De recuerdos y lunas

La copa los meaos

El mensaje chinchón entró rotundo en el móvil: "6-5. ¡Hemos ganado!" Como si con lo del trasvase Júcar-Vinalopó hubiéramos jugado al fútbol en Europa y no al futuro. Y, entonces, la melancolía me llevó al Paseo de mi infancia porque el mensaje recibido me recordó aquella rechifla del: ¡Hemos ganao / la copa los meaos / los que han perdío / se l'han bebío / los que han ganao / se l'han llevao! Rechifla que servía para humillar y para hundir más a los derrotados en el partido. Y a todo esto, aparecía Cristóbal, el guardia municipal, con sus bolígrafos bics transparentes –verde, azul, rojo y negro– cogidos como clips en la bota, descendiendo de la Sanglas, para reclamarnos sin palabras, sólo con un gesto de verdadera autoridad, el balón. Cristóbal o aquel guardia más alto. Aquel tan alto. Y entonces, el primero de nosotros que podía agarraba la pelota y... –¡sálvese quien pueda!– venía la carrera. En dispersión. Y cada uno a su casita. Que se acabó definitivamente el juego por ese día. Y que no se enteraran nuestros padres.

La rima, es verdad, era humillante. Pero en aquellos tiempos dilatados de tiempo, siempre quedaba la próxima vez para la revancha. Siempre quedaba la esperanza de la próxima vez mediando, en cada ocasión que nos acercábamos a la estatua de Chapí, algún chapuzón de algún incauto. Quien no se ha caído al agua en la fuente de Chapí, no ha vivido su infancia en el Paseo. El testimonio demostrando el remojón accidental es pedigrí. 6-5 ¡Hemos ganado! —decía el mensaje que nos ha conducido por la memoria. Y la memoria, libre, subconsciente, ha continuado sola con lo de la copa de los meados. Entonces, habrá que apurarla. Habrá que bebérsela. Porque los millones conseguidos en Bruselas no purificarán las heces que vendrán desde el Azud de la Marquesa. Por mucho que se haya querido vender la subvención como depuradora, las aguas miasmáticas del Azud, esas que matan a los peces, son las mismas aguas miasmáticas de antes. Malsanas. Porque con subvención o sin subvención, donde el Júcar se muere, las aguas son veneno. Así, difícilmente estos líquidos podrán salvar del agotamiento a los acuíferos de Villena. Esos acuíferos que ya tiempo huelen a sal.

Cuando escribimos, sólo 10 hectómetros cúbicos de los 80 hectómetros cúbicos a trasvasar, sólo 10, están vendidos. Todo un derroche en infraestructuras. Porque para baldear calles y regar jardines con agua podrida del Azud, ya tenemos nuestras letrinas. Aquí, el agua que falta es agua para beber y agua para –si en verdad queremos ser diversos en Economía– desarrollar fórmulas agrícolas competitivas y modernas que salvaguarden el campo, la huerta, como espacio de interés cultural, ecológico y económico. Si no, será la sed. El desierto.

6-5 ¡Hemos ganado! —dicen. Y tendremos que taparnos la nariz porque las infraestructuras del corrompido trasvase Júcar-Vinalopó, esas infraestructuras que nuestra alcaldesa ha defendido en Europa con las siglas en los pendientes, son la copa de los meados. Así, ya pueden celebrar el éxito por conseguir los dineros para el pulido continente. Pero en la copa de los meados, el contenido son excretos. Son líquidos corruptos que tendremos que tragarnos los que –esto dice la tonada– hemos perdido. Y ahora sí, ahora que se baldeen las calles con lo putrefacto. Y sólo nos falta que el baldeo se haga, en invierno, de madrugada; para que con los hielos que se formen con las humedades mefíticas, resbalándonos, nos rompamos la crisma. La crisma y el alma.

Esto, si la mierda cuaja. Esto, si aún nos queda –como pueblo herido– dignidad, alma.

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