Escena 1
Si para los niños de nuestra ciudad existe una noche mágica, sin duda es la Noche de Reyes. La ilusión de los pequeños hace que los mayores andemos inquietos, preocupados, esquivos. Se nota a la legua que mentimos pero, no obstante, seguimos con la tradición de postergar el momento en el que, por doloroso que sea, un niño (o una niña, que tenéis la mecha corta) descubre que las cosas no son como cree.
Así, el enredo llega a involucrar a toda la sociedad en sus distintos estamentos y el municipio tiene que asumir el gasto de una cabalgata, con el consiguiente entuerto de calles cortadas, policías haciendo horas extra, una iluminación no acorde con los sanos límites que acotan el cambio climático y un largo etcétera, que se puede resumir en un par de conceptos: la total aceptación de una costumbre de raíces religiosas en un estado laico que, además, sirve de sostén a una mentira innecesariamente absurda, pero se hace.
A pesar de ser dos de enero, el ritmo en la Casa Consistorial es elevado debido a los numerosos festivos de las fechas navideñas. El alcalde rebusca en sus bolsillos hasta dar con la llave adecuada para poder acceder a la alcaldía, difícil cometido cuando se llevan ambas manos ocupadas con una pila de carpetas. En tres días, ese despacho deberá estar perfectamente ordenado para la recepción de SS.MM. los Reyes Magos de Oriente y, en estos momentos, está hecho una leonera. El primer edil se va a tener que emplear a fondo para deshacer esa montaña de documentos que tiene encima de la mesa, así que se pone a la tarea.
Unos golpes en la puerta piden permiso para que su percutor la traspase y le es concedido: es Avelino con un sobre que deposita en el escritorio de la primera autoridad. Es un sobre blanco, con el logotipo verde de ITER, el partido ultraderechista tristemente de moda. El alcalde lo recoge, lo abre, extrae su contenido (un folio con grandes letras en arial) y no da crédito a lo que leen sus ojos.
–“Ni un negro en nuestras celebraciones y tradiciones. Desde ITER reclamamos que la tradición vuelva a nosotros tal y como fue en un principio, como en el Auto de los Reyes Magos de la Catedral de Toledo, donde no se especifica que la etnia del personaje bíblico fuese africana y EXIGIMOS que así se haga en la Cabalgata de Reyes 2020 en nuestra ciudad. Ya es hora de que Baltasar vuelva a pertenecer a nuestra raza”.
–¿Qué broma es esta?
–Según me ha informado Santiago, está organizándose una quedada de simpatizantes de ultraderecha para reventar la cabalgata si el Rey Negro no deja de serlo.
–¡Madre mía! ¡Si esas cabecicas se utilizasen para hacer diccionarios! ¡O amplis de guitarra!
Escena 2
El equipo de gobierno de nuestra ciudad está reunido para intentar abordar y solucionar el problema que supone que el partido ultraconservador quiera retroceder ocho siglos en algo tan superfluo como un color de piel.
–Nos enfrentamos a la amenaza más estúpida que pueda darse en un municipio: amenazas racistas sin ningún tipo de fundamento ni sentido.
–Sí, pero de momento han conseguido que Fernando se haya acojonado y no quiera ser Baltasar en la cabalgata.
–Estos tipos son de traca mora...
–Hay tres problemas que se deben tener en cuenta: elegir un nuevo Baltasar, controlar y disolver la quedada clandestina de los grupos neonazis y, por último, proteger al nuevo Rey Mago de posibles ataques xenófobos.
–Estos elementos está muy colgaos.
–Pues sí.
–Por cierto, ¿habéis pensado en alguien para ejercer de Baltasar?
Escena 3
–¿Cómo me puedo haber dejado convencer así?
–Vamos, Avelino, no se queje. Piense en la sonrisa de los niños de la ciudad... y empiece a vestirse, que la maquilladora está esperándole.
–No me meta prisa, señor Alcalde, que bastante nervioso estoy ya.
–Ánimo, va a ser una experiencia inolvidable.
–Eso espero.
Escena 4
Desde lo alto de una carroza que emula una gigantesca cabeza de elefante (unos tres metros, palmo arriba o abajo), Avelino puede contemplar la avenida entera. La eterna mezcla de los temas musicales de las películas de una factoría de animación, la emoción de los niños que esperan la llegada de sus regalos, la de los padres al ver embelesados a sus pequeños, el frío de los primeros días de enero y la iluminación navideña hacen que se sienta cómodo. Mientras arroja puñados de caramelos a los benjamines de la ciudad, piensa en que la inocencia no debería morir nunca en ellos.
En el flanco derecho, allí donde, hace unos años, se repintaba una bandera nacional cada 20 de noviembre, unos rapaces con flequillos, parcas y pantalones tobilleros de buena marca se limitan a levantar sus brazos y gritar anticuados himnos y consignas violentas, pero él sólo acierta a lanzarles unos cuantos caramelos porque, esta noche, él no se siente él. Es como si su personaje estuviera por encima de creencias, razas y poses. Los mismos padres, madres y demás asistentes se encargan de que los exaltados se sientan en minoría y huyan con el rabo entre las piernas.
Y así, la cabalgata discurre con toda la emoción y la normalidad que merecen nuestros retoños. Nada puede turbar la noche más maravillosa del año: aquella en que nos convertimos en reyes ficticios solamente para poder recordar la sonrisa en sus ojos.
Querido lector, ¿cree que los adultos hacemos todo este paripé por tradición o credo religioso? Hay algo mucho más importante y profundo que las razas y todos esos prejuicios que nos embuten la ignorancia y los complejos: la MAGIA.
A estas alturas, entenderán que, si un día al año tenemos un rey negro, es bastante normal que les proponga para esta ocasión (y como es habitual al final de cada capítulo) un poco de real desmelene, esta vez indo-canadiense, por aquello de la diversidad racial. Feliz Noche de Reyes.