De recuerdos y lunas

Memoria del Cojo Manteca

Un veintitrés o veinticuatro de mayo –de 1996– en el Hospital de la Vega Baja de Orihuela fallecía Juan Manteca Cabañes, Jon Manteca, el Cojo Manteca. Tenía veintinueve años y se apagó su vida así de pronto como si se hubiera gastado por vivirla intensamente, así como se apaga la llama de un candil que ha agotado un aceite sisado con avidez por la lechuza de la noche. Juan Manteca destacó en los ochenta al blandir sus muletas contra el mobiliario urbano, destrozándolo, en medio de manifestaciones estudiantiles que él vivió como farra. Sólo pasaba por allí y... A río revuelto... Destrozo irresponsable.

El Cojo Manteca –que Dios lo tenga aunque sea como enfant terrible en la Gloria– rompía la ciudad en el mar agitado de una España estudiantil desorientada. Como está siendo la España de ahora en el hartazgo de leyes educativas harto cambiantes. Y en aquella España que empezaba a dar la puntilla a la Educación, cuando el Cojo Manteca se subió al tren de los estudiantes en huelga, había un señor, Alfredo Pérez Rubalcaba, metido en menesteres de la cosa educativa, demostrando su pericia química para trajinar los alambiques de convertir lo blanco en negro y lo negro en blanco. Eran los tiempos en los que el pedagogo Álvaro Marchesi, amparado por el ministro José María Maravall, con la colaboración de otros pedagogos verdugos y de unos sindicatos ciegos, trajinaron una reforma educativa trucada y sin bolsillos que experimentó con carnes jóvenes pedagogías irresponsables que han venido desarmando de estima hacia el estudio al alumnado, convirtiendo a generaciones de jóvenes en generaciones de grotescos apolodoros. Recuérdese que don Avito Carrascal, el de "Amor y pedagogía" de Unamuno, llamó Apolodoro a su hijo. Y que pretendiendo con estricta metodología deductiva y psicologías positivistas convertir a su hijo en genio, lo convirtió en idiota. Hasta el suicidio. "Soy un genio abortado –dirá Apolodoro–; el que no cumple su fin debe dimitir."

El progreso científico resulta inútil –y peligroso– si no va acompañado de progreso en lo espiritual. Así nos va. Tenemos muchísima información. Muchísima. Todo está en internet —decimos. Antes era en los libros. Pero... ¿Dónde está el conocimiento?

Contábamos que cuando el Cojo Manteca hacía añicos de vidrio la ciudad, Pérez Rubalcaba trajinaba asuntos en Educación, donde ascendería. Aquí, para algunos, nace lo cabizbajo del actual Ministro de Interior. No de otras cosas de ahora. No del envejecimiento ni del cansancio ni de los miedos en un Ministerio con tantas pesadumbres. Para algunos fue el Cojo Manteca quien le dobló la cerviz. También quien le provocó la intermitencia que hace a veces con los ojos. Jon Manteca no atendía a hechizos porque él, que sólo pasaba por allí, era díscolo brutal y resbaladizo, como la chupa de cuero y sucia de potas que vestía. El Cojo Manteca no atendía a razones ni a malabarismos, sólo a aquellos que se ofrecían a sus muletas modelo terminator. A Rubalcaba, que se sentaba a negociar con destreza con representantes civilizados, le cayeron sobre la cabeza los cristales en astillas que Manteca sembraba violentamente por las calles. Contra farolas. Contra cabinas.

Afortunadamente, los desmanes del Cojo no sirvieron para culpar a una juventud que resultó no ser ni pasota ni agresiva. Porque siempre hay quienes quieren usar las actitudes violentas de los violentos de turno para criminalizar a colectivos que pacíficamente se manifiestan. Como suele pasar en las cumbres antiglobalización donde la imagen que los medios de comunicación nos dan suele ser sesgada y negativa. Y yo siempre he creído que en el Cojo Manteca había un Juan que era bueno.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba