Vida de perros

Marcaspaña

Hace tiempo, en un departamento quizás tan insólito como las siglas que lo identifican y describen, algunas mentes idearon la necesidad de crear e implantar lo que hoy conocemos como Marca España (Marcaspaña en adelante). Un sello entiendo que serviría para distinguir cualquier materia, producto o proyecto de cualquier otro.
Buscando entiendo denotar su calidad o cualidad, más que su pertenencia territorial. Lo que resulta de lo más nacionalista, que parece ser lo que se lleva después del boom de la globalización tan de moda la pasada década. Pero la Marca entiendo es una medida cierta y segura del tamaño que debe tener una cosa (donde tamaño puede intercambiarse por cualquier otra cualidad).

De modo que, en la época de vacas gordas más o menos, con la Crisis (estafa) tan encima de nuestras cabezas como un techo de nubes negras iluminadas por el centellear de los mercados de valores y el rugido de las empresas, los puestos de trabajo y los salarios. De modo que con valor y tesón, la Marcaspaña abrió los cielos por los logros de la Selección Nacional de Balompié (esto va por ti, Darío), o los grandes de Nadal, o las poles de Alonso. La Marcaspaña sería un emblema capaz de soportar los empellones del gobierno de turno, y de seguir erguido allí donde la Sanidad, la Educación, en suma: el Estado de Bienestar, se doblegaban. La Marcaspaña era además la razón para no caer en la depresión y en el desasosiego: ¿manifestaciones en las calles, huelgas, enmiendas a la totalidad?, ¡respetad la Marcaspaña!, ¿qué van a pensar de nuestra economía, diligencia, compromiso, si lo hacéis? ¡Acabaréis manchando nuestra marca, nuestra Marcaspaña, que somos todos y todas!

Porque la Marcaspaña no sale gratis, y no hablo solo en el sentido crematístico. La Marcaspaña, como cualquier control de calidad, exige el cumplimiento de unas normas. Unas normas, dejen que me ría, autoimpuestas. Vamos a dar buena imagen, eso será bueno para…, será bueno en general. Y si es bueno, es bueno para salir de esta maldita crisis de la que nadie, y menos nosotroas, tiene la culpa. Así que comportémonos, acatemos unas nuevas normas no escritas, y vendámonos. Esa es la solución. Al menos una solución, y si alguien tiene otra solución…, otra solución digo que no suponga apuñalar los derechos y privilegios que tanto nos han costado adquirir para las grandes empresas y las grandes fortunas. Porque un alto estatus es también parte de nuestra Marcaspaña, ¿cómo sino queréis que nos presentemos en el extranjero? ¿Bajando de un avión lowcost con pantalones vaqueros? Eso no es Marcaspaña. Como tampoco lo es airear nuestros problemillas en la calle o en la prensa internacional, empecinarse en arrastrar hasta los juzgados a personas que han dado sus vidas como representantes de la ciudadanía… Bla, bla, bla. Ya imaginan, queridas personas, los derroteros por donde podríamos continuar: tarjetas black, Marcaspaña; valla de Melilla, Marcaspaña; Brugal, Marcaspaña; ERES de Andalucía, Marcaspaña…

El caso es que de pronto en nuestra ciudad comienza a circular la idea de la Marca Villena. Y un pequeño escalofrío recorre mi ya menos dolorida espalda. La idea de Marca Villena, que no creo muy lejana de aquel “Villena interesa”, se me antoja…, cómo diría…, comenzar la casa por el tejado. Y no dudo del potencial que reúne nuestro municipio, su patrimonio y sus empresas. Pero instituyo que el futuro es algo que se crea desde la base y esa base supone contar con un terreno firme y fértil, bien cuidado, y de apoyar a los tallos que germinan. Para no vender solo un presente, sino también un futuro. Porque la Marca, que para el Presente es selectiva y discriminadora, para el Futuro será constrictora. Además, ¿para qué queremos una Marca Villena? ¿No tenemos ya un departamento, o varios, en nuestro Ayuntamiento ocupándose de esas cosas?

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