El Ordenanza

La recepción (El Caloret ataca de nuevo)

El Ordenanza. Capítulo 249

Escena 1

  • Cuéntamelo otra vez, Roque… ¡Porfi, porfi, porfi!
  • ¡Ya te lo he contado seis veces, Most! Además, eres mi alter ego, es como si hubieses estado allí.
  • ¡Pero me gusta oírlo! ¡Vaaaa! ¿Qué te cuesta?
  • Pues fuimos allí varias personas para presentar al President las novedades en las Fiestas de Moros y Cristianos, que son casi nulas. Íbamos yo; Paco, hecho un manojo de nervios; Galvañ; Mari Cruz, que no ha sido nombrada por ningún medio; Mari Carmen Martínez Clemor, que fue quien gestionó el encuentro y… no sé si me dejo a alguien… ¡Ah, sí! ¡Al José Luis Díaz, el concejalucho de Fiestas! Pues eso, allí estábamos esperando en la puerta, cuando a Paco se le ocurrió que, para matar el tiempo de espera, jugásemos unas partidas a los chinos. Yo le dije que no llevaba calderilla, a lo que él contestó que jugásemos con las tarjetas bancarias. Mari Carmen, que llevaba las uñas pintadas de naranja, como si añorase parte de su turbio pasado en Ciudadanos, admitió que no llevaba la cartera, por miedo a que se la robasen y Mari Cruz asintió amablemente y nos pasó cinco euros en monedas de 10 céntimos a cada uno. Admirados, pues ya pensábamos en jugar a «piedra, papel, tijeras» como alternativa, aceptamos su ofrecimiento, le hicimos el correspondiente Bizum (las deudas de juego se deben pagar cuanto antes) y procedimos a jugarnos los caudales. El concejal de Fiestas rechazó jugar, cosa que nos sorprendió tanto o más que Mari Cruz llevase esa cantidad de monedas encima, pues nadie le había dicho si quería jugar con nosotros. Es más, la verdad es que estuvimos toda la mañana haciéndole el vacío. Creo que se tuvo que volver en un BlaBlaCar, porque le dimos esquinazo antes de entrar en el párking para no tenérnoslo que traer de vuelta. Cuando llevábamos siete u ocho rondas, la puerta se abrió y apareció Carlos, entre un haz de blanca luz celestial, caminando como solo los líderes saben.  Nosotros, claro, dejamos de jugar de inmediato, nos pusimos en fila y nos cuadramos. Él sonrió, con esos incisivos, salidos del mismísimo trono celeste, asomando entre sus labios y, tomándome por el hombro, me dijo: ¿Tú eres Antonio Pérez, el alcalde de Benidorm, verdad? Yo, comprendiendo que un President de la Generalitat Valenciana se cruza con miles de desconocidos en su día a día, le perdoné al instante que no hubiera recordado mi cara de cuando le compré aquel cartucho de castañas, me identifiqué y Mari Carmen se apresuró a distraer su atención sobre mí presentándole a la comitiva, menos al concejal de Fiestas, que daba saltitos en torno al corrillo que habíamos hecho cacareando su nombre y su puesto en el Ayuntamiento. A estas alturas, nadie le hizo caso. Así, Carlos nos preguntó afablemente cosas como «¿qué marcha me lleváis, artistas?». Paco le contó nosequé de las Fiestas de Moros y Cristianos, que queremos que sean declaradas de Interés Turístico Internacional, que si pa’ aquí, que si pa’ allá, que si esto, que si lo otro, pero su mirada estaba fija en mis manos. El corazón me iba a dos mil rpm e intenté disimular mis nervios.  En uno de los breves espacios en que Paco intentaba humedecer sus labios, don Carlos se me acercó y me susurró al oído: «Oye, Germán, ¿cuando he llegado, estábais jugando a los chinos, verdad?». Asentí perdonándole, esta vez, que no recordase mi nombre. Entonces, soltó una sonora carcajada que reverberó en los altos techos del Palau de la Generalitat y nos espetó: «¡Ya podíais haberme avisao, que hace un collón que no echo una partidica!». «Lleva usted calderilla?» le preguntó al punto la atenta Mari Cruz. «Dona, soc el President!» respondió él, echando mano al bolsillo y extrayendo unos ochenta euros en monedas de diez céntimos. «¡Venga! ¡Pasad a mi despacho que tengo el aire acondicionao a tope!».
  • ¡Qué afable y campechano es!
  • ¡Y que lo digas, Mostoboy, pequeño súper héroe local, mi alter ego!
  • ¿Por qué hablas así, Roque?
  • Porque, con las casi 650 palabras que llevamos de capítulo y mi extenso relato, el lector no debe recordar a quién le estoy contando la recepción del President, Most.
  • ¡Ah!

Escena 2

  • Fue entonces cuando, el concejal de Fiestas intentó meter la pata: esperó a que la puerta del despacho se cerrase para preguntar a bocajarro a O Rei Mazón por la concesión de licencias para las plantas fotovoltaicas. Hubo un silencio tenso. Se podía oír el leve silbido del aire acondicionado filtrándose por las rejillas. Se podía escuchar claramente, incluso, el sonido del sudor de los poros de Paco abriéndose paso hacia su blanca camisa. Pero Carlos es un hombre de recursos y un político admirable, de los que saben salir de cualquier tipo de situación: «¿Pero tú eres Concejal e Fiestas o de qué coño eres?», le dijo. El concejalillo palideció y no volvió a abrir la boca.
  • ¡Guaaaaaauuuuu!
  • Sí, Most: Carlos Mazón es un hombre de los que ya no se fabrican.
  • ¿Y qué pasó luego?
  • Te lo puedes imaginar: jugamos a los chinos, contamos chistes verdes, nos hinchamos a cubatas… Lo que viene siendo una recepción a la antigua usanza. ¡Como en tiempos de los Zaplana, Trillo y el caloret de Rita.

Escena 3

  • Señor alcalde, ha llamado don José Luis.
  • ¿Díaz?
  • Sí. Me ha comunicado que no se encuentra en condiciones de asistir al pleno de hoy. Tiene una crisis de autoestima y de personalidad.
  • Bueno, creo que podremos hacer el pleno sin él, Avelino.

(Votos: 4 Promedio: 5)

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