De recuerdos y lunas

La pintora de sueños

Nunca he visto a Drácula morder en el culo. Los Drácula que más he visto, los encarnados por Christopher Lee, siempre mordían en el cuello. Poniendo ojos libidinosos para dejar esas marcas como cráteres cercados de violeta y postilla. El Nosferatu de Murnau, a pesar de la fealdad de Orlok, también tiene un punto de pícaro lascivo. El Drácula de Coppola ya me interesó menos porque es un Drácula que, siendo más Drácula de Stoker, me alejaba del Drácula de Lee.

En el Drácula de Bram Stoker se inspira el musical de Francis J. titulado "Catherine Harker. La pintora de sueños". Los que en algún momento de nuestra vida hemos sido forofos de Ken Rusell, director de "Tommy", director de "Lisztomanía", nada nos sorprende de lo que nos podamos encontrar en el género del musical. Pero viendo lo nuevo de Francis J. hubo momentos en que más allá de mayor o menor originalidad disfrutamos por un exquisito hacer. Hay puestas en escena que forman cuadros muy atractivos. Aquí se nota un buen trabajo del director artístico Miguel Pérez.

Desde el principio y a lo largo de la obra se nos ofrece un espectáculo en muchos instantes cargado de gran sensualidad. La sensualidad es lo que más se me quedó a mí la otra noche, superando en algunos momentos mucha intensidad seductiva. Aun curados de espanto como estamos comprendo que alguien pueda escandalizarse con ciertas escenas. Pero más creo yo por intensificarse los prejuicios personales con el hecho de estar viendo actuar a vecinos. Esto, a lo peor, inútilmente nos aturde. Yo las vi intensas, pero hermosas. A veces es más difícil marcar las fronteras entre lo sensual y lo pornográfico. Así en esta obra, porque por el tema que trata se camina sobre un límite resbaladizo. Para mí, que entiendo el sexo como caricia tranquila, por el vigor, algunos contactos me resultaron violentos. El Lee nos acostumbró a poseer a la víctima muy limpiamente. Sólo por el cuello. Por succión en estéreo con dos colmillos como cañitas para granizado con la única mácula que hemos dicho de los cráteres epidérmicos. Pero aquí, en lo de Francis J., el Drácula se la come poseyéndola en cuerpo y alma, en una escena que se la zampa todita como los íncubos de las literaturas medievales.

La música, heavy en algunos momentos que lo piden, acompaña bien las escenas. Y me gustaron unos vientos domados por Gaspar Ángel Tortosa. Luego hay canciones que gustan más, otras que gustan menos. Como pasa en todo musical. Para mí, una de las mejores, un trío que, terminado, me reprimí las ganas de aplaudir porque estábamos en la función de presentación para prensa y promotores y... No sé, me corté. Pero que conste que se me quedaron las ganas. Se lo dije luego a Francis J. al darle mi enhorabuena por su nuevo trabajo. Siempre enorgullece ver que estas cosas nacen donde uno nació.

Los actores bien. Creo un acierto de la apuesta la mezcla de gentes que provienen de distintas familias teatrales de la que Villena siempre ha estado nutrida. Cuando nos recibió Romualdo Moreno a la entrada nos recordó muy cariñosamente lo del veneno del teatro. Sin menospreciar otros roles, me quedo con el de Pepe Maciá que siempre me ha gustado mucho. Creo que borda un personaje central. Para mí el personaje más interesante de la obra. Pero entre tanto bueno, sí tengo un pero confirmado: No se puede cantar con dentadura accesoria. Del Drácula, por imposible vocalización con esas piezas caninas de quita y pon, nos perdimos el comprender algunas letras de sus canciones.

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