De recuerdos y lunas

Lo que vale la pena

El socialista portugués António Guterres –António Manuel de Oliveira Guterres–, personalidad política que merece atención por su dimensión humana, en una entrevista de 1998, siendo Primer Ministro de Portugal, realizó unas declaraciones que revelaban una sensibilidad pública y una convicción loables: "Hay muchas cosas que los políticos podemos hacer, por muy pequeñas que sean para nosotros, que son muy importantes para muchas personas. Y eso es lo que vale la pena."

Dicen los que han tocado el poder, dicen, que uno de los riesgos que se corre en la poltrona es el riesgo de que te absorban los grandes proyectos. También los pelotas, pero ya hablaremos de esto otro día. Sí, los grandes proyectos. Y que buscando la realización de esos proyectos, te olvides de las pequeñas cosas, esas que importan, día a día, a las personas. Uno se encierra porque necesita tiempo para resolver y, en ese encierro responsable, uno se escapa de la realidad más inmediata. Es entonces cuando el monstruo de lo grave nos devora. Porque convencidos de que se hace lo que se debe hacer y en servicio del obligado deber, uno se sabe muy ocupado por lo de los demás, pero se olvida de los demás. Y los demás, que siguen llamando a la puerta que no se abre, y se enfadan porque no se abre, al cabo aparecerán, a los ojos de quien tanto se desvive por ellos, como desagradecidos. Porque les dedicamos, sin ellos reconocerlo, todo tiempo. El nuestro y el de los nuestros.

La gestión local cada vez parece más complicada, pero si olvidamos a los ciudadanos, hemos roto el mejor cordón umbilical para relacionar al individuo con la res publica. Y si se rompe ese nexo que decimos del individuo con la cosa pública, apenas cabe lo social. Cuando a uno le ocupan grandes proyectos es normal que las pequeñas cosas le resulten insignificancias y, obsesionado por lo gordo, se abandone la atención de lo nimio. Pero la acera rota sigue siendo acera rota. El bache, bache. Y el contendedor hediondo, hediondo contenedor. Y la loseta que nos escupe fango a los camales un domingo, loseta inoportuna.

La gestión local se hace, o la hemos hecho, más complicada al priorizar grandes proyectos necesarios para el futuro de la ciudad sobre la atención de lo cotidiano que debería ser sagrado. Y lo cotidiano es tener las calles limpias y los jardines cuidados. Y la seguridad. Y la garantía en la ciudad de unos buenos servicios sanitarios, educativos, deportivos y culturales. Lo cotidiano, como se ve, no es poca cosa y menos poca cosa si incluimos la satisfacción de las necesidades de las personas en asuntos como la vivienda. Porque esas aparentemente pequeñas cosas que decimos tienen sus tripas. Por ejemplo, recoger la basura no sólo es recogerla, sino acumularla en algún lugar, tratarla, reciclarla... Lo que decimos, y no estamos diciendo otra cosa, es que la atención a lo macro nos puede ocupar tanto que nos olvidemos de lo micro y, ejemplos habría para no parar en muchos municipios donde al tiempo que se diseñan y proyectan grandes parques, los parques de siempre se mueren o... Una vez hecha una nueva infraestructura, se abandona. Me lo dijo una vez un político experimentado: "Hacer, hacer, se pueden hacer muchas cosas. Lo difícil es mantenerlas." El mantenimiento es lo cotidiano pero es fundamental. Y lo sabemos por nuestra casa o por nuestro coche.

Cuántas veces de aplicar criterios domésticos a las cosas de la ciudad, éstas funcionarían mejor. Y qué es la ciudad sino la casa de todos. ¡Ave María Purísima!... ¿Se puede?...

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