Local de comidas con encanto
Hice, sin saberlo ni quererlo, turismo gastronómico en la ciudad de Alicante, y encontré, cerca del museo, un tesoro
Ser acompañante de un paciente en un centro hospitalario da para mucho. Se aprenden cosas que antes ignorabas, valoras mejor los protocolos de los profesionales sanitarios y sobre todo, entre tantas horas muertas de por medio, te permite desarrollar la virtud de la paciencia. Las horas pasan tan despacio que surgen desde el principio dos opciones: o subirse por las paredes como consecuencia de la desesperación o tomarse el asunto con calma, pero en cualquiera de los dos casos se transmite a la persona enferma los estados de ánimo. Si el acompañante está estresado lo contagia al damnificado, que es más vulnerable; si por el contrario el compañero está relajado y sereno, transfiere tranquilidad.
Esta ha sido mi experiencia como acompañante, durante una semana, en el Hospital Vithas Perpetuo, al derivar la Agencia Valenciana de Salud a pacientes en régimen de la Seguridad Social a centros concertados. De esta clínica privada, de la que no tengo ninguna queja ni respecto al cirujano ni al personal laboral, guardaré siempre buenos recuerdos, a pesar de las desagradables circunstancias que conlleva cualquier ingreso hospitalario. Y de entre todas y cada una de las interminables horas, pesadas y cansinas que obliga la situación, la mejor sin duda ha sido la hora de la comida, y éste es el motivo principal que me ha impulsado a relatar este artículo y que no es más que un escrito de agradecimiento.
Frente a la entrada principal del Centro Vithas hay una plaza, la del Doctor Gómez Ulla, donde se ubica a la derecha el antiguo Perpetuo Socorro, ahora el admirable MARQ. Al final del parque y a la derecha, haciendo esquina con el museo, hay una cafetería de la que voy a omitir el nombre para no suscitar sospechas de apología propagandística. Ese local, que descubrí al primer día de estancia, es sencillo, limpio, bien ordenado y se respira un ambiente familiar; tanto es así que al segundo día de ir a degustar sus variados y excelentes menús, me sentía allí como si fuese un cliente de toda la vida. Sus arroces, sus canelones de atún, sus cocidos los sábados, son espectaculares; y los postres son caseros y deliciosos.
Ángel es el camarero y tiene palabras agradables para con todo el mundo, para los asiduos de siempre y para los novatos que, como yo, nos asomamos por allí una primera vez con cierto escepticismo. Atento, rápido, paciente, con excelente sentido del humor y respirando profesionalidad en cada acción, Ángel representa, metafóricamente, a esa pastilla de placebo que levanta la moral después del enclaustramiento en el centro clínico.
Pepe es el cocinero, que de vez en cuando deja la cocina para comprobar que todo está en orden y al gusto de todos. Entabla cortas pero agradables conversaciones y regresa a los fogones para seguir deleitando con sus platos a los agradecidos clientes. Presto siempre a una sugerencia, a responder alguna duda, a que estén cómodos los comensales, a sorprenderte con algún detalle no reclamado, a que las gentes que van allí a comer se sientan como en casa, mejor incluso que en casa.
Ellos dos, con la ayuda de otra persona, crean un entorno familiar y agradable que invita a repetir. Porque el secreto no está en servir una rica y variada gastronomía, la clave es propagar un halo de tranquilidad y confianza a los clientes, es dejar una estela que permanezca en el recuerdo para revivirla cuando sea posible. Y doy fe de que volveré algún día, aunque espero no sea en las desapacibles circunstancias de una hospitalización.
Como me dijo Ángel el último día al comentarle que le daban el alta a la persona a la que acompañaba: “Si no vuelves porque le dan el alta me alegraré, si vienes porque no se la dieron también me alegraré por tenerte de cliente”. Así, queridos lectores, ya saben: en las faldas del castillo de Santa Bárbara, en los aledaños del hospital Vithas, en una esquina de la Plaza Doctor Gómez Ulla, existe un local de comidas muy recomendable. De modo que, vecinos y vecinas de Villena, si algún día os veis en una tesitura semejante a la mía, en el mismo centro y por la misma zona y preferís comer a gusto a un precio módico, además de una familiaridad exquisita, acercaros al local de Ángel y Pepe. Por el servicio, por los platos, por el trato y por la compañía.
Hice, sin saberlo ni quererlo, turismo gastronómico en la ciudad de Alicante, y encontré, cerca del museo, un tesoro.