Por lo general, a la hora de construir un relato suele considerarse una señal de buen gusto el optar por sugerir más que por mostrar de forma explícita. En efecto, se trata de un rasgo que los expertos en la historia de las distintas artes narrativas que en el mundo han sido suelen tener en alta consideración, aunque el público no siempre coincida con ellos; sobre todo los fanáticos del terror gore o el cine pornográfico, de los que mejor ni hablamos.
Una cinematografía que tradicionalmente ha hecho gala del arte de la sugerencia a lo largo de su historia es sin duda la japonesa, y la reciente Perfect Days no es una excepción aunque la dirija un alemán. En efecto, el otrora prestigioso y en la actualidad algo perdido Wim Wenders ha recuperado el predicamento entre la crítica especializada que en su día se rindió ante obras tan indiscutibles como En el curso del tiempo, El amigo americano o París, Texas con esta narración minimalista protagonizada por un hombre solitario que trabaja limpiando baños públicos y pasa su tiempo libre leyendo clásicos literarios en ediciones de segunda mano y escuchando música de los años setenta. Un personaje memorable al que da vida un excepcional Koji Yakusho, actor nipón al que los aficionados al cine de autor quizá recuerden por sus colaboraciones con Shôhei Imamura en La anguila y Agua tibia bajo un puente rojo o sus trabajos a las órdenes de Kiyoshi Kurosawa en las cintas de culto Cure, Séance y Kairo.
A lo largo de poco más de dos horas, el espectador sigue el silencioso deambular de Hirayama, el taciturno protagonista, de su humilde residencia a los diferentes lugares en los que ejerce su profesión, así como sus traslados a bordo de una furgoneta en la que reproduce las cintas de cassette (sic) de sus músicos favoritos... que no son otros que los del propio Wenders, realizador que a lo largo de su filmografía siempre nos ha acostumbrado a escuchar a los mejores. En este viaje disfrutamos de la voz y los acordes de, por citar solo algunos, Otis Redding, The Animals, Patti Smith, The Kinks, Van Morrison o el inevitable Lou Reed, cuya “Perfect Day” incluida en el fundamental Transformer sirve para titular al film.
Pero al margen de esta banda sonora, con la que se arma un disco recopilatorio al que no se le puede poner ni un solo pero, cabe destacar el reflejo de la cotidianeidad y el retrato de una rutina que adquiere la categoría de ritual de forma que recuerda al legado del insustituible Yasujiro Ozu (referencia confesa de Wenders, que lo considera su gran maestro y al que dedicó el documental Tokyo-Ga a mediados de los ochenta); así como esos elementos que quedan fuera de campo y que otorgan a la película un gran poder de fascinación: es el caso de la persona desconocida a la que nunca llegamos a ver y con la que Hirayama juega una partida al tres en raya empleando una pequeña hoja ocultada con disimulo en un baño público; o de unos vínculos familiares que solo se revelan en el tercio final y que involucran a una sobrina adolescente, un padre con demencia senil y una hermana adinerada. Un personaje este último que hace pensar en la posibilidad de una vida mucho más desahogada para nuestro protagonista y en la probabilidad de que su austera vida privada y su humilde estatus profesional sean fruto de una elección tomada libremente y no de una imposición externa. Lo dicho: la riqueza que confiere a la experiencia fílmica todo lo que se deja a la imaginación del espectador.
Este concepto de “fuera de campo” adquiere una interpretación literal (y terrorífica) en la fascinante La zona de interés, el regreso a la cartelera de uno de los cineastas más personales e inclasificables de la actualidad: el británico Jonathan Glazer. Al igual que ocurre con el siempre reivindicable Todd Field -a quien vivir de la publicidad le permite no dirigir ninguna película hasta que encuentra un proyecto en el que cree firmemente-, este realizador londinense vive de sus cortometrajes, producciones televisivas y muy especialmente videoclips (varios históricos de Massive Attack, Blur y Radiohead llevan su rúbrica) y solo ha firmado cuatro largometrajes en un cuarto de siglo. Eso sí: su filmografía es poco menos que indiscutible, pues tras su más que interesante debut con Sexy Beast lleva seguidas tres películas que rozan todas ellas la categoría de obra maestra.
Ahora bien, si las anteriores Reencarnación y Under the Skin no tuvieron la resonancia que merecían a pesar de que las protagonizaban respectivamente dos estrellas como Nicole Kidman y Scarlett Johansson en sendos roles inolvidables, con esta La zona de interés ha logrado la atención que llevaba reclamando desde hace mucho... aunque para ello haya tenido que recurrir a una novela de prestigio del malogrado Martin Amis (que falleció al mismo tiempo que la adaptación se estrenaba en el festival de Cannes) y, como Wenders, a rodar en un idioma que no es el suyo; en su caso el alemán, impuesto por el personaje central y el contexto histórico en el que se desarrolla el relato: el alto militar nazi Rudolf Höss fue el comandante de los campos de concentración de Auschwitz-Birkenau durante la mayor parte del tiempo desde mayo de 1940 hasta septiembre de 1944, período durante el cual la deportación masiva de judíos húngaros supuso el punto álgido del Holocausto.
Lejos de títulos fundamentales sobre el exterminio como Kapò o las más contemporáneas La lista de Schindler y La vida es bella, centradas en buena parte o por completo en la vida (por llamarla de alguna manera) de los prisioneros entre los muros del campo, La zona de interés apuesta por dejar fuera (de campo) la cámara y centrarse en los verdugos y en lo que Hannah Arendt denominó como “la banalidad del mal”. No obstante, se aleja de propuestas más convencionales como las por otro lado muy recomendables Amén y El hundimiento para ofrecernos un radical ejercicio de puesta en escena con un empleo del sonido cercano al del cine experimental y las instalaciones audiovisuales; una banda sonora cuyos sonidos diegéticos (los disparos, los gritos, el tren que traslada a los judíos deportados) son ignorados, por cotidianos, por todos los miembros de la familia Höss... de la que cabe destacarse a la esposa interpretada por Sandra Hüller, en su año más dulce gracias también a Anatomía de una caída. Por otro lado, de los últimos diez minutos del film me reservo cualquier comentario que pueda frustrarles la experiencia, al margen de señalar que suponen una de las apuestas más arriesgadas del cine reciente y un momento que creo que pasará a la historia del séptimo arte por méritos propios.
Por cierto: los dos filmes recomendados -pero que muy recomendados- hoy compiten entre sí en la categoría de Mejor Película Internacional en los Oscars de este año, pero mientras Perfect Days se ha tenido que conformar con esa única candidatura (por otra parte, lo más habitual en dicha categoría a lo largo de la historia de estos premios), La zona de interés también concursa en la de Mejor Película (a secas) y aspira a llevarse otros tres galardones más, entre ellos dos para Glazer por la dirección y el guion adaptado (aunque muy libre) del film. Por tanto, y salvo sorpresa mayúscula de última hora, seremos testigos de la (dulce) derrota de Wenders y de cómo Glazer recoge, al menos, una estatuilla. Llegado el momento ya veremos si, como Fernando Trueba hizo en su día, agradece el premio a su Dios particular... aunque no creo que sea Billy Wilder. Yo voto por Robert Bresson, uno de sus cineastas favoritos... a pesar de no ser precisamente recordado por sus elipsis sino todo lo contrario; y del que también me acordé viendo al meticuloso personaje principal de Perfect Days limpiando los aseos de Tokio (con perdón).
Perfect Days y La zona de interés se proyectan en cines de toda España.