El Ordenanza

Epifanía

El Ordenanza. Capítulo 220

Escena 1

Cielo inmenso. Oscuro tapiz de azul profundo. Éter oceánico, bordado de constelaciones repletas de blancos puntitos que asoman tímidamente entre nubes pasajeras. Cielo helado de enero cerniendo su poderoso aliento sobre la fría corteza terrestre, que se hace acompañar de la Luna menguante cansada de ser de Luz Fría, que sueña con llegar a ser Luna de Lobos pero que, de momento, se asemeja más a la sonrisa del gato de Cheshire.

Cielo que solo es surcado por el viento (cambiante de norte a noroeste) y por miles de pájaros de acero que, en sus tripas, transportan viajeros de tamaño real. Cielo testigo y cómplice de la traslación de un planeta que, una vez más, entra en la casa de Capricornio para, desde su azotea, contemplar la caída al vacío de la Cuadrántidas, como los primeros propósitos de año nuevo.

Cielo de humo. Leña de olivo que reposa en el hogar, calentando el afilado transcurrir de los minutos de la quinta noche del año.  Cielo de viernes, magia y esperanza garabateada en cartas infantiles como listas de la compra, solo a cambio de la promesa de ser buena persona.

Cielo que sabe que ya, ningún niño pide con convicción que haya paz en el mundo, porque con la Paz no se juega y hoy, lo importante es recibir cosas con las que se pueda jugar. Cielo que rodea, con su negrura, la rústica fachada de la casita perdida en los montes, tras la cual los nietos de Avelino, sueñan.

Escena 2

  • ¿Ya se han dormido?
  • Creo que sí. Les ha costado mucho: estaban sobreexcitados.
  • ¡Angelitos míos!
  • El otro día Javito me preguntó cómo, los Reyes Magos, podían repartir regalos a los niños de todo el mundo montados en camello. Sin camiones ni aviones supersónicos, no les daría tiempo.
  • Es un niño muy espabilado.
  • Bueno, ya empieza a tener edad de cuestionar ciertas cosas.
  • El tiempo debería pasar más despacio.
  • Querríamos que siempre tuviesen cinco años, pero sabemos que eso no puede pasar. No sería bueno ni para ellos ni para nosotros.
  • ¡Quizá para mis lumbares sí! Empieza a pesar, mamá.
  • Crece, Javier.
  • Todavía recuerdo cuando descubriste que éramos nosotros los que colocábamos los regalos al pie de la chimenea. ¡Menudo disgusto te llevaste!
  • Sí. Ahora parece tan lejano aquel tiempo…
  • ¿Lo recuerdas, Avelino?
  • ¡Por supuesto! Nosotros pensábamos que dormía, pero nos sorprendió sacando los regalos de las bolsas.
  • Te dijimos que los Reyes acababan de pasar y, como tenían que visitar miles de hogares, no les había dado tiempo a colocarlos en su sitio.
  • Nos juramos que nunca más te mentiríamos y, nunca más lo hemos hecho.
  • Nunca os culpé por ello, aunque pillaros me hizo desconfiar un poco.
  • Intentamos, como todos los padres, que crecieras rodeado de magia. Una bobada…
  • Lo conseguisteis, mamá: en casa siempre hubo y hay magia, a pesar de los Reyes Magos. No os mortifiquéis por ello.
  • ¡Oh! ¿Habéis oído?
  • ¡Es afuera!
  • Son como…

Escena 3

  • ¡Majestades!
  • Buenas noches, familia. ¿Tendrían algo calentito para unos pobres viajeros y sus sirvientes?
  • Pasen, por favor.
  • Traigan sus monturas al patio trasero: también merecen atención y descanso.

Escena 4

  • ¿Café?
  • Corto sin azúcar, por favor.
  • No deberías tomar, Melchor. Ya sabes lo que dijo el médico de tu tensión.
  • ¡Un día es un día, Gaspar!
  • ¡A ver si te va a dar un parraque, que todavía nos queda mucho camino!
  • ¿Lo quiere descafeinado, alteza?
  • Para mí, el café descafeinado es como el suspense sin Hitchcock…
  • (Sírvale un descafeinado, Avelino. No debemos tomar riesgos innecesarios y, total, no va a encontrar la diferencia).
  • ¿Café, señor Baltasar?
  • Si puede sel un vasito de leche, señora Aurora…
  • ¡A ver si vas a desteñir, Balta!
  • ¡Qué grasiosillo que ereh, Gahpal! ¡Me palto y me mondo!
  • ¿Sabe, Javier? Sentimos mucho no haber tenido tiempo de colocar sus regalos al pie de la chimenea aquel año, pero es que íbamos más de culo que San P’atrás.
  • No se preocupe, majestad: esta noche han conseguido ustedes que se disipe la diminuta espinita que pudo causar aquel incidente sin importancia. Ustedes son… reales.
  • A decir verdad, no somos reales: somos steleros, o astrónomos, si lo prefieres. Lo de que fuésemos reyes se les ocurrió a Tertuliano y a Prudencio para dar más énfasis al nacimiento de Jesús. Somos republicanos y creemos firmemente en la igualdad de todo el género humano.
  • ¡Eso no se lo creen ni uhtedeh, bródel! Si quisieran igualdá, nos haríamos llamar Baltasar, Melchor y Gahpal.
  • ¡Eso ya lo tenemos más que hablado, Baltasar! Es por el orden de llegada a nuestro punto de encuentro, ¿recuerdas? Como Crosby, Stills, Nash & Young.
  • Nunca telminó de convenserme esa idea…
  • ¿Y qué les ha hecho detenerse en nuestra humilde casa?
  • El frío intenso de la noche.
  • El frío y tu próstata, Melchor.
  • Es que con el balanceo del camello…
  • ¿Les apetecen unas galletitas o un trozo de bizcocho?
  • Bizcocho, por favor.
  • ¡Tu azúcar, Gaspar!
  • ¡Paresemoh el trío insalubre, m’hijo!
  • Majestades, ¿les puedo pedir un favor?
  • Todo lo que quieras, Javier.
  • No permitan que muera la magia… nunca. No permitan que, pese al consumismo desmesurado que rodea a su festividad, los niños dejen de creer en ustedes. No importa el regalo, ni el lugar donde se encuentre. Por favor, no dejen que el mundo quede sin magia.
  • No tema, Javier: mientras haya personas buenas, como ustedes, la magia seguirá siendo parte fundamental de nuestro mundo.
  • ¿Ustedes no piden nada?
  • Les pediríamos, con gusto, que se acabaran las guerras y el hambre. Que nadie fuese más que nadie, como Crosby, Stills, Nash & Young, pero somos conscientes de que es imposible.
  • ¡Pídalo, m’hijo! ¡Al igual suena la flauta y el mundo se arregla y vivimos en pas de una ves pol todas!
  • Por cierto, ¿me pueden indicar dónde está el aseo?
  • Por ese pasillito, la primera puerta a la izquierda.
  • Gracias… y disculpen las molestias.
  • No se azore, majestad, nuestra casa es su casa.

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