De recuerdos y lunas

La sandía

—Verde por fuera, colorado por dentro, pepitas negras, melón de agua. ¿Qué es? —Y el bruto contestó: —Almendritas saladas.

Evidentemente se trataba de la sandía pero el bruto no lo pilló. Cierto es que podía haber alegado que no siempre la sandía es verde por fuera, que a veces tiene un verde jaspeado. Pero ni aún así, porque la adivinanza es adivinanza infantil que pronto aprenden los más pequeños que, antes de que termines de formulársela la segunda vez, te dicen: "¡La sandía!." Y el bruto demostró serlo más, porque agarrándose al enunciado podía haber dicho "melón de agua" que es también denominación válida para decir sandía. Como lo es patilla, melancia o melón de Argel. Denominación esta última que se utiliza en valenciano: "meló d'Alger". Una popular canción dice: "Paco, la burra s'ha mort / i l'han colgà en un femer, / i ha eixit una melonera / amb quatre melons d’Alger." O también, en catalán, "meló de moro". Seguramente por lo de Argel. O también, "meló d'olor". Esto en Mequinenza, donde el Aragón catalanoparlante. Donde confluyen el Ebro, el Segre y el Cinca. Donde las fiestas septembrinas en honor a la Santa Agatoclia, la mártir a quien cortaron la lengua para que dejara de publicar su fe mientras sufría martirio. Lengua que muestra en su mano con la indiferencia al dolor que muestran los mártires en sus iconos.

Evidentemente, la adivinanza, trataba de la sandía, ese fruto generoso con el que, como decía mi abuelo Mateo, comes, bebes y te lavas la cara. Esto último cuando se come ansiosamente a dentelladas cogiendo una buena tajada para morderla de extremo a extremo como quien chifla una armónica o una flauta de afilador. O una flauta de Pan. Porque la sandía es, sin discusión, fruto generoso. Y especialmente agradecido para los postres en verano. Una fruta "para refrescar, para quitar la sed al sediento; (...)" se escribe en el precioso libro ilustrado "Las frutas" de Jacques Brosse (Biblioteca de la Imagen, 1998). Que aún dice más sugestivo porque dice que incluso exponiendo la sandía al sol abrasador "su pulpa se mantiene fresca como el agua de una alcarraza, y sin duda por la misma razón la evaporación controlada genera una refrigeración."

La imagen más fresca que tengo de la sandía es imagen lejana de la infancia. Fuimos a pasar el día a la Font de la Coveta, entre Bañeres y Bocairente, donde sitúan uno de los nacimientos del río Vinalopó. Y justo en la cueva del pequeño manantial, allí donde se acuna el río que no nos llega si no es en avenida, había aparentemente abandonada una enorme sandía. Perfectamente las hay que pueden superar los cincuenta centímetros por treinta y pesar diez o quince o hasta veinte kilos. Allí estaba refrescándose atada con un cordel para que no corriera el riesgo de que la arrastrara la pequeña corriente. Si bien, me parecía a mí, que más riesgo corría por las gentes domingueras. Porque verdaderamente era apetecible. Pero no quedaba lejos su amo porque pronto una voz nos advirtió de que lleváramos cuidado con el melón.

La calidad de las sandías siempre era un misterio. Dicen que una sandía está madura cuando la parte de la corteza que rozaba la tierra tiene un color amarillo cremoso. Nunca blanco ni verdoso que indica precipitación en la recolección. Mi madre, para ver si era buena o no, le daba unos golpecitos con los dedos. Si sonaba hueco, decía, era buena. Si no, no. Un crujido al abrirla, resquebrajándose apenas la punzada, advertía su dulzor y excitaba el deseo de probarla. Era agosto y la calor.

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