El Volapié

Los toros no son una fiesta

Lo normal sería que en el Ayuntamiento de Villena –presidido por un Verde– estuviesen prohibidas todas las corridas de toros si este fuese coherente con su ideario, o que sólo las limitase con arreglo a la legislación vigente si se considerase Alcalde de todos.
Cuando en el futuro los Verdes pasen a la oposición o sean ellos los que –como minoría en el batiburrillo de partidos que gobiernen– deban garantizar la estabilidad, entonces mostrarán su cara más genuina vetando todo lo que se pueda vetar, y su oposición a las corridas de toros será sin paliativos. Vamos, lo normal.

La realidad en nuestra ciudad es que se consiente la corrida del día 7 como un mal menor, pero se cercena cualquier otra solicitud para el resto de la temporada. Esta situación –este pacto de gobierno– ya es responsabilidad de todos los que integran la coalición tripartita, porque creen que así les va de rechupete.

¿Cuántas corridas podrían organizarse en Villena si existiese plena libertad para ello? ¿Acaso íbamos a montar la Feria de San Isidro? Cabrían una o dos más, como mucho. Y eso al principio, por la novedad, porque tenemos un novillero y porque muchos lo considerarían como un triunfo personal.

Por eso tengo tanto interés en ver una corrida fuera del día 7 de las narices, para medir el grado de importancia de la afición villenense, que se me antoja realmente exigua. ¿No sería mejor esto? ¿No es aceptable la libertad de culto? ¿Es de recibo que los antitaurinos locales acometan contra quienes consideramos que la tauromaquia es arte y cultura, mientras cohabitan con quienes propician que haya toros en Villena? Sólo el día 7 de septiembre, eso sí.

Los antitaurinos consideran que todo eso de la tradición, la cultura, la liturgia y los aspectos iconoclastas de la tauromaquia son tonterías dado que al final el toro acaba en el ruedo y echando sangre a mansalva. Y por esto hay que prohibirlo, no así los mataderos porque los animalitos acuden por voluntad propia, donde los matan con humanidad y sin sufrimiento. Además sería muy complicado defender el cierre de los secaderos de jamones.

A los taurinos ahora les quema el culo y todo es emprender nuevas iniciativas, despertando del sopor en el que se encontraban desde hace décadas, allí en su Olimpo, con sus figuras y con los públicos agradecidos. La tauromaquia es indeleble y las corridas de toros no desaparecerán cuando las prohíba nadie, sino cuando lo decida el público porque no le interese el espectáculo.

Las posiciones son irreconciliables, el debate está a escala mundial y nadie tiene la solución, pero cualquier planteamiento tiene que pasar por la tolerancia entre los intervinientes. Al menos tratemos de que en Villena se pueda ir normalizando la situación y que podamos llevarnos bien entre vecinos –que al final no somos otra cosa–, puesto que la discordia con esto de los toros en fiestas es un asunto que sólo beneficia a los cuatro políticos que sacarán rédito electoral de nuestros disgustos.

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