Apaga y vámonos

La Transición, muerta

Parafraseando a Isaac Rosa, Adolfo Suárez ha muerto, y con él la sacrosanta Transición Política. Casualidades de la vida (o no), el primer presidente democrático tras la dictadura (por mucho que se hable de nuestro primer presidente, lo cierto es que los de la II República también fueron elegidos por las urnas) fallecía mientras cientos de miles de personas, por no decir algún millón, tomaban las calles de Madrid como colofón a las Marchas por la Dignidad.
Por mucho que los medios oficiales y oficialistas se empeñaran en esconder la realidad, o en disfrazarla bajo la capa de las acciones de algunos cientos de delincuentes, lo cierto es que, mientras Suárez expiraba, un clamor –que pudimos seguir a través de los medios extranjeros y alternativos y las redes sociales– tomó las calles de la capital para certificar que el espíritu de la Transición –el consenso constitucional, el pacto común entre los españoles y sus diferentes estamentos políticos, económicos y sociales– se ha derrumbado definitivamente arrasado por una crisis económica bajo cuyos escombros hemos encontrado una corrupción institucionalizada y una casta dirigente que, aun disfrazada, es la heredada desde los tiempos de la dictadura. Atado y bien atado.
 
Imposible confiar en unos partidos mayoritarios que, sin excepción, fomentan la corrupción y protegen a sus corruptos en lugar de denunciarlos y ponerlos a disposición de la Justicia, institución más preocupada en proteger a sus colegas del poder político –llegando incluso a expulsar a los valientes jueces que lo intentan– que en defender la Ley. Imposible creer en la buena voluntad de una clase política que utiliza Cortes, parlamentos autonómicos, diputaciones y ayuntamientos para colocar a sus familiares y amigos y buscarse un retiro dorado en cualquier consejo de administración o contrata pública, pagando unos sueldos disparatados mientras se nos exige austeridad al resto, que cada día vemos más lejos la esperanza de cobrar una pensión mientras que a algunos les basta con calentar un sillón siete años sin abrir la boca…
 
Imposible creer en “nuestras” grandes multinacionales, que mientras siguen ganando miles de millones velan por Urdangarines o Ratos mientras nos amargan con sus siempre crecientes facturas y dejan a miles de familias desamparadas; imposible creer en una Monarquía hereditaria cada día más indigna, y por supuesto imposible creer en una Constitución intocable e inviolable –salvo que lo diga la Troika y el PPSOE la cambie corriendo para priorizar el pago de la deuda– que dice que “todos los españoles tienen derecho al trabajo” (art. 35) o “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada” (art. 47) sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza.
 
Dicen sus hagiógrafos que Suárez fue un valiente que rompió con el franquismo y nos trajo, de manera pacífica, la democracia. La historia dirá si tal afirmación es o no cierta, pero como no aparezca pronto un nuevo valiente que dé un golpe en la mesa y cambie pronto el rumbo de las cosas, tal vez la próxima transición no sea tan pacífica. La calle es una olla a presión. Y la paciencia tiene un límite. 

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