De recuerdos y lunas

En capilla

José Luis Barrachina Susarte que en los comienzos de EPdV era vecino mío bajo el pseudónimo de Paco Gracián con una columna comúnmente oportuna titulada "El volapié" me ha organizado una tarde de toros para la semana que viene. O mejor, un día de toros, porque me dice en su amable invitación, recordándome "Fiesta" de Hemingway, que lo previo a la corrida es tan importante como la corrida, tanto para el torero como para el buen aficionado. Esto me trae a mi padre que efectivamente, más allá del "a las cinco de la tarde", hacía rito de otras tradiciones alrededor de la lidia.

Conseguidas las entradas, lo primero, como me dice José Luis, exige visitar los toriles para ver el apartado, sorteo y enchiqueramiento de los toros. Como en sueños me veo acompañando a mi padre en Villena a esos toriles que ya no son y no sé si serán. Luego, el aperitivo. El aperitivo también forma parte de lo previo. Algún vino o cerveza y alguna tapa intuyendo, visto el ganado y el cartel, las posibilidades de disfrutar o sufrir. En verdad, todo es aperitivo para este "banquete" que es la tauromaquia por la que mi padre sintió mucha afición.

La jornada de fiesta y amistad que por gentileza de José Luis espero con placer y que podrá ser en lo antecedente todo lo larga que me permitan mis obligaciones de ese día, estaba pendiente desde el año pasado. Pero el año pasado, precisamente las obligaciones mandaron y no pudo ser. Para un profesor son malas fechas los finales de junio: exámenes, evaluaciones, redacción de memorias... —¡Peor es para nosotros! –se quejarán con razón los alumnos.

Hace muchos años que no voy a los toros. La última vez fue en la de Villena portátil. En unas fiestas. Mejor olvidar. A los toreros se les regaló el toro, gran parte del público fue Retreta antes de la Retreta y la Banda de Música, en la puerta, filarmónica en su número. Ante los porteros, los instrumentos se desmontaban no porque no cupieran por la portilla, sino para repartirse las piezas entre varios "músicos". Que yo lo vi. El paseíllo, a modo de Director, lo hizo el Toni y luego, a la hora de tocar durante la corrida, la presunta filarmónica no fue ni charanga porque desaparecieron por el tendido muchos "músicos". Escaqueándose. Estas experiencias no hacen afición. Y si ya era perezoso, aún me hice más holgazán para los tendidos. Me corté la coleta, encerrando mi atracción exclusivamente en un toreo de letras leyendo esporádicamente algún libro sobre la cosa. Hablando de libros, precisamente José Luis me regaló "Muerte en la tarde", ejemplar que guardo como oro en paño, tanto por ser regalo de quien es como por su valía literaria. Ya lo glosamos cuando escribimos aquí sobre Hemingway agradeciendo a Gracián su obsequio.

Desde que lo conozco, José Luis me quiere para la Fiesta. No sé si hay algo de proselitismo en estos buenos aficionados al ver que la fiesta se muere si de ella se queda sólo el flamenquismo y las botas de vino. Este año aparto galbanas y acepto la invitación. Eso sí –y lo escribo aquí negro sobre blanco como si fuera ante notario–: acepto la invitación a escote, fifty-fifty. Que por otro lado ya no sé cómo pagar a José Luis el lujo de poder compartir una jornada de toros con quien sabe de toros. Que será, y me acordaré de él, todo el lujo de revivir el cuando mi padre, alguna tarde llevándome de la mano, también me quiso para la Fiesta. Miraré al cielo.

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