Escena 1
- Me llamo José Miguel y hace seis días que no salgo de festero.
- ¡Te queremos, José Miguel!
- ¡Te queremos, José Miguel!
- ¡Te queremos!
- Bienvenido a nuestro grupo de terapia. Siéntete libre de contarnos tu experiencia, hermano Josemi. ¡Adelante!
- Yo… bueno… todo comenzó una tarde de agosto, cuando yo contaba tan solo con cuatro años de edad. En mi comparsa de aquel entonces, por no sé qué circunstancia, quedó vacante una plaza de cabo infantil, para dirigir una de las tres escuadras del bloque. No acierto a recordar muy bien cómo, me sorprendí con una gumía en la mano derecha marcando, con frescura y elegancia, el desfilar de mis compañeros de fila. Así me convertí en una especie de Shirley Temple de las fiestas del pueblo. Con el esfuerzo y los años, comenzaba a afianzarme en mi rango: me convertí en el líder que toda escuadra, fila o filà quisiera para sí. Mi carrera era prometedora. Mis padres estaban orgullosos de mí. ¡Mi comparsa estaba orgullosa de mí! Si bien es cierto que, debido a mi talento, surgieron envidias, ataques y desprecios por parte de los niños de mi edad, el esfuerzo merecía la pena. ¿Quién necesitaba amigos teniendo el aplauso del público? Con tal convicción, era evidente que la recompensa no se demoraría mucho y, a los diez años, me alcé con el ansiado Primer Premio al Cabo Infantil. ¡Era el jodido number one! Al año siguiente, el galardón cayó en mis manos fácilmente: no tenía rival. Los loores se sucedían y gozaba de una posición privilegiada entre los socios de la comparsa. Incluso, recibí los agasajos de Don Juan Luis Fernández Lobo, mi tutor en séptimo de E.G.B., el primer día del curso. La vida me sonreía. Mi futuro se prometía brillantísimo, brillantísimo. Ese año, preparé a conciencia el desfile de la Esperanza: estrenaría una nueva capa y una nueva cimitarra, perfectamente forjada y equilibrada por el maestro alcoyano más ducho en la materia: Sempere. En los ensayos pre-fiestas, fui la puta envidia de los chavales. La pared oeste del salón de casa estaba totalmente preparada para ser el soporte de mi tercer galardón cuando…
- ¿?
- Todavía se me seca la garganta cuando lo pienso. ¿No tendréis una copica de cantueso, por casualidad?
- Lo siento, no está permitido el consumo de alcohol en nuestras reuniones…
- Entiendo.
- …
- …
- Puedes proseguir, Josemi.
- ¡Y no te dejes cabos sueltos!
- ¡Braulio, por Shiva!
- Lo siento, tío. No he podido contenerme.
- Respetemos el relato de Josemi, por favor.
- (Pues era un chistaco)
- ¡Braulio!
- Ya paro, ya paro.
- Continúa, Josemi.
- ¡Y rapidico! ¡Que nos multan en la zona azul!
- ¡Mierda de zona azul!
- ¡Hermanos!
- Ese fatídico 3 de septiembre…
- ¿Qué ocurrió ese tres de septiembre, hermano?
- Me tomé… una horchata en mal estado.
- ¡También es mala suerte!
- La peor: el día cuatro, a la hora de la cena, se desató en mi interior una gigantesca tormenta estomacal.
- ¡Oh, vaya!
- ¡Cuánto lo siento!
- Mi cuerpo entero era un putrefacto manantial que se desbordaba en todas direcciones.
- ¿En todas?
- Por arriba y por abajo.
- ¡Huesos de Crom!
- ¿Huesos de qué?
- Una expresión de sorpresa de los tebeos de Conan.
- ¡Ah!
- ¿Puedo seguir?
- Sí, sí.
- Vale. Pues eso, que patata frita que me comía, patata frita que tiraba.
- ¡Pobrecico!
- Aquel día cinco fue un infierno. Yo, que siempre he sido muy mío para según qué cosas, tuve que eludir la responsabilidad para con la Fiesta de acudir al Pregón y, así, encontrarme en condiciones de liderar mis huestes en la Entrada… la peor Entrada que ha vivido festero alguno, os lo aseguro: conteniendo el vómito y apretando el vientre para no manchar mi reputación festera. Esa noche la pasé en la Casa de Socorro.
- ¡Qué mal!
- Allí encontré otras víctimas de aquel ponzoñoso néctar de chufa que, entre arcada y arcada, lamentaron mi suerte.
Pasé la noche en vela por la preocupación y las carreras al excusado.
A la mañana siguiente mi padre, responsable directo de la sección infantil de la comparsa, tomó la complicada decisión de sustituirme por mi primo Alfonsito. Mi reinado se iba al garete por una jodida salmonelosis aguda así, sin epidural. - ¡Joder!
- Y, para postres, Alfonsito se hizo con el premio. ¡Maldito sea allá donde esté!
- El camino de la ira es tenebroso, Josemi.
- ¡Nos ha jodío, Gandalf!
- ¡Braulio!
- El año siguiente era la última oportunidad de demostrar que todavía no se había dicho todo pero, la Junta Central decidió que el premio recayera en otra comparsa. Me refugié en mi melancolía y abandoné las fiestas por la puerta de atrás. Como todo Macaulay Culkin que se precie, caí en las adicciones y el olvido hasta que, embromado, me sorprendí vistiendo los colores de otra comparsa. Vi en ello una nueva oportunidad y me juré no desaprovecharla. Intrigué e intrigué hasta que conseguí que, uno de los cabos oficiales, saliera de cargo, para saltar sobre el puesto y… eso fue en 2020. Lo que todos visteis como una desgracia, yo lo vi como un periodo de entrenamiento: me preparé a conciencia, repasando uno por uno los pasos de la coreografía festera que me habrían de devolver lo que es mío: gallardía en la plaza del Rollo, decisión en la Corredera, ilusión en la tribuna y savoir faire en la calle Ancha…
- …
- He tenido dos años para prepararme y ¡vive Primitivo Gil que lo conseguí! ¡Volví a estar a la altura! ¡Volví a brillar!
- ¡Pero, si tú no te has llevado el premio este año!
- ¡Pues por eso estoy aquí! ¡Soy un puto loser! ¡Necesito amigos, hermanos!
- ¡Buah! ¿Pa eso tanto? ¡Hazte un Facebook, por Vishnu!
- ¡Menudo rollazo, tío!
- ¡Buuuuuuuuu!
- ¡Buuuuuuuuuuu!
- ¡Buuuuuuuuuuuuuu!
Escena 2
- Buenos días, señor alcalde.
- Buenos días, Avelino. ¿Qué tal las fiestas?
- Ni me he enterado de ellas.