Apaga y vámonos

Lo que se gana al perder

O lo que se pierde al ganar, que lo mismo me da. Ya sabemos todos que en la oposición hace mucho frío, más que nada porque en la política, como en el fútbol, para quedar segundo no me presento, que las milongas esas de “lo importante es participar” están muy bien en el colegio, pero en la vida real no nos las creemos ni hartos de vino.
Gobernar, y más aún cuando has recibido el apoyo indiscutible de tus vecinos, es sin duda motivo de alegría, ya que supone la culminación de un proyecto personal, de una vocación que en su día te llevó a afiliarte a un partido –o no– con la sincera intención de trabajar por los tuyos. También es un triunfo colectivo, la victoria de un grupo de personas que bajo un ideario común han decidido unir sus fuerzas para proponer, primero, y sacar adelante, después, sus proyectos. Además, gobernar es decidir, mandar. Y gestionar mucho dinero. Y tener la posibilidad de “colocar” a tu gente gracias al reparto de cargos de confianza y otras prebendas que existen a la sombra del poder.

No obstante, gobernar es también trabajar mucho, y eso significa quitarles horas a los tuyos. En su día, cuando la nueva Corporación se asiente y comience a rodar, preguntaré a nuestra nueva alcaldesa qué opina de la semana laboral de 35 horas, porque si no me fallan mucho las cuentas sus nuevos horarios de trabajo van a sumar un total de entre 70 y 80 horas a la semana, con suerte, que por aquello de la novedad no habrá asociación que se precie –festera, deportiva, cultural…– que no quiera contar con la presencia de la nueva representación municipal en sus respectivos saraos, que encima, en una ciudad del dinamismo social de Villena, son muchos y variados.

Del mismo modo, muchos de nuestros nuevos gobernantes van a pasar del agradecido anonimato de sus respectivos trabajos a la más absoluta exposición pública, y eso hay que digerirlo, que no es lo mismo estar tranquilo en tu despacho y lidiar con un cliente enfadado que tener que dar la cara casi a diario sabiendo que desde ya habrá más de uno afilando el cuchillo para soltar el hachazo llegada la ocasión. Y si no llega, alguno se la inventará, que nadie lo dude.

Por eso, conviene tener los pies en el suelo y no perder de vista lo que se pierde al ganar. Y por la misma regla de tres, y también porque el que no se consuela es porque no quiere, me consta que más de uno ha suspirado de alivio al recapitular y darse cuenta de lo que se gana al perder: horas libres para dedicar a sus familiares, amigos y aficiones; tranquilidad para afrontar la vida de otra manera, sin lugar a dudas más relajada, ya que no habrá que estar pendiente de las repercusiones que puedan tener todas y cada una de tus intervenciones, ya sea ante un micro o en la barra del bar donde tomas café; alivio al saber la pesada carga que te has quitado de los hombros, porque no es lo mismo tomar una decisión que te afecta a ti y a los tuyos que hacerlo sabiendo que de ella depende el futuro de casi 35.000 paisanos.

En definitiva, que más se perdió en Cuba, señora. Y que la nueva situación –para unos y otros– no es más que la lógica alternancia de un sistema democrático, algo que todo cargo público debería tener claro desde el día en que decide lanzarse a la piscina. Y es que, al fin y al cabo, concejal, alcalde o ministro no son más que eventuales discontinuos.

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