Los nuevos progres se están haciendo los amos y no permiten que nadie les enmiende la plana aunque el replicante tan sólo pretenda que quede clara la diferencia entre una mentira y una verdad.
¿Con qué justificación se atreve usted a indicarme sobre qué temas tengo o no tengo que opinar? ¿Quién se ha creído? Le sugiero que asuma, señor Leal, que no todos pertenecemos a su hábitat y que las opiniones se aceptan, se discuten o se llevan a un término medio, pero las mentiras y los testimonios falsos no se deben tolerar.
A usted, a ustedes, les hubiera complacido mi silencio ante la grave acusación que vertieron en mi contra desde una columna de este querido periódico. Eso es lo que les hubiese satisfecho y usted no me habría insultado si tal mentira hubiera quedado perpetuada como verdad, ¿verdad Leal? Por el contrario, la hemeroteca puede aclarar muchas cosas al confuso hipotético lector. Incluso mi contundencia verbal, que no la niego.
El director de este medio fue muy amable al invitarme a participar. Elijo los temas de debate en función de una serie de parámetros y criterios que usted no merece que le explique, y situaciones como la que venimos planteando cambian radicalmente la posición que había al comienzo. Usted camina muy bien respaldado, al igual que sabe respaldar estupendamente, tiene un futuro prometedor y, en cambio, yo soy hoja caduca y disidente que no pasará de este otoño. Sólo me faltaba que alguien, y precisamente de dentro del periódico, me dijera sobre lo que debo o no debo escribir.
Con el debido respeto a la indiferencia que usted me causa como individuo, tenga claro que continuaré expresándome como mejor considere. ¡Y me llaman ustedes de amigo y resulta que soy yo el cínico!
Ya no les espero y le deseo, con sinceridad, una indiferente existencia.