El Volapié

Las cosas redondas

En los años mozos, durante la movida de los ochenta, era mi amigo Javier López de Lorenzo uno de mis principales proveedores de música en lata. Música en conserva durante el invierno. Uva y vino de la Cooperativa en vaso palmero para la guerrilla. Grupos independientes, maquetas, videos y conciertos de grupos que en algunos casos eclosionaron para encaramarse a lo alto de los carteles y otros que terminaron en nada.
En uno de aquellos discos de un antiguo material llamado vinilo, ¿recuerdan?, un niño y una niña con caras de malo anunciaban “El pecado original”: Los bólidos, Aviador Dro, El humano mecano, Gabinete Caligari, Los Nikis… Conservo la grabación original y cada vez que la escucho me doy el gustazo de hacer un flashback veinte años atrás, y vuelvo a aquellos veraneos en la Virgen, con menos mosquitos que después de Pastor, mucho que estudiar y poco dinero para las fiestas de septiembre, ahora llamadas “la fiesta”.

Uno de estos grupos se llamaba Las sectas, y en una canción afirmaban haber buscado calor en varias sectas pero el sabor sólo estaba en las cosas redondas. Ciertamente el calor, el sabor y el color están en las cosas redondas: Las Tierras y las lunas, los planetas y satélites, las bocas redondas, las olas y los demonios del mar, las tetas redondas, los meandros y las cascadas, el perfil de los animales, las laderas y las colinas, las virutas de jamón serrano bien cortado, la espuma de una caña tirada con afición, el morrillo y el balcón que forman las astas de un corniveleto, un muletazo por abajo, el puyazo delanterito sobre la raya del tercio, un par de banderillas al sesgo y la estocada en la cruz, el culazo de Elsa Pataky, el Tesoro de Villena y los orejones de la dama de Elche, las rosas y las gaitas, la funda de un feto, una cara guapa, la cuchara, el tenedor y el cuchillo, el bicornio y los vuelos de una capa, el Santo Grial y el vaso en el que bebió Cristo su último trago, el pan casero ese que ya sólo cuece Cuartilla y la natillas con lengüetas del Sol que hacía mi abuela.

Las líneas rectas son un invento del hombre. Las líneas rectas no existen en la naturaleza. Las líneas rectas son un invento que el hombre ha necesitado para construir el progreso. Las líneas rectas aparecen por primera vez de modo significativo y sin ánimo de ser riguroso cuando los egipcios construyeron sus monumentos funerarios. Las líneas rectas no existen en la naturaleza excepto al final del mar, cuando éste se junta con el cielo en el horizonte.

El hombre se ha valido de las cosas redondas y ha creado otras a su semejanza, porque ha necesitado monedas, manos y morteros, ruedas, poleas, tornos y tornillos, barcos de vela y hélices para los motores, arcos, flechas, campanas, campanillas y bóvedas para alzar los edificios a Dios y exaltar la vanidad humana.

La geometría nos enseña el valor de las formas perfectas, de las dimensiones útiles, de las proporciones coherentes y de los equilibrios construidos por el hombre, entendiéndose en todo caso al hombre como un ente genérico compuesto por varones y hembras, sin la zapaterista cuota marginal de participación. Como anécdota un tanto misógina pero basada en hechos reales, les contaré que mi profesor de álgebra estaba convencido de que los chicos disponíamos de una mayor facilidad para asimilar los conocimientos de geometría y dibujo diédrico gracias a nuestra afición a tirarnos piedras entre pandillas, algo que las chicas en rara ocasión hacían. ¡Si el Huerto Real hablase!

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