Escena 1
- Aurora, no podemos ir al centro comercial hoy. Nuestra ciudad no está confinada todavía, pero allí sí lo están. No me parece una buena idea.
- ¡No seas exagerado, Avelino! Vamos, compramos las obleas de arroz, damos una vuelta por el hipermercado para traer lo que nos pueda hacer falta en casa y volvemos.
- Cariño, ¿no crees que es un poco frívolo ir, dadas las circunstancias?
- ¡Ay, amor! ¿Qué puede pasar?
- No lo sé… es lo que me inquieta.
- Si llevamos las mascarillas, nos lavamos las manos y guardamos las distancias pertinentes, no debemos tener problemas. Necesito salir de casa, amor…
- ¿Estás segura?
- Sí.
- Voy a por el coche, entonces.
Escena 2
- ¡Mira! ¡Uno, dos, tres, cuatro… siete coches de la Guardia Civil!
- Impresiona ver tanta luz azul junta en la oscuridad de la noche.
- ¡Y eso que son solo las siete y media!
- ¿De qué vamos a rellenar las obleas?
- Había pensado hacer una picada de col, zanahoria, espinacas y salmón.
- Y luego ¿al horno?
- Quizá mejor al vapor, como gyozas.
- ¡Qué raro que nos haya dado ahora por lo asiático!
- Igual que el alcalde sea vegano y celíaco es una mala influencia para nosotros…
- Es un buen tipo.
- Lo tiene que tener complicado para salir a cenar por ahí.
- El otro día me dijo que estuvo en un restaurante, street bar, en el que se comió un ramen exquisito.
- ¡Me vas a tener que llevar, Avelino!
- ¡Iremos antes de que nos confinen, amor!
- ¡De nuevo exagerando!
- ¿Exagerando? Mira, ahí van cuatro coches más de la Guardia Civil…
- ¿Sabes? Creo que la gente se está tomando un poco a la ligera esto del corona…
- Sí, pero nosotros vamos a andar veinticinco kilómetros para comprar unas obleas de arroz en un centro comercial situado en una ciudad confinada, cariño. Todos pecamos de relax, ¿no crees?
- Esto del virus nos ha enseñado que debemos disfrutar de los pequeños placeres que nos podamos permitir, Avelino.
- Ya, pero es que ir allí no está permitido, Aurora. Me siento un poco delincuente, la verdad.
- ¡Anda, anda! Si hay un ciudadano en este país que respete las normas a pies juntillas, eres tú, amor.
- ¡Oh! ¡Han cerrado la primera entrada con conos!
- Todavía quedan dos salidas para la del centro comercial…
- Tengo una extraña sensación… represiva.
- ¡Esta también está cerrada!
- La cosa es seria, Aurora. Están confinados…
- Pero yo pensaba que no sería tan crudo.
- Pues mira, la entrada del centro comercial está controlada por la Benemérita. ¿Entramos?
- Mejor damos la vuelta en el siguiente pueblo.
- ¿Recuerdas la noche del 23 F? Os fui a recoger a la peluquería a Javi y a ti. Aquella noche sentí verdadero miedo. Las calles estaban desiertas y, al llegar a la altura del Altico, me paró una patrulla de la policía local. La suerte es que uno de los dos agentes era Herminio, que me recomendó darme prisa en llegar a casa. Vi un grupo de hombres con camisas de Falange y aceleré el paso.
- Javier era muy pequeño y no creíamos lo que estaba ocurriendo… no podíamos pensar que hubiera gente que deseara volver al pasado.
- Pues ahora pasa lo mismo: no somos conscientes de que todos somos el enemigo. El otro día vi un vídeo hecho para intentar concienciar a la población… un joven estaba en una fiesta repleta de gente. Compartía un cigarrillo con un amigo cuando le sonó el teléfono. Era su madre. Le decía que su abuela estaba ingresada en el hospital muy grave, con Covid. La mujer lloraba preocupada, diciendo que, probablemente, su madre no pasaría de aquella noche. Al muchacho le cambia la cara. Es consciente de que él, probablemente, había infectado a la anciana…
- ¡Es horrible!
- ¿Horrible, Aurora? Hemos venido a veintitantos kilómetros de casa para comprar una obleas de arroz y dar una vuelta por el centro comercial a sabiendas de que la ciudad estaba confinada… no te culpo… no me culpo… hemos actuado a sabiendas de que no estaba bien, de que está prohibido venir hasta aquí… nosotros, Aurora… no somos jóvenes haciendo botellón, somos tú y yo: adultos maduros y, presumiblemente responsables.
- Me siento culpable…
- No es una cuestión de culpabilidad, es pura supervivencia. Podíamos haber ido a cualquier supermercado de nuestra ciudad, pero hemos venido hasta aquí y, hasta que no hemos visto con nuestros propios ojos que los accesos están cerrados, no hemos sido conscientes de la gravedad de la situación.
- Lo siento, de veras…
- Yo también lo siento, Aurora. Debería haberme negado a venir.
- Creo que nos han quedado secuelas de lo vivido en el confinamiento.
- ¿Secuelas?
- Nuestra libertad se ha visto truncada. Parece que lo que antes era normal, ahora lo sentimos como delito… como si estuviéramos infringiendo la ley.
- Ya nada va a ser como antes, cariño. Solo nos queda cumplir las normas para salir de este atolladero. ¿Qué te parece si nos pasamos por el supermercado de Luis, a ver si tienen las obleas?
- Perfecto.
Quizá usted creyó, estimado lector, que al tratarse del capítulo sesenta y nueve, la cosa iba a ir de posturas y de ejercicios orales, pero lo cierto es que, en este momento, debemos tener conciencia de que somos directamente responsables del futuro y que no debemos bajar la guardia.
Cuídese, practique yoga si lo desea, vele por los suyos, por los demás y, sobre todo, no me haga el gilipollas.