De recuerdos y lunas

Muerte en la tarde

Y yo quería hablar un día de estos sobre cómo en el ejercicio de escribir uno va fraguando amistades. Y como ejemplo, quería contar que mi vecino Paco Gracián, que ya fue generoso en palabras hacia mí cuando publicó en su columna "El volapié" el artículo titulado "La vida de los toreros", me ha regalado una edición preciosa y muy documentada –la de Espasa de 2005– de "Muerte en la tarde". Libro de Ernest Hemingway de 1932 que para Gracián es el mejor sobre el tema taurino. Esto nos dijo por escrito y yo, viniendo la recomendación de Gracián y siendo la obra de Hemingway, no lo dudo.

Yo quería hablar de la amistad que hace el escribir aprovechando esto. Pero resulta que, por un lado, varios columnistas de esta casa –entre ellos Paco Gracián– se están dando, semana sí semana también, violentos bocados dialécticos y zarpazos hirientes de tigre, redactando artículos antológicos que serían excelente muestra, cada uno de ellos por ironía y mala leche, para una feria de venenos. Esto sucede, por un lado y, aun preocupándome, al margen de mi persona. Pero por otro lado, mi columna titulada "¡Agua va!", se me ha llevado alguna amistad que me ha dolido y me duele dentro del alma, por ser, esta amistad perdida, de aquellos años en los que –como dice el poeta– como jóvenes veníamos a llevarnos la vida por delante: "Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / –como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante." —escribe Jaime Gil de Biedma. Así, vivida y vívida la guerra entre columnistas de aquí, vivida y vívida mi guerra por el agua, no la amistad sino el distanciamiento es, muchas veces, el único y amargo jornal que uno se lleva, semana tras semana, por este ejercicio trabajoso de hilvanar palabras. El distanciamiento, muchas veces, y casi siempre la soledad. José Ortega y Gasset, en El Sol de 23 de octubre de 1927, sobre la soledad del escritor apuntaba: "El escritor tiene que vivir sin apoyos, en el aire, intentando ilusoriamente asemejarse al pájaro del buen Dios y al arcángel, especies ambas con plumas y régimen aerostático." Y concluía: "Déjesele en la limpieza y humildad de su oficio: mira en torno al mundo, oye lo que dicta el hecho, E quel che ditta va significando. Nada más."

Nada más ni nada menos. Pero sí. Queda entonces aclarar lo más difícil: la misión del escritor. El porqué y para qué escribir. El porqué y para qué escribimos. Juan Manuel de Prada ("Literatura y poder", El Semanal, 29 de junio de 2003) recomendando "La loca de la casa" de Rosa Montero, libro que es interesante reflexión sobre el "oficio" de escribir, define con claridad la verdadera misión del escritor: "Pero la misión verdadera del escritor –como apunta Rosa Montero– es la del niño que, al paso del cortejo real proclama que el rey está desnudo; cuando el escritor, traicionando esa misión se incorpora a la comitiva, se está condenando para siempre."

Y es desde aquí desde donde con los ojos del niño que no se suma al cortejo se arriesgan las querencias. Empiezo hoy la lectura de "Muerte en la tarde". Regalo generoso de Paco Gracián. Tiempo habrá, si cabe, para glosar lo que nos ha parecido. Empiezo la lectura y al abrir las primeras páginas tengo el presentimiento de que la amistad no se nos muere, sino que en la lidia nuestra de cada día nos la mata algún toro. Entonces tendremos que perfeccionar el arte y mostrar mejores maneras.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba