De recuerdos y lunas

Hacia la luz

Si yo pudiera iría hacia la luz. Iría siempre que la viera. Hay quien tiene miedo de las luminosidades refulgentes. Pero es por las películas. Luminosidades que porque nos deslumbran, no nos dejan ver lo que hay detrás de ellas. No nos dejan ver a través de ellas. Pero yo me fío de la luz. Me fío mucho de la luz porque la veo como calor. "Requiem aeternam dona eis, Domine: et lux perpetua luceat eis" –"Dales, Señor, el descanso eterno y brille ante sus ojos la luz perpetua."– Esto pedimos en la conmemoración de los Fieles Difuntos para los nuestros: descanso eterno, luz perpetua, inextinguible. Luz santa. Santa luz.

Yo no sé si los muertos nos llaman. No lo sé. A veces siento que sí. Siempre en sueños. Si acaso son ellos quienes nos llaman, los siento al atardecer. Encendiendo el horizonte. Nosotros, estos días, les ponemos luces –mariposas, velas...–, pero son ellos los que nos iluminan en el camino contra la oscuridad. Y los que muchas veces nos hablan para decirnos con caricias etéreas, de respiración, que están aquí. Una vez escribimos sobre porches con losas de simón y escaleras de un tiempo que fue feliz, aun las penas, donde yo aún los veo. Espacios que ya no son y que, muertos también, nos vienen cuando nos vienen con los que tampoco son. Y acaso abruman más los espacios que son arquitecturas muertas, construcciones extintas, tramoya de los muertos en los sueños que soñamos.

Yo sueño mucho a los muertos. Los sueño amablemente. Me cuesta más ver a unos que a otros, como si los hubiera, que sí que los hay, reservados y menos reservados, discretos y menos discretos, como fueran en vida. Mi memoria alimenta estos sueños. Una memoria que, creo que desde demasiado pronto, empezó a acumular demasiados muertos. Octavio Paz escribe: "Al primer muerto nunca lo olvidamos". Pero yo tengo la sensación de que yo tengo muchos primeros muertos. El lar de mis lares ocupa demasiado espacio en mi memoria. No tengo patio grande ni jardín para que lo habiten. Con ternura están en mi cabeza.

Cuando las pérdidas, fue dolor. Pasado el tiempo, ternura. A veces rabia cuando deseamos compartir con ellos las cosas que nos hacen felices. Y nos da rabia no poder compartirlas porque no están. Esto es lo que duele. Pero el tiempo es terapia curalotodo. Inútil el dolor porque no puede ser para siempre, porque no podríamos vivir constantemente con él, hay veces que se aparece la congoja. Nos viene cuando quisiéramos que los nuestros que ya no están disfrutaran de las cosas de los nuestros que están. Y vieran lo tanto o parte que como nosotros tienen de ellos. Así lo siento. Y caminamos hacia la luz. Luz inextinguible. Luz de cenizas del polvo de lo que hemos sido, que somos y seremos. Polvo de barro, polvo de sangres, polvo residuo de nuestra materia cadáver.

Estos días iremos a los cementerios a visitar a los muertos y, mientras recolocamos algunas flores donde reposan los nuestros, nos vendrán dulcemente algunos de los instantes que fueron con ellos. Y serán, en la memoria, más nuestros. Nuestras hijas nos preguntarán que por qué masticando una sonrisa, y susurrando alguna oración, se nos escapan lágrimas. Y querremos decirles muchas cosas para que ellas nunca las olviden. Y les diremos que las lágrimas no son penas. Que son ternura. Que el dolor que fue ya se fue. Que nos gustaría que los nuestros fueran siempre recordados y... Y que cuando nos llamen hacia la luz habrá que ir también hacia la luz. Inextinguible.

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