Vida de perros

Ferias y circo

La del Campo, la de Atracciones, la de Artesanía Festera, la Humana, la de Artesanía… y es que Villena da para más, en algo menos de dos meses cinco ferias han pasado por nuestra ciudad. A falta de otras que llegarán en breve, como la Medieval, Villena puede convertirse en el verdadero estandarte valenciano en cuanto a ferias se refiere. De todas las que hemos disfrutado hasta el momento, tan sólo dos ferias se realizaron en el Recinto Ferial situado en la periferia de nuestra ciudad, conocido en pequeños círculos como “El Paseo Marítimo”. El resto se realizaron en el Pabellón Deportivo, donde no llegó el trenecito, como tampoco lo hizo hasta el Castillo de la Atalaya; otra más se celebró en el Centro Histórico tomando calles y plazas tal como lo hace la feria Medieval.
Las ferias constituyen una interesante actividad para la promoción de una ciudad: además de la participación ciudadana implícita, sirven de atracción para turistas, empresas y comercios buscan su promoción o la de sus artículos o vienen en busca de nuevas ideas, las asociaciones dan a conocer sus fines y ofrecen servicios como demandan apoyo y personal voluntario, los políticos se muestran encantados o indignados según de qué lado comen... Además, a la celebración de estas fiestas van unidas actividades paralelas que ayudan a conocer infraestructuras y espacios que una visita rápida haría pasar por alto al dominguero más experimentado. Está claro por tanto que las ferias son materia a desarrollar y mejorar, lejos de los “éxitos rotundos”, experiencias “muy positivas” o “muy satisfactorias”, los “objetivos cumplidos”, a nadie escapa que hay una labor que realizar: unir esfuerzos, provocar la participación, sumar atractivos al evento, promocionar selectivamente, adecentar la ciudad que alberga el evento...

Como no es la intención hacer circo (con sus equilibrios, bufonadas, animales peligrosos) de estas actividades que son las ferias, no entraré en el debate político que no se sabe bien si por moda o casualidad toma tendencia a la meticulosidad en su crítica a la planificación o administración de cualquier evento con el único fin de restar puntos al adversario político. Desde el punto presuntamente neutral en el que me –nos– encuentro, tan solo podríamos demandar mayor energía y entrega en las tragedias que nos representa –por norma general– la oposición. Convertir también dichas actitudes, también por lo general desmedidas, en motivo de atracción para nuestra ciudad y sus ferias. Compartir tales debates con los turistas que nos visitan, alegrándonos por supuesto de su futilidad (que no es cosa de reírse –que a nadie le pase– de casos como el de Orihuela o el de Novelda por citar apenas dos de ellos).

Las ferias, de este modo, con la ciudad inmersa en ellas: sus calles, sus parques, sus artesanos, empresarios, comerciantes, artistas, políticos y cuanto quiera que exista en ella, podrían ser una actividad que nos haga replantear mucho más que nuestro urbanismo y nuestra industria. Unas ferias así, participativas, podrían hacernos conscientes de aquello que se atisba en el futuro cercano. Convivir en armonía, con una ciudad encaminada hacia la prosperidad y el desarrollo en todos los niveles, una ciudad concienciada con la limpieza, la integración, el reciclaje, superando problemas de exclusión, de accesibilidad. Una ciudad creciente gracias a la interacción de las personas que la habitan, gracias al sentimiento de unión y superación. Las ferias, como intentaba decir, sólo son una muestra de lo que tenemos en el almacén, nuestra ciudad como escaparate genérico de estas muestras será la tarjeta de visita con la que nos demos a conocer.

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