Los grandes cambios
No nos queda más remedio que ser palmeros, palmeros de La Palma
Resulta que uno sale una tarde a tomar un café o a media tarde una cerveza apeteciéndole nada más que no hacer nada. Sí, nada más que no hacer nada. Ni siquiera pensar. Saborear ese vacío sin tiempo que el letargo nos procura. Sin prisa. Como si lo que queda por delante, luminoso, fuera sólo eternidad
Pero resulta que en el sobre del azúcar que nos sirven con el café o en una de las servilletas que acompaña la tapa con la cerveza se nos ofrece, como si nada, un pensamiento. A veces de celebridad, otras anónimo, que nos exige reflexión atosigándonos la paz que pretendíamos.
Así la otra tarde en la terraza de un bar. Pedimos una caña y con la tapa, en la servilleta… ¡Zas! ¡Despierta! ¡No desconectes! ¡A falta de una, dos frases! ¡Dos sentencias!
Una, en un lado: Los grandes cambios siempre vienen acompañados de una fuerte sacudida.
Y otra, en el otro lado: No es el fin del mundo. Es el inicio de uno nuevo.
El orden de las frases no altera lo producido en nuestra mente. Porque una y otra y viceversa, en los tiempos que corren, nos han conducido sin remedio a La Palma. Queriéndonos solidarios con sus habitantes. Deseando que las máximas impresas en la impertinente servilleta, y que parecen augurar un buen porvenir, sean en verdad buen porvenir.
Así que buscando ese descanso que quería ser ausencia de todo, las frases nos catapultaron hacia la solidaridad. Y queriendo en aquella tarde ser nada, desde entonces no nos queda más remedio que ser palmeros, palmeros de La Palma. En un mundo nuevo que necesariamente tendrá que ser mejor.