El Ordenanza

El Ordenanza. Capítulo 1

Escena 1

El edificio del Ayuntamiento de la localidad data del siglo XVI. De estilo florentino, alza su rigor geométrico y su horizontalidad severa en la esquina sur de la plaza. Posee, en su portada, el blasón de la ciudad sostenido por dos tenantes. En la parte izquierda, una ventana de estilo barroco, de principios del XVIII, rompe con la simplicidad de la fachada principal, en la que un magnífico reloj de sol compite con una placa en memoria de los caídos en la Guerra de Cuba.

El inmueble fue residencia de campaña del mariscal Suchet, par de Francia, en la Guerra de la Independencia y utilizado como cárcel en la Guerra Civil. No falta quien diga que albergó la sede de la capital de la Segunda República en sus últimos días, aunque, en esas semanas de la contienda (la ciudad fue definitivamente tomada el 29 de marzo), la situación política del municipio estaba adormecida.

En su interior, un patio de dos alturas, rodeado de columnas toscanas, que soportan unos espléndidos arcos arpanales, reparte la entrada a los diferentes dependencias municipales. En una de ellas, entra un hombre corpulento, calvo y sudoroso. Lleva un pañuelo en la mano y enjuga el sudor de su frente de manera recurrente. Está visiblemente nervioso. Aunque parece mayor, no tiene más de 55 años. Busca a Avelino. Al encontrarlo, habla atropelladamente, sin dar opción a réplica:

–Avelino, ¿dónde se había metido usté? ¿Está todo listo? ¿Han llegado ya los de la tele local y los periódicos? ¿Y los de la radio? ¡Madre mía! ¡Ya están todos aquí! –Se asoma por la ventana–. ¡Y qué calor! ¡Mire, Avelino! ¡Acaba de llegar el coche de la señora Moltó! ¿Sabe usté algo del alcalde? ¿Ha llegado ya? –Se le queda mirando un breve instante–. ¡Empezamos bien la legislatura!

Avelino, que perfectamente compuesto con un traje inglés gris marengo ha soportado con paciencia la frenética perorata del angustiado concejal, hace una mueca educada y responde con seguridad tranquila:

–Todo está bien, señor López. Iré inmediatamente a avisar al señor alcalde.

Y sale de la estancia como si la cosa no fuera con él.

 

Escena 2

Un retrato “king size” del Jefe del Estado preside el Salón de Plenos del Ayuntamiento. La expectación es palpable entre los numerosos vecinos, que han ido llenando el aforo de la estancia mientras se constituía la Mesa de Edad y los primeros concejales juraban o prometían sus cargos.

Sobre la mesa, apenas un folio y un ejemplar de la Constitución. No hay símbolos religiosos, lo que ha suscitado algunas críticas puntuales. Los medios de comunicación presentes dan cumplida cuenta de lo que acontece en el precioso salón (los humanos tenemos la costumbre de creer que siempre andamos haciendo historia, aunque sepamos que el 12 a 1 contra Malta pudo estar amañado). Hace calor. Demasiado.

Una vez jurados (o prometidos) todos los concejales, se procede a la votación secreta para la elección de Alcalde de la ciudad. Nadie espera sorpresas. No las hay.

–Prometo, por mi conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones del cargo de Alcalde, con lealtad al Rey, y de guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, el Estatuto de Autonomía de nuestra Comunidad Autónoma y las leyes.

El pleno ha terminado y los asistentes charlan, democráticamente, de la solemnidad del acto y de lo nerviosos y emocionados que estaban todos. En una esquina de la sala, Avelino permanece atento, sobrio. La Primera Autoridad del municipio se aproxima a él y, estrechándole la mano, le mira y le sonríe:

–¿Sabe, Avelino? Esto le va a parecer una tontería pero, hace un rato, mientras prometía lealtad al Rey y eso, no dejaba de pensar en Elvis Presley

 

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