El Ordenanza

El perfume

El Ordenanza. Capítulo 102

Escena 1

Mucho antes de que Hércules venciera a Gerión en singular combate cerca de Cádiz, nuestra península poseía ya su propio olor. Este pedazo de tierra que llamamos país, tiene un sinfín de aromas repartidos en una paleta tan amplia como la RGB.

Estará de acuerdo conmigo en que esta peculiaridad, nos viene de largo. Creo haber oído que, en la Reconquista (no voy a entrar en si el término es apropiado o si, tras ocho siglos de asentamiento y convivencia fue, realmente, una conquista en toda regla), los mahometanos echaban pestes de los cristianos por, justamente, la poca lavanda que se olfateaba entre las huestes de la Cruz.

Tranquilícese, no me voy a poner pantanoso: tan solo recuerde a la Victoria Beckham esa que, parece ser, comía muy poca chicha y, por supuesto, sin ajo-aceite. Un ejemplo a seguir, la chica picante.

Ahora que lo pienso, no sé qué fue de sus huesos. Da igual.

Suénese bien la nariz, agudice sus pituitarias amarillas y disfrute del perfume.

Escena 2

  • Según su etimología, la palabra “olfato” proviene de “olfactus”, participio del verbo latino “olfacere”, asociado con la raíz indoeuropea “*od-”. El olfato es uno de los cinco sentidos y nos permite, mediante un complicado mecanismo fisiológico, percibir olores. Todo empieza cuando el aire, acompañado de moléculas, entra en los orificios nasales. Dentro de ellos, existen tres cornetes y una membrana, la pituitaria, que está encargada de calentar el aire que deberá llegar a los pulmones. En la citada membrana se encuentran los receptores olfativos, que llevan las sustancias químicas al bulbo olfativo y al cerebro, mediante las fibras nerviosas, para identificar el olor descubierto. Fascinante, ¿verdad?
  • Impresionante, sí. ¿Quién ha dejado entrar a este tío?

Escena 3

  • ¡Qué bien huele! ¿Qué estás cocinando, Aurora?
  • Habitas con gambas, calamares y mejillones. Es una salsa que lleva pimiento rojo y verde, cebolla tierna, zanahoria, tomate, pimienta negra y un chorrito de vino tinto.
  • ¡Este aroma le abre el apetito a cualquiera!
  • Gracias, Avelino. ¿Quieres ducharte mientras se termina el guiso?
  • Sí, cariño. Hoy ha hecho demasiado calor y necesito darme un agua rápidamente.
  • He comprado un gel nuevo, sin perfume ni parabenos.
  • Me parece muy bien. Al fin y al cabo, el olor a limpio no debería oler.

Escena 4

  • Desde la oposición, queremos saber por qué el ecopunto de nuestra ciudad lleva, al menos, dos años cerrado al público. Esto ha provocado que proliferen los vertederos clandestinos, que atentan contra la salubridad en nuestra zona. ¿Cómo pretende, señor Alcañiz, concienciar a la población de la necesidad de reciclar los desperdicios si, éste servicio, se ha visto mermado hasta su extinción?¿ Cree que es demasiado pedir que se exija el buen funcionamiento de la gestión de basuras?¿Cree usted que, nuestros ciudadanos no merecen todas las facilidades para que, nuestra población, sea un ejemplo de limpieza? Gracias.
  • Por alusiones, tiene la palabra el señor teniente de alcalde.
  • Señor Acevedo, tras el negocio que hicieron ustedes con la empresa que gestiona (o desgestiona) el ecoparque, blindando prácticamente sus acciones, estamos atados de pies y manos. Si por mí fuera, acababa con sus irregularidades alejándolos del término de nuestra ciudad.
  • Sus argumentos huelen a ineficacia.
  • Y la frialdad de su partido a corruptela, señor Acevedo.
  • ¡Orden, señores! Esto es un Pleno del Ayuntamiento, no un patio de colegio.
  • ¡Ha empezado él!
  • ¡Pero porque él me anda picando siempre!

Escena 5

  • Buenas tardes, Juan Bautista.
  • Buenas tardes, alcalde.
  • Parece que hoy no vaya a correr la brisa en todo el día.
  • Ya se sabe: los primeros calores son los más sofocantes.
  • Al menos, ahora tenemos un poco más de libertad al suavizarse el uso de las mascarillas, aunque veo que tú sigues llevándola, amigo.
  • Es que, desde que me vacunaron, estoy más sensible con los olores…
  • Pues no lo debes estar pasando nada bien en la pescadería…
  • Ni en la pescadería ni en ningún sitio. Al principio era una sensación sorprendente e, incluso, agradable. Podía distinguir un mero de un rape con solo acercar mi nariz pero, pronto se convirtió en algo molesto: los olores se entremezclan en mis fosas nasales. Las aguas de colonia que se utilizan para ocultar la falta de agua, se han convertido en un verdadero suplicio, aunque lo peor… lo peor es el profundo pestazo que hace de esta ciudad un lugar inhabitable para mí.
  • Es tiempo de fertilizar, Juan Bautista…
  • Ojalá fuera eso solamente, amigo. En esta ciudad, como diría Suskind, reina un hedor apenas concebible. Las calles apestan a estiércol y a vertedero de productos químicos altamente nocivos para el medio ambiente; los jardines atufan a orina post-botellón; las cocinas, a galletitas de jengibre caseras publicadas en redes sociales; las mascarillas ocultan la alitosis de sus dueños, que han descuidado durante meses su higiene dental; los dormitorios, a sábanas sudadas y al penetrante olor dulzón de los aseos sin ventilación. Los ascensores, hieden a falta de jabón y exceso de ambientador. Los teléfonos móviles apestan a manos mal desinfectadas con gel hidroalcohólico barato, a tabaco y a saliva putrefacta. Las personas propagan su fuerte olor a miedo, insolidaridad, olvido, cotilleo y falta de respeto… pero…  el peor perfume que desprenden es el de la indiferencia.
  • ¿Has pensado en unas vacaciones?
  • Deberías ir pensándolo, ¿sabes?
  • … ya…

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