De recuerdos y lunas

Ladillos-Ladillas

Que por lo que decíamos la semana pasada, el lenguaje no siempre se presta a jugar a construir femeninos acabándolos en "a" a partir de masculinos acabados en "o". Por ejemplo, no cambia de sexo "ladillo" por decir "ladilla". Porque el primer término, salvando que puede ser diminutivo de "lado", se refiere en su acepción impresora o periodística a esa composición breve –copio RAE– que suele colocarse en el margen de la plana, generalmente para indicar el contenido del texto. También, en el campo semántico de los carruajes, el ladillo se corresponde –RAE dixit– con la parte de la caja del coche de caballos que estaba a cada uno de los lados de las puertas y cubría el brazo de las personas que iban dentro. La RAE, embalsamándolos, define algunos términos en pasado ("estaba"... "cubría"...) consciente de que son historia.

Por su parte, el segundo término, "ladilla", al margen de otras acepciones que no nos entretenemos en señalar, se refiere al Pediculus pubis o Phthirus pubis que, por seguir con la RAE, se trata de un insecto anopluro, de dos milímetros de largo, casi redondo, aplastado, y de color amarillento, que vive parásito en las partes vellosas del cuerpo humano donde se agarra fuertemente por medio de las pinzas con que terminan sus patas, que se reproduce con gran rapidez y sus picaduras son muy molestas. El María Moliner lo considera particularmente parásito de las partes vellosas del hombre. La molestia de las ladillas ha procurado que en el habla popular argentina, cubana, uruguaya y venezolana se diga "ladilla" a la persona o cosa muy fastidiosa.

Pero no pretendíamos hoy discursos semánticos ni entomológicos, lo que traía nuestras letras es, precisamente en torno al juego que podría permitir ladillo-ladilla, una experiencia docente que nos confirmó la pobreza del vocabulario de los adolescentes con los que trabajamos. Y ya no digo que, no pocos, el curso pasado, leyendo un texto divulgativo, nos preguntaron qué significaba "ladera". Así estamos. Así nos va. La indigencia léxica de los adolescentes no permite chistes en la clase. Al respecto de "ladillos" recuerdo que hace unos cursos pretendí una broma cuando al explicar lo que eran insistí en que no se confundieran con "ladillas". Pero nadie se rió. No hubo ni risa ni sonrisa. Ni siquiera un relajo cómplice apreciando la broma –la distensión– del profesor. Y para mí fue frustración. Sentimiento ridículo, desolación y... Y a seguir la clase, que para esto nos pagan, bufando en cada coma. Que es duro este pan.

Así trascurren nuestros días que por falta de vocabulario en nuestro público, nos fracasan los guiños y las ironías. Que sólo saben, sin sentido para el personal que atendemos, a ridículo. A idiotez. Y sólo me consuelo pensando que la falta de respuesta en este caso recordado de las ladillas se debe más a nuestro progreso en la higiene que al analfabetismo.

De cualquier modo, cuando esto pasa, siempre me recuerdo que no he aprendido la lección que tenía que haber aprendido cuando empecé a dar clases. Entonces, un día, trabajaba con un texto de Marguerite Yourcenar, concretamente con un fragmento de "Memorias de Adriano". En el texto aparecía la expresión "populacho sirio". Trabajándolo, un alumno levantó la mano y preguntó con educación: —Maestro, ¿qué es populacho?— Y el maestro, que era yo, recién licenciado, con cierta sorpresa por la pregunta pero servicial y no menos pedante, con esa petulancia que da el haber terminado una carrera, dijo: —"Populacho" es un despectivo de pueblo.— Satisfecho conmigo mismo, cuando creía finiquitada la duda, otro, menos formal, espetó: —¡Eh maestro! ¿Y qué es "despectivo"?

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