El salesiano que nos calmaba en las tormentas
Donde esté, don Jerónimo Lloret seguirá rezando por nosotros, como siempre lo hizo
Disculpen los lectores la inmodestia o petulancia de las autocitas que recuperamos, pero cuando supimos de la muerte de don Jerónimo Lloret Lloret, salesiano de don Bosco, se nos reeditó una de las imágenes que hace años glosamos en EPdV cuando De recuerdos y lunas.
La imagen que recordamos es ésta: "(…) es en clase. Suenan los truenos de la tormenta. Es ciertamente como si el cielo se resquebrajara. Alguien se santigua. Aumenta la penumbra. Somos pequeños y se respira húmedo el desasosiego. Don Jerónimo calma la inquietud colegial explicándonos por qué los meteoros y enseñándonos a calcular la distancia del centro de la tempestad. ¡Ya pueden encender el cielo los relámpagos, ya pueden sonar tremendos los truenos que nuestra atención está en las explicaciones del maestro! Han sido bálsamo como magia".
No será la única vez que traigamos la memoria de don Jerónimo en nuestros escritos. También en una de nuestras Cita con las citas, citando a don Bosco, cargábamos sobre don Jerónimo la responsabilidad de agradecer a todos los salesianos lo mucho que, dedicándonos a la Educación, trabajando con jóvenes, les debía. Que sea don Jerónimo Lloret –decíamos– "quien por mi parte cargue con el honor que le debo a todos los Salesianos de don Bosco que he conocido. Sus fuerzas han sido y son mis fuerzas. Y deseo que transmita a todos mi agradecimiento. A quienes aún viven entregándose día a día a la juventud y a quienes nos faltan, velando por nosotros desde el cielo".
El veintitrés de agosto, miércoles, fallecía don Jerónimo Lloret. Nacido en Alcoy el veintisiete de abril de 1929, tenía noventa y cuatro años. Como salesiano vivió en Villena, primero entre 1963 y 1972 y posteriormente entre 2005 y 2022, retirándose a la Casa de Salud de los Salesianos en El Campello.
De su primera estancia en Villena, siendo alumno suyo, lo disfrutamos como maestro y sacerdote, dejando en mi familia mucha huella imborrable. Coincidiendo su onomástica con nuestro cumpleaños cruzamos durante años cartas. Y más cuando marchó a otros destinos: Ibi, La Almunia de Doña Godina, Albacete, Elche y Villena nuevamente; cerrando siempre sus misivas con un "rezo por vosotros" o "rezo por vuestra familia", colofón benefactor que en muchos momentos he estimado. Especialmente cuando he sentido debilitarse mi débil fe.
Entre aquellas cartas recuerdo una que le emocionó al contarle, cuando nos trasladamos a Orihuela, la presencia salesiana en la ciudad. Donde sin haber casa salesiana, lo salesiano está presente gracias al Oratorio Festivo. Obra mimada por el padre Roda, don Antonio Roda López, abonando la semilla que había sembrado en la capital de la Vega Baja el sacerdote don Juan Torres Silva, a la sazón antiguo alumno salesiano de Jerez.
Cuando subo al seminario de Orihuela –el Colegio Diocesano Oratorio Festivo de San Miguel está al principio de la cuesta– aprecio la presencia de María Auxiliadora, como cuando desfila la Banda Auxilium, la del Oratorio, donde mis amigos de la familia Beneytez Soriano tanto dan y han dado.
Ahora, subiendo y bajando al seminario, faltándonos don Jerónimo, me acordaré más de él. Porque ha sido un magnífico ejemplo de salesiano y como buen salesiano buen maestro. También buen sacerdote. Por ello lloramos su muerte. Sé que donde esté seguirá rezando por nosotros, como siempre lo hizo; pero ahora con motivo de su fallecimiento nos ha tocado rezar por él. Acójalo Dios en su seno, auxílielo si lo necesitara María Auxiliadora, téngalo Domingo Savio como excelente remedo de don Bosco y don Bosco como salesiano ejemplar. Y nosotros… Nosotros nunca dejemos de agradecerle sus enseñanzas. Recordándolo truene o no truene.
Bonita carta de despedida.
¿Un jubilado o un jubilado parcial? ¿Ahora vas de anónimo?
Preciosa despedida dedicada a este salesiano y amigo.
Le recuerdo cuando, teniendo yo unos diez años, acompañaba a mis hemanos al patio del Colegio Salesiano de Villena (siempre abierto para quien quisiers cobijarse o jugar en él).
Solía decirme: ya ha venido la princesita.
Hay que recordar ar que entonces no había alumnado femenino allí.
Llevsndo su sotana lo mismo jugaba a fútbol, a baloncesto, a frontón o al escondite. Inolvidable.
Aún recuerdo nuestra animada conversación en mi nueva casa un día que le invité a comer.
Siguió llamándome «princesita» porque, dijo delante de mis hijos, yo siempre lo sería para el.
Adiós a este buen salesiano, docente y persona.
Gracias por haber formado parte de nuestras vidas.