Opinión

Las cabañuelas de Nostradamus

El pasado domingo recibí una agradable visita. La verdad es que cualquier visita, cualquier signo de vida, se hace agradable por estos lares. Se trataba de un matrimonio de testigos de Jehová que había salido en busca de adeptos a los que ofrecer información bíblica. Al parecer, habían estado recorriendo todas las calles de Villena, habían llamado a los timbres de todas las casas, pero no habían encontrado ni un alma con la que conversar. Yo enseguida les expliqué que era el domingo del Ecuador y que todo el mundo se encontraba en La Virgen celebrándolo.
El matrimonio venia acompañado por un niño impoluto, perfectamente peinado, vestido con traje y corbata estilo sastrería Calvo. El caso es que el niño era un portento en materia del Antiguo Testamento, y nada más verme comenzó a hablarme con todo convencimiento sobre asuntos tan poco infantiles como el aborto, la eutanasia, la transexualidad o la proximidad del fin del mundo. Después de tres horas, cuando terminó de hablar, me ofreció una revista denominada Atalaya para que la leyera. Yo le ofrecí el último número del Salvatierra News. El niño me hizo un gesto de complicidad. Quedamos en volver a vernos.

El caso es que, cuando llegaron, me sorprendieron leyendo un libro titulado “Las cabañuelas de Nostradamus”. Uno de mis libros de cabecera, en el que el gran agorero Nostradamus ya dejaba entrever que durante la celebración del Ecuador Festero del año 2006 se produciría un fenómeno atmosférico denominado céfiro o ventolera, capaz de arrastrar consigo un fez desde La Virgen hasta Villena sin tocar el suelo. El libro, para quienes estén interesados en él, narra en un lenguaje desconcertante y apocalíptico escenas como las de un hombre que no ha dormido en toda la noche, que ha empalmado con el Ecuador y que ha perdido el fez por culpa del viento. Tras quedarse sin fez, el hombre, acostumbrado desde niño a echarse colonia en el pelo, provoca un espeluznante remolino de caspa, desencadenando con ello el caos entre todos los asistentes a la final del concurso de ajo y gachamiga. Este huracán de caspa, este tifón escamoso, unido a un insoportable olor a cuero cabelludo, provoca en los ojos de los asistentes un escozor y un lagrimeo insoportables que les impedirá presenciar el desenlace de la gran final.

En este mismo libro, Nostradamus profetiza también que, a mediados del siglo XXII, el patio del Santuario dispondrá de dieciséis placas de vitrocerámica dotadas de modernos sistemas de inducción. Con ello, se eliminará el uso de gavillas, de papeles de periódico, de troncos de leña y de trozos de palé para generar fuego. De este modo, y gracias a la vitrocerámica, no será necesario tener que ir buscando “reselicos” para encender la lumbre y se evitarán también toda clase de quemaduras y desperfectos en las chilabas y en los delantales.

Llegados a este punto, quisiera anticiparos que el Ayuntamiento de Villena tiene pensado publicar en breve una guía práctica con todos los lugares y rincones de Villena en los que hace resel. La guía, de carácter gratuito, servirá de gran ayuda para todas aquellas personas que quieran encender una traca, lanzar una bengala cuando marca el Madrid, fumarse un cigarro a las puertas del trabajo o hacerse una gachamiga en medio de la calle.

Siguiendo con el libro, podemos decir también que Nostradamus augura que llegará un momento en el que el minipimer sustituirá al brazo humano a la hora de realizar el ajo, y se atreve incluso a pronosticar la existencia de robots programados para su cata. Por ello nos habla de pequeños androides barrigudos con ponche en las venas, dotados de revolucionarios sistemas informáticos que les permitirán, en tan solo unos segundos, degustar, procesar y escanear todo clase de ajos y aliolis para su posterior análisis y valoración.

En cuanto al tiempo que hará durante las próximas fiestas, no se preocupen. No habrá lluvias que arrastren sillas, ni granizo que abolle los cascos de Cristiano. Las cabañuelas de Nostradamus aseguran este año sol y buen tiempo. Aunque eso sí, no se fíen. Las cabañuelas, ya se sabe, no son una ciencia exacta.

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