De recuerdos y lunas

Esperando un café

Hay veces que escribiendo una carta se nos esboza un artículo. Así me pasó con éste cuando hace unos meses contestábamos al paisano Antonio Sempere Bernal con el que tanto compartimos en la revista "Villena" cuando la publicación era, en su tercera época, mensual. Antonio tenía, entre tantas cosas que tenía, una sección en contraportada titulada "Villena, mon amour" donde traía no pocas veces, amén de cosas y personas trascendentes, cosas variopintas e intrascendentes de la ciudad. Fue también por aquellos años, al cumplir sus veinticinco años, cuando me pidió una reflexión sobre su persona.

"Un cuarto de siglo" nos decía Sempere ceremonioso, emulando –creo– maneras expresivas de las que gustaba gastar D. José Mª Soler, sobre todo cuando Soler se refería a la larga cárcel que sufrió el "Cancionero popular villenense" que estuvo más de un cuarto de siglo "perdido" en el archivo del Instituto Español de Musicología. Para el cuarto de siglo de Sempere yo escribí unas letras tituladas "Antonio Sempere y la necesaria crónica de lo inútil". Hay quien vio mala leche en el título y en el escrito pero yo, primero, no escondía nada para Antonio, se lo escribía en la cara. Y segundo, sabía perfectamente lo que decía porque decía lo valioso para el futuro de hacer crónica de lo inútil, de lo que pasa normalmente desapercibido para la Historia. Cuando uno lee ahora, pasados por lo menos cuatro lustros desde aquellos tiempos, los escritos del Antonio de aquellos años, la lectura confirma que ciertas cosas y gentes de entonces si no hubiera sido por Sempere se hubieran perdido de la memoria. De ahí lo de necesaria crónica. Lo de inútil no era por desprecio sino en su sentido de futilidad. Hoy algunas cosas inútiles, perpetuadas por la pluma de Antonio, viven su curiosidad. Y a su manera son Historia.

En la jornada del nueve de marzo, cuando las últimas elecciones generales a Cortes, me tocó estar en una mesa. Vocal primero, distrito 02, sección 007, mesa B. En Orihuela. Fue placer y tunda. Por entonces cruzaba con Antonio unos correos para ver de quedar para tomar algún café con antiguas amistades. Entre que te digo qué quiero hacer y qué hago, le cuento en uno de los correos algo de mi experiencia en la mesa. Y aquí nace la reflexión que hoy escribimos estirando la idea que dijimos a Antonio en una de nuestras cartas.

Más o menos le decíamos que el instante del ejercicio del voto era un momento solemne para muchas personas. Y que especialmente lo era para los jóvenes que ejercían su derecho por primera vez. Aquel día me vi muchas veces frente a mí mismo en el rostro de muchos jóvenes, en el pasado, cuando votaba por primera vez el 28 de octubre de 1982 metiendo en la urna el corazón, para que nos lo asaetearan como Mater Dolorosa. Porque aquella primera vez que votábamos introdujimos en las urnas muchas ilusiones. Bien lo sabe Pepe Menor, el de Perigallo, que estaba en la mesa y fue nuestro cirujano.

El voto, para mucha gente, es voz. Su única voz. Los que escribimos periódicamente y nos metemos en cosas de la política de vez en cuando estamos más acostumbrados a decir, pero el personal que no dice con frecuencia, si no es en su ámbito familiar y de amistades, cuando vota, sólo cuando vota, es cuando dice. Y algunos por la manera de entregar el voto, parece que quieren decir fuerte; otros, abonico. Pero siempre sagrado. Algo de esto le decíamos a nuestro corresponsal Antonio. Mientras tanto, a ver cuándo ese café.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba