Vida de perros

¿Eres tú John Wayne o lo soy yo?

Ésta es la frase con la que un delgado recluta con gafas respondía a su sargento en el film La chaqueta metálica del gran desaparecido Stanley Kubrick. Y aunque yo sí bebo bourbon –mientras la ministra Salgado lo permita–, y pese a no ser de Virginia, también me siento en ocasiones como este soldado al ser avasallado por quien se cree con potestad para ello. El derecho al abuso del que hablamos se suele adquirir mediante la imposición de una chapa (tipo delegado de fiestas) o portando un colgante identificativo, una porra, un chaleco reflectante o cualquier otro adminículo que cumpla la función de diferenciarnos del resto –esa masa anónima a la que se debe guiar o de la que debemos protegernos–. Del mismo modo, dicho atavío, debe ayudar, en mayor o menor medida, a dar un toque de autoridad a nuestro atuendo.
En la mayoría de los casos estas personas con autoridad suelen realizar su función con seriedad y amabilidad, pero hay muchas otras ocasiones en que el breve y minúsculo grado de “poder” que les ha sido concedido las convierte en seres engreídos y autoritarios, en especimenes que están por encima de todo –un todo del que parecen ser propietarios–. Y como para muestra un botón, y sin ánimo de volcar únicamente en ellos estas particularidades que concede el objeto diferencial, tendré que referirme al caso de la Romería del Rocío –convocada por la Hermandad Rociera de Villena–, por cercanía en el tiempo y por haberlo sufrido en propias carnes. Si bien es cierto que para mí, creo no ser el único, el acto referido no tiene el menor interés ni sentido, no por ello voy a desmerecer su realización, como tampoco lo haría en caso de que la comunidad china decidiera celebrar el año nuevo en febrero. Una diferencia entre las muchas que podríamos encontrar entre estas dos celebraciones, estribaría en la cantidad de boñigas que se reparten por la calzada, ya que los dragones chinos parecen no deyectar tan profusamente como los jamelgos y bueyes que tiran las carretas rocieras. Impactante imagen la de la alfombra de mierda –perdonen la expresión– que se extendía a lo largo de la calle Ramón y Cajal la noche del domingo. Así se convirtió para quienes vieron allí el paso de la romería en una secuencia de flores y colores y después mierda, triste imagen que también se puede contemplar tras el paso de muchos domingueros por la montaña. Impactante imagen y, cada vez más, metáfora de nuestro comportamiento. Pero esto ya es otra historia que podría solucionarse tras la implantación de la nueva campaña “Villena ¡te vamos a poner Guapa!” (¡Qué arte tiene esta ciudad para poner nombre a sus campañas!, si la hubiera diseñado la Concejalía de Juventud se llamaría: “Villena, ¡tvapg!”). En cualquier caso una campaña con buena fe de las del tipo que uno desea sinceramente que tengan el efecto previsto.

Volviendo al hilo de la conversación, les contaré de qué modo tuvimos que zigzaguear entre las carretas rocieras a nuestra vuelta a Villena por la carretera de Pinoso. Mientras las carretas ocupaban todo el carril derecho –como en Caravana de mujeres pero sobre el asfalto–, los delegados y delegadas avanzaban a pie sobre el carril izquierdo impidiendo el adelantamiento en su charla distraída y en sus miradas indiferentes hacia los vehículos que intentaban acceder a esta ciudad atorada y obtusa. Delegados y delegadas, ataviados con sus trajes rocieros y distintivos, dueños de calles y carreteras, con la autoridad que les concede ¿la paloma blanca?, merecieron el desplante de un verdadero cowboy.

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