De recuerdos y lunas

Mala luna

"Yo nací en mala luna", como el "De recuerdos y lunas" que aquí gastamos de prestado, es verso que escribió Miguel Hernández: "Yo nací en mala luna. / Tengo la pena de una sola pena / que vale más que toda la alegría."
"Yo nací en mala luna" es verso de cuando el sino de Miguel Hernández le hostigaba determinando todo lo malhadado de su existencia. Pero el poeta que quería ser y ya era –porque "Perito en lunas" fue mucha poesía, quizás gongorina pero por ello mucha poesía– como si lo oliera con esa capacidad con la que huelen los que se han criado aireados al aire libre de la naturaleza entre jaras, manzanillas, romeros, zarzales y palmeras, abiertos los ojos a todos los horizontes, ya aventuraba -ahora desde el desamor, mañana desde la derrota- su suerte de mártir como poeta y hombre. Poeta universal que quería ser pero no le dejaban ser. Poeta que peleó ambicioso por serlo no faltándole vicisitudes que le hicieron, sobre poeta, poesía. Sus abarcas pesaban, provincianas y cabreras, a veces a voluntad, en un Madrid cosmopolita y algo señoritingo que para más inri, contra todo proyecto humano, pronto sería Saturno caníbal violento de sus hijos. Como España toda.

"Yo nací en mala luna" es verso que ha servido para dictar título a una novela de Rosa Huertas, "Mala luna" (Edelvives, 2009), una novela que principalmente dirigida al público juvenil pero también a todo público nos lleva hacia la vida y poesía de Miguel Hernández con atracción.

Hace unas semanas tuve la suerte de conocer a la autora en Orihuela. El libro se presentó en el edificio de la Lonja, donde el Conservatorio de Música Pedro Terol. De la mano de Carmelo Illescas, devoto de toda cultura y tradición oriolana, me había llegado el libro semanas antes. Carmelo me lo regaló seguro de que me iba a gustar. Acertó. De la mano de Isabel Aparicio Ibáñez, compañera en el Instituto de Bigastro, pintora e ilustradora de algunos escritos míos, me llegó el saludo de Rosa Huertas con quien tuvimos ocasión de comentar brevemente algunos de los atractivos que nos habían llamado en la novela.

Clara y Víctor, dos adolescentes contemporáneos a nosotros, recuperando la memoria de sus respectivos abuelos, nos pasean por la Orihuela y el Madrid que vivió –si vivir es desesperar– Miguel Hernández. Así la trama se teje en aquellos años de un joven Miguel Hernández –nunca pudo ser viejo– que optó con perseverancia heroica por ordeñar sus sueños. Los jóvenes protagonistas, buscando un cuaderno inédito que el poeta tuvo en la cárcel, se encontrarán con la memoria de sus abuelos. Una, la del abuelo de Clara, compañero de Miguel Hernández en la cárcel; otra, la del abuelo de Víctor, falangista. Y sin remedio ambas memorias, reprimidas tiempo por sus protagonistas, borbotean al interés de los nietos. Clara preguntando a su abuelo y Víctor, muerto su abuelo, a través de un diario manuscrito que está escrito con la tinta amarga del remordimiento. Y son memorias que, en torno a Miguel Hernández y por las circunstancias vividas, entran en intersección y chocan. Lo que sirve para reflexionar sobre la memoria histórica. Una memoria que se requiere lo más completa posible. La joven Clara llama a la necesidad de conocer el pasado, nuestro pasado tal como fue, como terapia para reconciliarnos con lo que fuimos.

Si la novela sirve para recorrer algunos aspectos de la intensa vida de Miguel Hernández, también nos sirve para recorrer algunos espacios de Orihuela: Los Andenes, la Glorieta, la plaza de Monserrate, la plaza Nueva... Como para que no se pierdan.

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