La estación
Los espacios sin alma son lugares que en la percepción personal aumentan conforme pasa el tiempo
Si ayer y anteayer fue el ferrobús, no olvidamos la estación. Espacio, ahora sin alma, en el que tanta vida vivimos. Utilizamos lo de "sin alma" copiándole la expresión a nuestro amigo Rafael Román García, él la usó por motivos muy emotivos cuando la remodelación de la plaza de toros; glosándola en una entrañable carta al director, titulada "El ruedo destruido. Una plaza sin alma", en este EPdV nuestro. De aquella misiva, por su significado valor, se hizo eco el historiador César López Hurtado comentándola en el libro La fiesta de los toros en Villena. Orígenes y tradición.
Lo de "sin alma" también nos suena –nunca mejor dicho– por aquella canción de tremenda letra que Richard Cocciante hizo famosa en 1974, Bella sin alma. ¡Menuda rociá! ¡Menuda reprimenda in crescendo! Pero el sin alma que nos sirve hoy, acordándonos de aquel texto de Rafa Román, es para los espacios, contrastando la estación que antaño vivimos frente a la actual.
Los espacios sin alma son lugares que en la percepción personal aumentan conforme pasa el tiempo, espacios que transformándose las ciudades –y no necesariamente a peor, o sí– se convierten en lugares donde no nos reconocemos. Así también en Villena el Paseo, el Parterre, la Plaza Vieja o… ¡Muchos! Va con envejecer. Y quien dice Villena dice Madrid. Porque el Madrid que recorro desde la Puerta del Sol, pasando por la plaza de Canalejas y subiendo por cualquier calle hasta la plaza Santa Ana, tampoco lo reconozco. Empezando por la desaparecida librería San Martín, Puerta del Sol 6, donde el magnicidio de José Canalejas, y transitando por el callejón del Gato, calle Álvarez Gato, donde los espejos alimentaron el esperpento y que ha derivado en… ¡Esperpento! Si bien, en nuestra última visita a la capital observamos esta calleja mejorada gracias a la existencia de un atractivo restaurante-coctelería.
Regresando a Villena, regresando a la estación y aledaños como la edificación exenta de los urinarios, como la estación pareja de la VAY, como el jardincico de los enamorados, como el edificio de la Electro-Harinera… Regresando al pasado, viviendo tan cerca de la estación y de las vías como vivíamos, el tren, los trenes, los vagones jubilados en las vías muertas… todo fue un espacio familiar. Tanto cuando disfrutábamos en la infancia en el Carril como viviendo en el Paseo. En el Carril dejándonos caer por donde el paso a nivel hacia el paraje de los Altos de la Condomina. En el Paseo, la estación, por donde aún aquellos enormes depósitos de agua para surtir a las locomotoras. Vías y estación fueron lugar de entretenimiento. Muchos domingos bajaba allí con mi padre.
Veo ahora el mucho movimiento que había, los empleados de RENFE, la cantina, el jefe de estación, algún espontáneo mozo de equipajes, el quiosco de prensa, el limpiabotas y… Gentes yendo y viniendo, yéndose y llegando los trenes. Y veo ahora a Antonio, el Puntero. Antonio Espinosa Muñoz, patriarca de esta familia dedicada a las chucherías, brocerías que decimos en Villena. Con su chaquetilla blanca, como su pelo; la cara sonrosada y aquella cesta de mimbre con brocerías, cuerno de la abundancia a los ojos infantiles.
Hace diez años, cuando la movida de Los 50, un Tesoro, escribiendo sobre el Paseo lloramos la muerte de Pedro Espinosa Soriano, Puntero hijo de Antonio el Puntero. Nos lo recordó Jesús Carrasco Belmonte, nuestro amigo de siempre. Pedro falleció con cuarenta y ocho años. Sirvan nuestros recuerdos en homenaje a quienes de nuestra quinta del sesenta y tres no cumplieron los cincuenta. También para quienes tristemente no nos han acompañado hasta los sesenta. In memoriam.