Cuando la semana pasada les decía que por muchas presentaciones de cómics que tengamos últimamente en Alicante nunca llegaríamos al nivel de la capital del país o de la Ciudad Condal pensaba precisamente en actividades como el Salón del Cómic de Barcelona, el célebre Saló, clásico de los clásicos entre los eventos de esta temática en nuestro país y del cual la 42.ª edición está al caer. Por eso toca volver a hablar de tebeos comentando algunos de los títulos cuyos responsables estarán presentes allí; y como ya comenté al hilo del Salón de Valencia, independientemente de que el talento de los autores autóctonos se mida por arrobas, la visita de figuras extranjeras es el plato fuerte del menú por aquello de la exclusividad: no siempre se tiene el lujo de poder disfrutar de la presencia en carne y hueso de artistas foráneos a los que admiramos a través de las obras que llegan a nuestro mercado.
Aunque su trabajo no es precisamente una obra para las masas, la visita de Martin Panchaud es de las más esperadas por los lectores abiertos a probar cosas distintas. Y es que su primera novela gráfica, El color de las cosas, constituye sin lugar a dudas una de las propuestas más radicales del cómic contemporáneo. El argumento, a priori, no parece nada especialmente novedoso: Simon Hope es un adolescente inglés de catorce años cuyos padres siempre se están peleando y del que los chicos de su barrio se burlan a menudo; su vida experimentará un giro de ciento ochenta grados cuando gane una gran fortuna apostando después de que una adivina le revele cuál será el caballo ganador... Lo interesante del asunto es que para dar forma a esta premisa y a todos los hechos que suceden después (la mayoría bastante dramáticos, como el ataque que sufre la madre de Simon y que la deja en estado de coma), este autor suizo, al parecer influido por la dislexia que padece, se aparta de todo intento de naturalismo y ejecuta cada página con un lenguaje visual más cercano al diseño gráfico, la cartelería y los esquemas conceptuales de índole visual; así, los distintos personajes están representados por círculos de colores diferentes, y la información relevante para la acción se dispone en la página mediante recursos de lo más sorprendente. Es decir: se trata de una obra de carácter experimental que hay que verla (y leerla) para creerla; y con la que su autor ha ganado los más prestigiosos galardones en Suiza, Alemania y Francia; además de demostrar que la exploración de las posibilidades narrativas del noveno arte está todavía muy lejos de agotarse.
Más convencional, pero igual de aplaudido por la crítica especializada, resulta otro debut recientemente publicado entre nosotros: Aprendiendo a caer es la novela gráfica con la que el alemán Mikael Ross retrata la comunidad de Neuerkerode, ubicada en la Baja Sajonia y pionera a la hora de proponer un modelo convivencial integrado en una gran proporción por personas con discapacidad intelectual; una comunidad que el autor frecuentó durante dos años con el objetivo de documentarse de cara a realizar el presente cómic. En las páginas de la obra resultante conoceremos a Noel, cuya vida da un vuelco después de que su madre, que ejerce de su único sustento, sufra un accidente y entre en coma (sí, igual que la de El color de las cosas); es entonces cuando el joven es obligado a abandonar la residencia familiar de Berlín y trasladarse a Neuerkerode, donde hará nuevos amigos pero tendrá que aprender a enfrentarse solo a muchas situaciones por vez primera... incluido el amor (o algo parecido). Ni que decir tiene que estamos ante un relato de superación tan divertido como conmovedor, sin que ello signifique que el autor renuncie a mostrar los sinsabores de la cotidianeidad de quienes, como Noel, presentan una discapacidad intelectual.
A diferencia de Panchaud y Ross, Erik Kriek ya era un nombre conocido desde hace años por los aficionados: servidor lo descubrió hace ya más de una década gracias a Desde el más allá (y otras historias), el volumen en el que adaptaba con gran acierto cinco relatos del maestro del horror cósmico H. P. Lovecraft; y a este le siguió El exiliado, su primera novela gráfica concebida y ejecutada por él al completo. Ahora cuenta con otro nuevo título de estas características: La fosa, que al igual que El color de las cosas y Aprendiendo a caer, también arranca con una situación trágica, en este caso la pérdida de su hijo de seis años que sufre la pareja protagonista. Pero lejos de construir con ello un relato esencialmente dramático, este autor holandés apuesta por el cómic de género y lleva a sus protagonistas a un entorno natural para ofrecernos una inquietante historia cercana al subgénero del folk horror: los árboles del bosque que rodea la nueva residencia de los personajes principales presentan unos extraños grabados que también encuentran en un cuaderno del tío abuelo fallecido del que han heredado la finca. De la obra, al margen de lo entretenida que resulta su lectura, cabe destacar el espléndido apartado gráfico, cuyo trazo y empleo del color puede recordar por momentos al estilo de David Lloyd: el dibujante de una obra, V de Vendetta, de la que he escrito nada menos que aquí, aquí o aquí... Y un autor al que, por cierto, quizá recuerden que logramos traer hace ya seis años a nuestro querido Unicómic. Y eso que Alicante no es Barcelona.
El 42.º Salón del Cómic de Barcelona se celebra del 3 al 5 de mayo de 2024; El color de las cosas y Aprendiendo a caer están editados por Reservoir Books; La fosa está editado por Cartem.