El Ordenanza

Nada

El Ordenanza. Capítulo 58

Escena 1

El bullicio de las cigarras (o chicharras, como se hacen llamar por estas latitudes) trata de romper la imperiosa tranquilidad de la última tarde de domingo de agosto. Avelino está sentado en la pequeña pinada que da sombra al porche de su casa de campo, en aquel punto maravilloso de la perdida sierra.

Dos metros al este, Aurora reposa recostada en su hamaca favorita y apura uno de los primeros capítulos de aquel libro que todos le aconsejaron leer hace años (sí, ese de un pelirrojo medieval que construye una catedral gótica y bla, bla, bla, …) que, de momento, le está resultando poco liviano.

  • Casi agradezco la tranquilidad que se está viviendo este año. El ajetreo de estas fechas, en la ciudad, me trastorna un poco.
  • ¿No será que te haces mayor, Avelino?
  • Será, pero quizá este 2020 esté enseñándonos a esperar... sin prisa y casi sin expectativas... añorando todo lo que hemos dado por sentado.
  • Espero que la gente comparta tu opinión y nos ahorren muchas vergüenzas. Imagina la de atrocidades que se pueden cometer en los próximos días...
  • Siempre va a haber gente dispuesta a demostrar su incapacidad de contener el instinto de diferenciarse del resto. Incumplir las normas es, en estos momentos, tan peligroso como tentador.
  • Lo de las corridas de toros estos días ha sido temerario. Lo peor es que esa misma gente es la que se rasgaba las vestiduras con el 8M.
  • Muy curioso, sí.
  • Y ridículo: lo de las manifestaciones sin mascarilla da para un largo y estéril debate.
  • Pero las autoridades las permiten, tanto las corridas como las manifestaciones. Quizá, si se les hubiera multado por atentar contra la salud pública, que parece ser la única manera de que los españoles cumplamos las normas, más de la mitad de los exaltados, los que tienen rentas mediocres y las simulan altas, tendrían más reparos en pasar la línea de la legalidad.
  • Debería ser como ponerse el casco de la moto o el cinturón de seguridad...
  • Todavía hay quien se pone el cinturón para evitar la multa, ¿eh?
  • Sí.
  • Oye, qué curiosas son las cosas que hacemos cuando nos despertamos de madrugada, ¿verdad?
  • ¡Huy! ¿Y a qué viene eso ahora?
  • Nada en especial... pensaba en las veces en que necesito levantarme y llevo todas las precauciones para no despertarte.
  • ¡Yo ni siquiera apoyo los talones en el suelo!
  • ¡Y yo me aseguro de no hacer ruido al abrir las puertas! Por eso siempre tengo engrasadas las bisagras.
  • ¡Jajajajajaja!
  • ¡Sí! ¡Jajajaja!
  • Je...
  • Está cayendo plomo derretido. ¿Te apetece un corte de helado, Aurora?
  • Estaba pensando en un té con limón muy frío...
  • Tardo apenas nada.
  • Gracias.

Escena 2

Para preparar un buen té helado, primero se debe infusionar la hoja molida, sumergiéndola en agua a no más de 85 grados centígrados, para que no pierda propiedades al hervir. Seguidamente, cuando el líquido tenga el color oportuno, se cuela el contenido en una jarra con mucho hielo y unas rodajas de limón.

Aunque no es necesario endulzarlo, un poco de azúcar moreno o panela, le aportará un agradable sabor y reducirá lo amargo del té, pero eso ya va en gustos. Aurora y yo lo preferimos amargo. De nada.

Escena 3

  • Me pregunto si se le podrían echar unas gotitas de angostura al té...
  • ¿Para acentuarle el amargor? No creo que combine demasiado bien.
  • Era sólo una idea.
  • Siempre puedes probar a echarle un poco...
  • No, no. Se está tan bien aquí que no me apetece volver a entrar en casa.
  • ¿Quieres que vaya yo?
  • Para nada, cariño. Prefiero estar aquí, contigo.
  • Es que esta paz enriquece mucho, Avelino.
  • Bendita calma...
  • Sí, no me hace falta nada más.
  • ¿Han llamado los niños?
  • Javi se iba a la playa con sus suegros.
  • ¿Y Anna?
  • Creo que comían con Elisa y el alcalde.
  • Es un buen tipo, el alcalde.
  • Se le ve muy buena persona.
  • Lo es... quizá demasiado humano para su puesto.
  • Eso es lo que hace falta: personas que dirijan al pueblo con cordura y humanidad.
  • Espero que no le pase factura.
  • ¿Por qué iba a pasarle factura?
  • Porque el hombre es un lobo para el hombre, Aurora.
  • Ya... es una pena...
  • Sí.
  • ¿Te acuerdas de Encarni? La mujer de Lorenzo, el carnicero.
  • ¡Ah, sí! ¿Qué tal les va?
  • El otro día me la encontré en la calle y estuvimos hablando: a su marido le dio un infarto en pleno confinamiento.
  • ¡Oh! Pero, ¿se encuentra bien?
  • Sí... ahora sí. Le tuvieron que poner una válvula y...
  • ¡Pobrecillo! Llevaba una vida demasiado ajetreada.
  • Sí, demasiado estrés.
  • Por eso nos tenemos que mimar mucho, que la vida se va en un suspiro.
  • No somos nada.
  • Tú sí lo eres, Aurora: tú lo eres todo.

Y una bendita brisa, refresca la soleada tarde en esta tierra del sureste y mueve el lino del vestido de la mujer. Trae un embriagador aroma a vid en la luna de la cosecha. La copa de los árboles danza al ritmo de la maduración de la uva.

Casi sin sentirlo, el pintor cósmico ha oscurecido el cielo que los acoge, reflejando tonos purpúreos y anaranjados por allí donde se acaba de esconder la gran bola de fuego.

Ambos, cogidos de la mano, han contemplado el anochecer en un mundo a diez mil millones de años luz de nuestro planeta pero quizás, amigo lector, esta inacción es totalmente necesaria. La NADA no puede absorber las ilusiones, como en aquel libro del que hicieron una peli y lo petaron cosa bárbara. Incluso la canción la hemos chapurreado todos en algún momento de nuestras vidas.

Amigo lector, la nada no existe, así que no me sean melodramáticos con el rollo este de que este año no hay fiestas, que no es plan. ¡No me sean suicidas!




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