El Ordenanza

El olor de sus camisas

El Ordenanza. Capítulo 240

Escena 1

  • ¡Muy buenas, Margarita! ¿Dónde va usted tan ligera?

  • ¡Avelino! ¡No te había visto! Iba pensando en mis cosas y…

  • ¡No se preocupe, mujer! Es normal.

  • Voy casa de mi hijo, el pequeño. Hoy como con ellos.

  • ¡Eso está muy bien!

  • ¡Pues no creas que tengo mucha gana! Hoy hace un año que me falta mi Arcadio y no tengo el ánimo para comidas.

  • ¡Con más motivo, Margarita! ¡Así no lo pasa sola!

  • No estoy sola, lo tengo a él… por toda la casa. Le hablo, aunque no me responda. A veces hasta incluso discutimos. Cada noche me acuesto y hago como si le echara la pierna por encima, como a él le gustaba que durmiésemos… ¡Ay, Avelino! ¡Cuánto le echo de menos!

  • Es normal que lo extrañe. Fueron muchos años juntos.

  • No nos separamos nunca y, ahora… un año sin poder despertar a su lado, sin frotar su espalda en la ducha, sin cortarle el pelo, sin afeitarlo… porque yo se lo hacía todo. A él le gustaba así, que lo cuidara y lo mimase. Que lo llevase siempre hecho un pincel. Ahora no me encuentro. Me siento como torpe. Insegura.

  • ¿Sabe, Margarita? Se me acaba de ocurrir una idea. Le acompaño a casa de su hijo.

Escena 2

  • ¡Buenas, mamá! ¡Avelino! ¡Qué sorpresa!

  • Buenos días, don David. Me encontré a su madre por la calle y, dado que su casa me pillaba de camino, me he permitido acompañarla hasta aquí.

  • Os he traído unas cosicas. Mételas en el frigo, que no se estropeen.

  • ¿Uva? ¿Has traído uva?

  • ¡Y cerezas! ¡Con lo que me gustan las cerezas, Marga!

  • ¡Pero mamá! ¿No te dije que no hacía falta traer nada?

  • ¿Y cómo voy a venir con las manos vacías, hijo?

  • ¡Pero pasad y sentaos! ¿Os apetece una picaeta?

  • Yo casi que no, que luego no como.

  • Bueno, comeremos sobre las dos y son las doce. En dos horas el estómago lo tiene en los pies. ¿Le apetece tomar algo, Avelino?

  • No, gracias, Mimi. Solo pasaba a saludar.

  • ¿Y se va a ir usted sin tomarse un vino?

  • Le estoy muy agradecido, pero he de marchar.

  • Como quiera, Avelino.

  • Don David, si me permite, se me ha ocurrido una idea para el capítulo.

  • Cuente, cuente. Todo aporte es bueno, ya lo sabe.

  • ¿Todavía cree que en El Ordenanza todo es posible?

Escena 3

  • ¡Serrana!

  • ¡Arcadio!

  • ¡Qué guapa estás! ¡No sé qué haces que siempre estás radiante!

  • ¡Ay, Arcadio! ¿Cómo vamos a estar guapos con los años que tenemos?

  • Por ti no pasan los años, Marga.

  • ¿Y los nenes, cómo están?

  • ¿Los nenes? Los nenes bien. Los biznietos están pa comérselos y, los nietos, están hermosísimos. El Víctor está precioso y el Álvaro… se está haciendo un hombre. La Celia en Madrid y la Sara, con esos tres demonios que tiene, feliz. Y nuestros cuatro hijos… el Arca, con 60 años en el camión, sin parar…

  • No te preocupes, Margarita: yo voy a cuidar siempre de él. ¿Y la Mari?

  • Ya sabes cómo es: ¡un rayo! Ahora se ha comprado un coche. Trabajando sin parar. El Javi está aprendiendo inglés. ¡Lo tenías que oír hablar! Hay unos vecinos extranjeros en el campo de sus suegros y, de vez en cuando, se va a hablar con ellos.

  • ¿Y el David?

  • Ha escrito un libro de poemas. En eso ha salido a ti. A ver si los vende todos.

  • ¿Y tú? ¿Cómo estás tú?

  • ¿Yo? Bien. Esperando a que me lleves contigo.

  • ¡No digas tonterías, Marga! Tienes que durar como tu madre y cuidar de la familia.

  • ¡Es muy triste estar sin ti, Arcadio! No sé de dónde me pueden salir tantas lágrimas.

  • Llorar está bien, pero es mejor que sonrías.

  • ¿Cómo voy a sonreír?

  • No sé, Marga. Hemos sido felices y hemos de seguir siéndolo.

  • … Pero tú estás…

  • Contigo. Estoy contigo, aunque no me puedas ver. Aunque no sientas mis abrazos o mis besos, lo hago. No te he dejado sola ni un segundo, aunque mis camisas, en el armario, hayan perdido mi olor por la falta de uso. Todas las tardes me siento en mi sillón a verte coser, como siempre. A veces te leo mientras lo haces. Cada noche rezo contigo y te arropo. No pasa un minuto sin que te siga amando. Así paso el tiempo aquí, en la nada. Así aguardo el día en que volvamos a estar juntos, aunque espero que, para eso falte mucho. Tienes que ser fuerte, Margarita. Ahora todo depende de tu paciencia. Debes vivir por los dos. Cuidar de la familia por los dos. Cuidar de nuestros hijos, de nuestros nietos, de todos… pero, sobre todo, tienes que cuidar de ti. No dejes que la pena te ahogue. Sé fuerte, cariño.

  • Lo seré, aunque no es nada fácil.

  • Nuestra vida nunca fue fácil.

  • Pero nos teníamos el uno al otro…

  • Nos seguimos teniendo, pero de otra manera.

  • Ahora tengo que irme.

  • ¡No te vayas!

  • Marga, por favor, sonríe siempre.

  • No te prometo nada.

  • Te amo.

  • Y yo a ti.

  • Siempre.

  • Siempre.

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