Escena 1
- ¡Margarita!
- Buenos días, pareja.
- ¿Tomando un poco el sol?
- Estoy esperando a mi Javi, que me va a llevar a comprar el pan.
- Sentimos mucho lo de su marido.
- ¿Qué le vamos a hacer, Aurora? Era ya muy mayor y…
- Era una bellísima persona.
- Pues sí, Avelino. Era un buen hombre.
- ¿Y usted? ¿Cómo se encuentra?
- Pues os podéis imaginar… hecha polvo…
- La entiendo.
- Cuando miro su sillón… y no está ahí… yo… lo voy a echar mucho de menos.
- No se ponga triste, por favor.
- No es tristeza. Doy gracias a Dios por haber podido pasar toda mi vida con él.
- Eso es muy bonito.
- Imagínate, lo conocí a los trece años y, desde entonces, no nos hemos separado nunca… y tengo ochenta y cuatro.
- Toda una vida.
- Toda una vida, sí. Sesenta y un años casados y diez de novios. Me ha dado cuatro hijos como cuatro soles, cuatro nietos y tres bisnietos, aparte de tres nueras y un yerno.
- Se tiene que sentir muy orgullosa.
- Mucho.
- No sabe lo tierno que me ha parecido siempre verles del bracete por la calle.
- Íbamos juntos a todos lados.
- Quizá, siguiendo su ejemplo, nada más me separo de Avelino cuando se va a trabajar.
- Es lo mejor que podéis hacer: estar juntos.
Escena 2
Yo no había visto unos mellizos en mi vida. No me entraba en la cabeza que dos personas fuesen tan iguales. Recuerdo que fue el quince de junio. Me llamó la atención lo humilde, cortés y cariñoso que fue conmigo. Al cabo de unos meses, no sé muy bien por qué, vino a buscarme para trabajar en la fábrica de su cuñado «Barrabás» y me metió a trabajar en el embale. Mi cuñada Virtudes me enseñó el oficio. A veces, cuando me voy a dormir, cierro los ojos y me veo en el escenario del concurso de cante que se hizo por San Crispín, el veinticinco de octubre del cincuenta y uno. Canté «Su primera comunión» de Juanito Valderrama y me quedé la primera. ¡Me dieron una botella de colonia de litro de premio! Él estaba entre el público, con su hermano Paco, que vino a hablarme, pero aquél no me gustaba. Me gustó él. Al acabar, nos fuimos a la feria y me invitó a montar en la noria. Allí nos hicimos novios. Siempre ha sido muy romántico.
Mi madre no lo dejó entrar en casa hasta los tres años. Si hubiera sido por mi padre, habría entrado antes, pero mi madre era más dura que las piedras. Así que, me esperaba todos los días en una higuera que teníamos a la puerta de la casa. ¡Hay que ver lo que le gustaban los higos de aquella higuera a mi Arcadio! Una vez, se comió uno y se tuvo que sacar una avispa de la boca. ¡Siempre se los comía sin pelar! Y yo le decía: Arca, pela los higos, que te van a hacer daño, pero él erre que erre.
Después se fue a la mili, a Alcoy. Dos años se tiró sirviendo, así que, cuando venía de permiso, intentábamos estar juntos en todo momento. Una vez, mi padre y yo cogimos el «Chicharra» y fuimos a verlo. Mi padre lo quería mucho, sí. ¡Pero yo más!
Nos casamos en el 62, el quince de junio, el mismo día en que nos habíamos visto por primera vez y nos fuimos de viaje de novios a Mallorca. Nos mudamos en la calle Baja. Con mis cuñados, pusimos la fábrica en la calle Jacinto Benavente, compramos el campo y llegaron los hijos. Al nacer mi pequeño, nos tuvimos que mudar. Y así, fuimos felices lo que quedaba de década de los 70 y la siguiente en el edificio de don Fernando. Allí mi mayor nos dio la primera nieta.
Luego llegaron los 90 y, con la crisis, cerramos la fábrica y nos quedamos prácticamente en la calle. Fue duro, pero nos supimos apoyar el uno en el otro para sacar la familia adelante. Antes del cambio de siglo, nos pudimos comprar un piso en la Plaza de Toros.
Nos jubilamos en 2001. Llegaron más nietos: una pareja hermosísima del de Sax y otro de mi pequeño. Mi chiquitín. Enterramos un yerno. Mi nieta, la mayor, nos trajo tres biznietos que han completado el círculo.
Hasta que se puso malico, no nos hemos acostado una noche enfadaos. Tuviéramos el problema que fuese, nos abrazábamos, nos llenábamos de besos y nos dormíamos. Siempre tenía una palabra cariñosa y amable.
Desde que sufrimos la caída en la Nochebuena de 2021, fue perdiendo altura poco a poco. Vendimos el piso y alquilamos otro en el Paseo, con ascensor, lleno de luz y de tranquilidad. El hogar ideal para sus últimos meses. En enero le dio un ictus, que no pudo con él. Era chiquitico, pero muy fuerte.
El día doce de mayo fuimos al hospital por una cosica de ná, pero ingresó de urgencias. Mis hijos no me dejaron quedarme ni una noche. Estaba muy malico, Avelino. El lunes por la tarde, estábamos mi hija, él y yo. Vino a vernos mi sobrino y, cuando estábamos hablando, me volví. Hizo un ronquido y se fue. Se fue sin decirme que se iba.
- Lo siento…
- Ahora solo le pido que me espere, Aurora, porque tenemos toda la eternidad para estar juntos. Por eso estoy feliz, aunque ya no me queden pestañas de tanto llorarle. Lo voy a echar mucho de menos.
- Cuente con nosotros para lo que necesite o quiera, Margarita.
- Gracias, Avelino.
Escena 3
Dicen que el último sentido que perdemos en la vida es el del oído. Yo estoy seguro de ello, por eso voy a seguir hablando contigo todos los días, porque sé que me escuchas.
Te quiero, papá.
A la memoria de Arcadio Conejero Ugeda (29 de agosto de 1936 – 29 de mayo de 2023).