Apaga y vámonos

Miedo a las urnas

Independientemente del resultado de los referéndums celebrados en el Reino Unido estos dos últimos años –independencia o no de Escocia y el famoso “Brexit” de hace unos días–, lo cierto es que no puedo dejar de mirar hacia las islas Británicas y sus instituciones con envidia, pues su calidad democrática nos deja a otros (España incluida) a la altura del betún.
A todos se nos llena la boca hablando de democracia, el sistema político basado en la soberanía del pueblo y el derecho de la ciudadanía a elegir y controlar a sus gobernantes, pero hemos de admitir que una cosa es decirlo y otra practicarlo, y las comparaciones, siempre odiosas, en este caso producen un sonrojo más que evidente, contraponiendo la naturalidad con la que los británicos debaten y deciden sobre su futuro a las pegas de un país, el nuestro, en el que parece que es pecado preguntar a la gente, 40 años después, si quiere Monarquía o República, o cuál es el futuro de los pueblos o regiones que integran el Estado, mientras nos manosean a nuestras espaldas artículos de una Constitución que solo parece intocable cuando les interesa a los que mandan, que sin embargo no dudan en poner el pago de la deuda generada por ellos y sus amigos por delante de derechos tan básicos como el trabajo o una vivienda digna.

Vergonzosas han sido, como guinda, las declaraciones de nuestros líderes al conocer el resultado del referéndum sobre la salida o no del Reino Unido de la UE, con el “demócrata” Pedro Sánchez, líder del PSOE, haciendo cumbre al asegurar que “esto es lo que ocurre cuando se consulta a la ciudadanía”, frase que a buen seguro –escribo estas líneas antes de conocer el resultado de las elecciones generales del 26J– se le va a volver pronto en contra, puesto que si las encuestas aciertan, le quedan dos telediarios tras hundir al partido otrora hegemónico en los resultados más nefastos de su historia.

Ignoro qué resultado habrán arrojado las urnas en España, pero sea cual sea, es el resultado de la voluntad de los españoles libremente expresada –excepto la de los cientos de miles de emigrantes forzosos a los que se les ha impedido ejercer su derecho con una maniobra, la del voto rogado, que en cualquier país serio sería motivo suficiente de despido e inhabilitación para quien la impulsó–, y la ciudadanía siempre tiene razón, incluso cuando se equivoca. Lo bueno de la democracia es que tiene marcha atrás, y si quienes ganan no lo hacen bien, acabaremos echándolos de la poltrona antes o después. Por eso no hay que tener nunca miedo a las urnas. Y por eso me producen vergüenza ajena la mayor parte de nuestros gobernantes.

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