De recuerdos y lunas

El pasado

Los que estamos acostumbrados a leer el pasado sabemos que el aparente orden de los hechos y de las cosas sólo es la mayoría de las veces nada más que eso: orden aparente. Es una de las tareas del historiador: La de poner orden al caos de simultaneidades de como se suceden las cosas. Es por esto por lo que, leyendo libros de Historia, tenemos la impresión de que en el pasado todo o casi todo tenía un orden, un fin proyectado y una intención premeditada. Bien sabemos, los que acostumbramos al estudio de lo pretérito desde las fuentes matrices que no es así, pero al público se lo parece. Como para algunos parece que desde sus orígenes la Humanidad dibuja en la gráfica del tiempo una recta ascendente. Sin altibajos. Creciendo. A mejor.

La realidad no es así. La realidad, como hemos dicho, es más desordenada y caprichosa. Y plena de sincronías imposibles de contar del mismo modo que sucedieron. Lo de la dificultad de narrar sincronías me suena habérselo leído a Saramago. No sé si en "La balsa de piedra". Habrá que repasar las notas de lectura. También la realidad es más caprichosa de lo que aparentemente parece cuando la ordenamos para la Historia, más caprichosa porque esa realidad está salpicada de narices de Cleopatra. Los que queremos ser historiadores nos referimos a la nariz de Cleopatra como ejemplo de factor antojadizo que determinó la Historia. La tradición dice que Marco Antonio se prendó de la reina de Egipto atraído por la nariz de ésta. Y que enamorado Marco Antonio de esa nariz, la historia ya fue lo que fue pudiendo haber sido otra cosa. En la Universidad tuve un compañero que sospechaba que el enamoramiento del romano vendría provocado por otro u otros miembros. De cualquier modo, nariz o... Lo que sea, lo de Cleopatra viene a decirnos que no siempre en Historia, para comprender el motivo de por qué sucedieron las cosas, hay que recurrir a las socioeconomías y políticas, a esas cosas que tanto han entretenido a los historiadores marxistas.

Tampoco, pese que hay mucho personal que así lo percibe, la evolución no es siempre progresiva sino, en ocasiones, regresiva. Respecto a la evolución, en el simpático libro de Olivier Clerc, "La rana que no sabía que estaba hervida" (Maeva ediciones, 2008), se nos recuerda que la Historia, más que línea evolutiva es espiral. Caracol con sus días y noches, veranos e inviernos, construcción y destrucción, auge y decadencia, conflictos y paz, inspirar y expirar...

A veces decimos "progresivamente" cuando deberíamos decir "paulatinamente". Espiral o sierra, bucles o rectas ascendentes o descendentes, la Historia –esto sí que lo tenemos claro– no es esa Historia tutto avanti que sentían, hijos de la Revolución Industrial, quienes cataron las primeras mieles de lo que vinieron a llamar y sentir Progreso. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, puso con sus barbaridades mucho amargor en los optimismos humanistas de los hombres positivistas al descubrirnos capaces también de lo peor. Y aún con más saña. Si nuestra productividad para construir se había multiplicado y seguiría multiplicándose gracias a la mecanización y a los nuevos sistemas de producción como el fordismo y el taylorismo, también se multiplicó nuestra productividad para destruir. Ametralladoras, lanzallamas, gases venenosos, submarinos, tanques, aviones... sirvieron para la hecatombe.

El pasado, lo pasado, ni es tan ordenado como aparentemente nos parece en los libros de Historia, ni siquiera mejor o peor que el porvenir. El porvenir puede que sea miseria, puede que sea riqueza. Sólo espero que sea todo lo bueno que queramos que sea. Aunque sea por narices.

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