El Ordenanza

Enereces

El Ordenanza. Capítulo 129

Escena 1

Oficialmente quedan clausuradas las Navidades… o no, porque de todos es sabido que “desde Navidad a San Antón fiestas son”. Así pues, nos quedan varios días para seguir disfrutando del espíritu navideño… o no, porque ya no se dan regalos ni se hacen comilonas. Los chiquillos vuelven a las aulas, los enfermos de Covid-19 pueden aprovechar para ir a los supermercados y reponer sus vacías neveras… o no, porque de todos es sabido que en los supermercados no se contagia el ómicron de las narices, aunque hayan olvidado desinfectar sus carros, ya no se obligue a limpiarse las manos con orujo del malo (sí, el que dieron en llamar “gel hidro-alcohólico”) y no se hayan planteado ni en sueños pedir el pase de vacunación y/o controlar su aforo.

Entonces, ¿le parece bien que digamos que “quedan oficiosamente clausuradas las Navidades”? ¿Tampoco? Está usted volviéndose muy tiquismiquis, amigo lector. Como lo descubra quien no debe, puede institucionalizarse un título poco útil más para poder exigirlo como requisito para poder opositar. Imagine; “¿Tiene usted el B2 de Escrupuloso? ¿Solo el A1? Pues lo siento, debe usted sacarse el título en la Escuela Oficial de Idiotas (personalmente creo que, por un módico suplemento monetario y un poco más de sobreesfuerzo, es mejor que opte usted por el C1, que suma más puntos de cara a los méritos)”.

Digamos, pues, que dos meses y medio de alumbrado navideño es bastante más de lo que podemos permitirnos moralmente, que todos los españoles somos ecologistas menos los que no lo son. Todos contentos.

Después de esta muestra de divagación pseudo-cómica, le invito a pasearse por el encendido de la hoguera en honor al santo de los animalicos (¡Vaya hombre! ¡Un santo animalista! Espero que no se entere ningún baluarte de la ultraderecha y queme la ermita).

Es una fría tarde la del 16 de enero… pero el calor del fuego, las toñas y el chocolate caliente la están haciendo mucho más soportable.

Escena 2

  • Buenas tardes, don Andrés.
  • ¡Hombre! ¡Avelino!
  • ¿No toma usted un chocolate y un trozo de toña para paliar el frío?
  • Es que… estoy a dieta… desde el día 9.
  • ¡Oh! ¡Este año va a mantener sus propósitos de año nuevo!
  • Sí, bueno… una vez a la semana me voy a dar un capricho pero… es que la toña y el chocolate son dos y no sé por cuál decidirme…
  • Difícil, sí.
  • Olvidé preguntarle: ¿qué tal la lluvia de estrellas?
  • ¡Na! Resulta que leí que la mejor hora era la madrugada del 3 al 4 y nos despertamos a las 4 de la mañana. No veíamos ni una y, cuando consulté en Google la hora de máximo despliegue, resulta que era el 3 a las 21:40 horas.
  • ¡Oh! Lo siento…
  • El alcalde se pilló un rebote considerable, pero nos pusimos a filosofar y la cosa se animó bastante.
  • ¿El alcalde?
  • Cuando llevábamos un rato contemplando el cielo estrellado, se fue a cambiar el agua al canario y volvió como raro. No nos quiso decir qué le pasaba.
  • Vaya…
  • Empezó a decir que la raza humana era bastante absurda, que se esforzaba en vano por comprender los secretos del universo, aunque no le sirvan para nada. Comenzó a criticar a Kepler: no le entraba en la cabeza que un hombre tuviera una vida tan jodida para cumplir el sueño de estudiar los movimientos de los planetas y ese rollo.
  • No creo que las Leyes de Kepler sean inútiles.
  • Ni yo, pero él insistía en que, después de cuatrocientos años, la Ciencia no había descubierto la cura para la peor pandemia de todas las sufridas por la humanidad: el hambre.
  • Visto así…
  • Nos quedamos un poco picuetos, pero ya sabe cómo es el alcalde cuando se le va la olla.
  • Es un romántico.
  • Sí, eso pensamos todos.
  • ¿Sabe, señor López? En cierta forma, creo que tiene razón. El humano tiende a perder el oficio trabajando. Se obstina en racionalizar cosas lejanas y olvida que, si les quitas la magia, las estrellas son sólo puntitos en la oscuridad del cielo nocturno.

Escena 3

  • ¡Hombre, Avelino!
  • ¿Qué tal va la vida, Lorenzo?
  • Pues nada, Avelino, a ver si compro unas toñas del Santo, que tengo a la Maruja pachuchilla.
  • ¡No me digas! ¿Qué tiene?
  • ¡Hemos pillao el covid!
  • ¡Pero Lorenzo!
  • Estamos confinados…
  • No me parece muy responsable…
  • ¡Pero si es como un constipaillo, Avelino! ¡Que nos tienen muy acojonaos!
  • Lorenzo, que no te sepa mal lo que te voy a decir, pero creo que lo más prudente es que te vayas a casa y que no salgas… y menos a comprar toña para tu mujer.
  • ¡Tonterías! Cuando di positivo, el médico me dijo que, si no tenía a nadie para que me trajera la compra, podía ir yo. Así que, le he dicho a la Maruja: nena, me voy a por dos toñas, que se nos haga más dulce el confinamiento.
  • No salgo de mi asombro… ¿y los rastreadores?
  • ¡Ni se sabe! ¡A nosotros no nos ha llamao ni el Tato! ¡Pa mí que es un cuento del Coletas para mantenernos entretenidos mientras disfruta de su mansión!
  • Un cuento a nivel mundial, ¿no?
  • Los rojos son capaces de todo…
  • Esa no es la cuestión: lo importante es que no debes estar aquí.
  • ¿Qué dices?
  • Que debes marchar a casa y confinarte, Lorenzo.
  • ¡Yo no me voy sin mis dos toñas!
  • Vas a hacer que avise a la Policía Municipal…
  • ¡Hazle caso, Lorenzo!
  • ¡Mosto Boy!
  • Va, Lorenzo… ¿no ves que puedes infectar a un montón de inocentes? Anda, haz el favor de irte a casa. Si quieres, luego te acerco yo un par de toñas y te las dejo en el ascensor. ¡Venga, hombre! ¡Que no te cuesta nada! Te tiras unos días del sofá a la cama y de la cama al sofá y ya está.
  • ¡Me cago en tu…!
  • Lorenzo, no seas responsable de una desgracia, hombre: ¡tira pa casa!
  • Sigue los consejos de Mosto Boy, hombre.
  • Vale. Pero solo porque la Salchicha Peleona es más pesao que los huevos duros.
  • Aunque sea por eso.

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