Ya les hablé en el momento de su publicación y en sendas columnas de dos cómics verdaderamente excepcionales: The Black Holes (2018) y el más reciente Grito nocturno (2022). Pero el hecho de que este último fuese galardonado posteriormente con el Premio Nacional de Cómic y que hace unos meses su autor, el extremeño Borja González, publicase la tercera y última entrega de la trilogía, de título El pájaro y la serpiente, aconsejan volver una vez más sobre los anteriores para reflexionar y recomendarles esta obra total al completo; porque, les adelanto ya, estamos ante lo que me parece uno de los más grandes logros de la historieta contemporánea... y no pienso ya solo en la de autoría española.
El autor de la también muy recomendable La Reina Orquídea (2016), que pasó injustamente desapercibida en su momento pero que ya adelantaba el particular universo creativo de su responsable, ha concebido “Las Tres Noches” -que así se titula el conjunto de obras que nos ocupa- como una narración a medio camino entre el slice of life de tono costumbrista y el relato fantástico de atmósfera onírica y estructura fragmentada. Y es que los distintos momentos del devenir temporal se entrecruzan y los nombres de las protagonistas (todas ellas son mujeres) se repiten sin que podamos estar seguros de si se trata de los mismos personajes, de distintas encarnaciones de un mismo ser en épocas diferentes o de caracteres totalmente individuales; son todas ellas chicas jóvenes que, según la época que les ha tocado vivir, parecen escapadas de una novela de Jane Austen o del Scott Pilgrim de Bryan Lee O’Malley pero que están a su vez encerradas en un laberinto espaciotemporal digno de un Borges o un Alain Resnais.
Así, en The Black Holes -homenaje a la obra maestra de Charles Burns mediante- se nos presenta a las tres jóvenes integrantes de la banda de punk amateur cuyo nombre da título a la obra. Ellas son Laura, Gloria y Cristina; y habitan en una línea temporal, fechada en 2016, que parece estar estrechamente relacionada con la del año 1856, cuando una chica llamada Teresa descubre la presencia de lo que a simple vista parece ser un esqueleto viviente en mitad del bosque. Ya en esta primera entrega de la trilogía quedaban bien patentes los rasgos del estilo de su autor que ha terminado confirmando su producción posterior: si me perdonan la autocita, me refiero a “el retrato veraz del espíritu (post)adolescente, un muy buen oído para los diálogos, una poderosa capacidad a la hora de manejar metáforas poéticas y elipsis narrativas de la que deriva su particular querencia por lo enigmático... y ese muy personal estilo gráfico de líneas sencillas y personajes que, pese a carecer de rasgos faciales, resultan muy expresivos gracias a la fusión de los lenguajes verbal y corporal”.
Hubo que esperar cuatro años para descubrir que lo que creíamos un relato autoconclusivo no era más que el arranque de una propuesta mucho más ambiciosa: el año pasado vio la luz Grito nocturno, hoy flamante Premio Nacional y quizá mi entrega favorita de la trilogía. La historia está ambientada en la pequeña ciudad de Kendwick, donde tiempo atrás desapareció una camarera llamada Cristina, y vuelve a estar protagonizada por tres personajes femeninos: Teresa es una aficionada a la literatura fantástica y el ocultismo que regenta una librería especializada en dichos temas, mientras que Matilde es una adolescente retraída que compra habitualmente en su negocio y con la que aquella entablará una peculiar relación de amistad. El tercer vértice del triángulo es Laura, un demonio (sic) de apariencia femenina al que Teresa convoca durante un ritual arcano y cuyo objetivo primordial, además de leer mangas de forma compulsiva, es lograr que algún practicante de las artes oscuras la reclame desde Japón. Vuelvo a citarme prometiéndome a mí mismo que no voy a denunciarme por plagio: tras su lectura (o relectura, en mi caso), este Grito nocturno se revela como “una melancólica historia de fantasmas protagonizada por las ya muy reconocibles creaciones de su autor: criaturas siempre femeninas que hacen gala de unos diálogos verosímiles y sugerentes, y cuyo trazo evoca al de Mike Mignola pero con la particular característica de carecer de rostro. Pese a ello, y gracias a su dominio de la kinésica, son personajes sorprendentemente expresivos que se inscriben con fuerza en la memoria y el corazón de los lectores. Un logro al alcance de muy pocos... por no decir que de nadie más al margen del caso que nos ocupa”.
Ahora, finalmente, esta gran historia que amalgama estilemas propios del gótico con rasgos de la cultura pop llega a su conclusión con la aparición de El pájaro y la serpiente, que supone (por el momento) el culmen de la obra de su autor. Estamos ante un álbum cuyo argumento es más complejo de resumir que el de las entregas previas, pues se integra en un proceso de viaje progresivo hacia la abstracción tan arriesgado como fascinante. Sí podemos señalar que esta vez el grueso de la historia se desarrolla en un tiempo pasado, en un universo cercano al de los cuentos populares de tradición oral popularizados por Andersen, Perrault o los hermanos Grimm, los poemas medievales y los clásicos de la literatura juvenil de Lewis Carroll; y en donde el lector es testigo del ir y venir de las damas que habitan en un castillo mientras los hombres de la dinastía familiar se han marchado del lugar durante unos días para participar en una partida de caza. Quien parece ser la protagonista de la historia es Teresa, una joven cuya rebeldía la lleva a oponerse a perpetuar ciertos ritos ancestrales marcados por una superstición irracional. Cuando un cónclave familiar se disponga a realizar una de estas ceremonias, la cual afecta directamente a su hermana Matilde, Teresa se enfrentará a sus mayores prometiéndole a la pequeña un final diferente para su historia en común; un final que les llevará a un tiempo y un espacio que resultarán extrañamente familiares para los lectores de The Black Holes y Grito nocturno.
En resumidas cuentas: El pájaro y la serpiente, donde se aprecia una considerable evolución en el uso de recursos gráficos por parte de su autor, es el colofón que una obra tan especial como “Las Tres Noches” merecía; la conclusión de un relato cargado de simbolismo -el autor nos regala una iluminadora clave al afirmar: “Mis personajes en realidad son estados de ánimo”- y que despierta en el lector una serie de sensaciones que van mucho más allá de la mera descripción de su argumento. Y mucho me extrañaría que a la hora de confeccionar las listas con los mejores cómics de este año que está a punto de finalizar, no se colocase en lo más alto de la mía. Por otra parte, también es una buena opción para regalar estas Navidades a los lectores habituales de novelas gráficas. Y precisamente de eso, de regalos idóneos para estas festividades, hablaremos en la columna de la próxima semana; les espero entonces.
The Black Holes, Grito nocturno y El pájaro y la serpiente están editados por Reservoir Books.