De recuerdos y lunas

Joaquín Marín

Los lectores que se acercan a esta columna a través de la edición digital de EPdV, todas las semanas se encuentran con una o dos fotografías de Joaquín Marín. Son un regalo. Porque son siempre hermosas. Habrá a quien le parezca fácil, tarea de poco esfuerzo, eso de apretar un botón. Pero a mí me parece que la cosa tiene y requiere su arte. En sus orígenes, la fotografía fue desdeñada por algunos que la consideraron arte –y si acaso la consideraron arte– de poco mérito. Factible con sólo apretar un botón. Pero vistos dos ejemplos, dígase una fotografía de Joaquín y otra mía, fácilmente se podrían enumerar notables diferencias. Sí, si sólo era un clic. Pero también un enfoque, y un ángulo para la toma, y un momento, y una luz, y... Y muchas cosas más que han de contar en el instante instantáneo del clic, en ese segundo que debe abarcar tanto y para siempre. La fotografía de Joaquín Marín es arte; la mía, souvenir doméstico.

Desde la humildad y la modestia sinceras, Joaquín se quita mérito y quiere disfrazar de aficionado al artista que es. Yo, bromeando, le pregunto a qué botón le dio de mi máquina, porque con la misma máquina, en el mismo escenario, yo no consigo sacar las bellezas que él saca. Pero el quid no parece estar en la máquina, sino en el ojo.

Con Joaquín comparto profesión. Trabajamos en el Instituto de Bigastro donde nos trajo el destino. Entre las muchas cosas que uno estima en este lugar de trabajo, está el gozo de, cada poco tiempo, encontrarse como fondo en el ordenador de la sala de profesores una fotografía realizada por Joaquín Marín. Es una exposición cambiante y selecta. Respecto a nuestra colaboración en la versión digital de EPdV, Joaquín se ofreció generosamente a la tarea de ilustrar mis columnas. Por ello, él conoce los textos en versión borrador y bien podría hablar de mis autocensuras y titubeos en el tiempo de escribir un artículo, porque él es testigo de esas palabras que tardan en aparecer para intentar decir lo preciso y de aquellas que se caen porque nacieron confusas y torpes y de las que se sacrificaron para no herir tanto. Sobre el borrador Joaquín trabaja y, diligente, me manda fotos excelentes. Las que más me gustan son las que van más por libre, aquellas que apenas están condicionadas por el texto, porque en estos casos Joaquín se luce más como artista, creador bondadoso que nos descubre desde su educada mirada el placer de la mirada, mirada educada para el aprecio minucioso de lo que nos rodea, para el goce entretenido de lo que normalmente pasa desapercibido para nosotros. Por algún lado he leído que la fotografía es un espejo con memoria, pero a mí me parece esta comparación demasiado estática, como consumida por los límites. Porque yo observo las fotos que me envía Joaquín y no veo algo detenido en el pasado, sino que veo mucho futuro intuido. No veo sólo memoria, sino proyección. Un más allá que nos advierte también de sus preocupaciones y denuncias.

Además de la fotografía, Joaquín tiene –por profesión y devoción– inquietudes literarias y lingüísticas. Todo se puede disfrutar en su página web http://olezza.iespana.es que es como una puerta abierta a sus delicadezas, aficiones y gustos, a sus cosas y a su casa, con mucha esplendidez. Pasen y vean, sí, que como nos dice el artista cuando se presenta: "Adelante. Estás en tu casa". Desde su hospitalidad, ténganlo por seguro. En un mundo donde todo se vende, Joaquín nos regala –gratis total– mucha preciosidad.

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