El Diván de Juan José Torres

Libia: intervención militar y mentiras inconfesables

Muamar el Gadafi es un dictador, pero no desde ahora que ha estallado la guerra, ni de hace unas semanas. Ha sido un tirano siempre, no en vano en nuestras próximas Fiestas cumpliría cuarenta y dos años en el poder. Invocan ahora los países aliados otra guerra para desterrar a otro líder sanguinario. No me gustan las muertes de civiles inocentes y apelo a la libertad de los pueblos; sin embargo, quisiera hacer reflexionar, como en cada columna, que nada es como nos lo quieren hacer ver, porque detrás de cada acción existe un interés, un aliciente alimentado por la hipocresía.
Que a este caudillo libio se le han cruzado los cables está fuera de toda duda, que se resiste a dejar el poder a costa de llevarse por delante a sus rebeldes clama al cielo y mejor hubiese seguido los pasos del líder egipcio Mubarak o el tunecino Ben Alí, huidos a la carrera. Pero no, levanta armas contra su pueblo y exhibe su fuerza provocando masacres. Ahora se escandaliza Occidente y quiere poner tierra de por medio, moviliza sus tropas y se embarcan los aliados en una nueva intervención bélica con excesivas dudas, pues alegan que no está en juego la inmunidad del iracundo Coronel, sino sólo evitar las matanzas.

Sin embargo el cinismo hipócrita hay que desenmascararlo una vez más. En septiembre de 2003 Aznar aceptó un regalo de Gadafi, un corcel de lujo de nombre “El Rayo del Líder” ; en junio de 2007 Zapatero visita al feroz dictador coincidiendo con el levantamiento de sanciones al Gran Jamahiriya Árabe; el uno de septiembre de 2009 y en el 40 cumpleaños de Gadafi en el poder, en una fiesta en la que derrocha 40 millones de dólares, le rinden pleitesía Miguel Ángel Moratinos, nuestro titular de Exteriores, Silvio Berlusconi, Hugo Chávez y el presidente palestino Mahmud Abbas, recibiendo el dictador agasajos y compromisos del abanico internacional.

Antes, en febrero de 2007, la empresa Repsol YPF anuncia el descubrimiento del mayor pozo petrolífero del mundo en subsuelo libio, capaz de extraer 450.000 barriles diarios. En diciembre de ese año Zapatero recibió al ahora indeseado Coronel en Moncloa, embelesado por el hombre que “devolvió la dignidad a su pueblo”, palabras de su discurso de bienvenida. Un año después Libia compra armas a España por un importe de 3,83 millones de euros, las mismas que utiliza para exterminar a su pueblo. Ahora, el 23 de marzo, el Congreso de Diputados aprueba una resolución que da luz verde a la intervención española con los aliados.

Yo, apreciados lectores de EPdV, detesto las guerras allá donde se desaten, odio cualquier matanza donde se ocasione, me entristecen los conflictos bélicos y quisiera que nunca más se produzcan. Pero denuncio con letras mayúsculas la HIPOCRESÍA.

Las potencias occidentales venden armas al mejor postor, mayormente a dictadores. Los tiranos no son de izquierdas ni de derechas, son encarnizados; se nutren y consolidan gracias a las ayudas y colaboraciones de los países mal llamados democráticos, porque tienen doble vara de medir y una doble moral. Con la boca grande son civilizados y demócratas, con la pequeña cierran un trato, aun con el diablo.

El terrorista más buscado, Bin Laden, hizo grandes negocios con la familia Bush años antes de liderar Al Qaeda; Francia sigue vendiendo armamento al rey de Marruecos Mohamed VI, a todo Occidente se le cae la baba con los negocios firmados con China. Estamos gobernados por políticos majaderos y mentirosos. Hasta el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, entregó a Gadafi las Llaves de Oro de la capital en diciembre de 2007 al “considerarlo un aliado en la causa de la paz y su rechazo de la violencia”. Y vendemos armas para contentar a chulos y reinventar guerras. ¡Qué bonito ejemplo!

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