El Volapié

¡La faaaaaaaaalta!

Es cierto que la palabra que describe de un modo más gráfico la patada que Juan Richart le ha pegado al brasero, es el órdago. Órdago a la grande, a la chica y a la madre que las parió a las dos. Pero como estamos en Villena, el órdago pertenece al Mus y además vamos entrando en el comienzo de los campeonatos de truque que se celebran en cada comparsa con motivo del Ecuador Festero –ya podemos ir llamándolo Mig Any–, se me antoja más divertido eso de echar la falta.
Pasan varios días desde que redacto esta columna y la presento, hasta que nuestro trabajo ve la luz. Habitual y semanalmente es inocuo, puesto que esos días de transcurso no suelen alterar el sentido de la misma. Sin embargo, estamos ante tal pedazo de noticia que mucho me temo que el artículo pueda llegar desvirtuado. Y más todavía porque hasta este momento no se han hecho públicas más reacciones que la oficial del Departamento de Comunicación del Ayuntamiento. Si llegase tal caso, ruego a mis lectores que sepan disculparlo.

No voy a entrar en las razones que llevan al citado concejal a adoptar su contundente decisión, porque nunca estuvo la ocasión tan calva para aplicar el maquiavélico dogma de que el fin justifica los medios.

Desde hace mucho vengo gritando por la reforma política en múltiples vertientes, y una de ellas es la de la supresión de los cargos de confianza. De modo que no puedo expresar nada más que felicitar a Richart por su decisión, desear que hubiese muchos más políticos plantándose sobre la mesa para este mismo fin –fuesen cuales fuesen las razones de cada uno– y pedirle que se mantenga firme. No te rajes, por favor.

Nadie en su sano juicio puede pensar que los políticos van a acabar con los cargos de confianza voluntariamente, sin derramamiento de sangre y sin vender cara su vida, porque la administración es una bolsa de trabajo para sus familiares y allegados. Sangre y vida, metafóricas. La bolsa tan real como la vida misma.

Cambios de esta magnitud sólo pueden venir por maniobras de carambola y muy a pesar de la casta política, como es este caso un claro ejemplo.

En el truque gana la partida quien llega primero a treinta chinas –quince buenas y quince malas– y la falta se echa cuando uno lleva un buen envite o cuando cree que –sin llevar tal jugada– el otro se echará atrás. No siempre gana quien la echa la falta y la única garantía de victoria son las treinta y tres de mano.

Al llegar a este punto toca esperar un poco más porque no se puede saber quien lleva las cartas que otorgarán la victoria en este duelo, pero deseo fervientemente que estén en manos del que reta, porque la reducción de cargos de confianza es buena para cualquier institución.

En cambio, si va de farol sólo será él quien lo lamente, pero algo me dice que sí lleva treinta y tres. De mano. Ya era hora.

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