El Ordenanza

La Sinda

El Ordenanza. Capítulo 60

Escena 1

Que el verano acaba el 21 de septiembre es sólo en forma: el principio del noveno mes marca el inicio del curso lectivo, con todo lo que ello implica.

A la vuelta al cole se le suman las recurrentes colecciones de tanques a escala 1:150, los maravillosos cascos de la antigüedad en miniatura, los bloques de metacrilato con bichicos dentro o las indispensables Enciclopedias Álvarez, totalmente actualizadas a 1966, muy útiles en los días que corren. El mundo gira y septiembre es la prueba.

  • Parece que el tiempo ha cambiado ya, Avelino.
  • Ya se sabe: a finales de agosto y principios de septiembre, las noches ya son frescas.
  • Sí.
  • Sí...
  • Bueno, me voy para casa, que hoy se ha hecho un poco tarde con el pleno y voy con la bici.
  • ¿Quiere usted que lo acerque, Señor Alcalde?

Escena 2

  • Muchas gracias, Avelino, pero si me dejo la bici aquí, mañana me tendría que traer mi padre y, la verdad, no lleva demasiado bien dejar a mamá sola.
  • ¿Se encuentra bien su madre?
  • Dentro de lo que cabe, sí. Gracias de nuevo.
  • No hay de qué, hombre.
  • Bueno, nos vemos mañana, Avelino.
  • Hasta mañana, Señor Alcalde. Lleve cuidado.
  • Descuide.

Pedalear por la noche es gratificante, sobre todo si se tiene el coche en el taller y no tienes otro modo de locomoción. Es una opción ecológica y despeja mucho, dado que la temperatura es agradablemente templada en esta época del año.

El camino hasta la casa de la primera autoridad local no es demasiado largo, apenas unos cinco kilómetros. Bordea uno de los barrios periféricos de la ciudad y atraviesa un pequeño bosque de pino carrasco, para acabar en un pronunciado repecho que da paso a un falso llano, el cual termina, prácticamente, a las puertas del hogar familiar.

Metro a metro, nuestro primer edil, montado en su vehículo oficial, va dejando atrás las últimas casas de la población y encara el corto trecho que le separa del bosquecillo, cuando una niebla empieza a hacerse visible ante él, mortecina, anémica y ligeramente verdosa.

No es húmeda, sino más bien como... cera. Se adhiere a la cadena de la bicicleta y va consiguiendo que cada pedalada sea un poco más costosa que la anterior. La ropa, la cara y el pelo del alcalde se cubren de una fina capa de esta siniestra neblina. La luz situada en el manillar empieza a fallar, al mismo tiempo que un escalofrío va ascendiendo por la espalda del ciclista. Se inquieta. Apenas puede divisar la carretera y el pedaleo se está complicando mucho, por culpa de la pegajosa nube cetrina, que traba y entorpece el avance del vehículo, del cual se tiene que apear definitivamente para seguir avanzando.

Repentinamente, una fulgurante luz se interpone entre el conjunto de árboles y él. Aunque le parece rebajarse al nivel de Tita Cervera, cree adivinar algo así como el Manto de las Indias de Nuestra Señora.

Recuerda entonces el asunto aquel del aciago episodio con las setas (capítulo 15, despistado lector) y decide que nada de esto le está pasando realmente. Todo es fruto de su sugestión o, en todo caso, de que está flipando por la inhalación de gases nocivos, emitidos desde la no muy lejana planta de residuos. Cualquier explicación conspiranoide le parece más creíble que lo que, supuestamente, está viviendo: de pronto se ve a sí mismo vestido de masero.

Incluso sabe que el coro angelical que acompaña a la visión en estos momentos, es irreal, aunque la tonadilla es muy pegadiza... “ya no va la Sinda por agua a la fuente, ya no va la Sinda, ya no se divierte...”, que sirve de cómodo colchón musical para la voz, excesivamente metálica, que (juraría) sale del ente sobrenatural y se dirige inequívocamente a él.

  • Alcalde, creo que por este año, los habitantes de la ciudad ya han tenido suficiente austeridad...
  • Perdone, Señora Aparición. Intente vocalizar un poco mejor o hable más despacio, que con ese efecto en la voz no se le entiende muy bien.
  • ¡Oh, vaya! ¡Creí que le había dado reverb!
  • No, no... lleva usted un vocoder como de mediados de los años ochenta.
  • Lo siento. Espere un momentico, por favor.
  • Vale.
  • ¿Qué tal así?
  • ¡Muchísimo mejor, dónde va a parar! ¡En su punto justo de reverberberación!
  • Que te decía que, por este año, la población de nuestra ciudad ya ha tenido bastante austeridad.
  • Bueno, no creo que hayan pasado más que en cualquier punto del país, Señora.
  • Ya, pero aquí lo de las fiestas ha escocido mucho.
  • Las circunstancias sanitarias mandan, Señora.
  • Sí, pero creo que el pueblo ya ha tenido bastante penitencia. Es mi deseo que se celebre el Día de la Esclavitud y el Festival de Folclore.
  • No creo que el tema del aforo sea un problema...
  • Pues yo voy todos los años y la pinada se pone bastante guay.
  • Gente mayor, en su mayoría...
  • Pero las autoridades sanitarias aconsejan que no se haga... además, ¿puede alguien decirme dónde está la cámara?
  • ¿No me tomas en serio? ¿Olvidas que soy la Alcaldesa Perpetua de la ciudad?
  • ¡Que sí, que sí! ¡Venga! ¡Ya podéis salir!
  • ¿Necesitas pruebas?
  • No, mi Señora, necesito cordura. Aunque usted sea una aparición real, no es coherente que nuestros ciudadanos corran el más mínimo peligro por mandato divino. ¿No tuvo bastante ya con la Novena?
  • ¡El pueblo me necesita!
  • El pueblo necesita que todo vuelva a la normalidad cuanto antes y, la única manera de conseguirlo es, sin duda, guardar la distancia de seguridad y usar la mascarilla, con o sin banderita nacional.
  • ¿Entonces te niegas?
  • Lo siento: no es no.

Escena 3

  • Despierte, señor alcalde. Hemos llegado a su casa.
  • ¡Oh! ¡Madre mía!¡Avelino!
  • Se quedó dormido nada más montar al coche y no quise despertarlo.
  • Avelino, creo que me he marcao un Los Serrano en toda regla... últimamente me falta tiempo para todo.
  • Tranquilo. Descanse y nos vemos mañana.
  • Gracias por acercarme. Muy buenas noches.
  • Buenas noches.

Dedicado con todo mi cariño al Grupo de Coros y Danzas de Villena. No ha podido ser el XXX esta vez, pero será a la próxima.

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