Cartas al Director

Nada

Últimamente, cuando me interno por Villena, suelo llevar en un bolsillo de mi chaqueta una brújula para orientarme y poder hacer el camino con ciertas garantías

Este pasado sábado he acudido a la concentración que ha convocado la Plataforma por la Paz de Villena para exigir el alto el fuego en Cisjordania y en la Franja de Gaza y detener el genocidio que el estado asesino de Israel está perpetrando contra la población palestina con el objetivo final de expulsarlos de su tierra y apropiarse de sus bienes y del poco territorio en el que les han ido confinando con el vergonzante silencio de eso que llamamos la Comunidad Internacional y es solo un club en el que los poderosos deciden como se reparte la riqueza del mundo para quedarse con la mejor parte.

Hemos estado… ¿Cien?... Sí. Es cierto; la mañana era desagradable. Hacía un viento muy peligroso que podía despeinar a las personas. Muy peligroso, sí, es cierto, sí. Incluso en algún momento han caído setenta y seis gotas con muy mala idea, puesto que sesenta de ellas se han cebado con la mitad de los asistentes empapándolos.

De manera que se entiende que la prudente ciudadanía haya preferido no acudir a la concentración y esperar a otro día de sol radiante para protestar… Total los palestinos llevan casi ochenta años pasándolas canutas y tienen la piel muy dura. La paz puede esperar. Así que, en ese horario intempestivo de las 12:30, mejor quedarse al abrigo de los supermercados o en las terracitas tomando una cerveza, que con este aire tiran muy bien los cigarros.

Cuando se ha acabado el acto de protesta y después de recoger los bártulos, me he dispuesto a regresar a mi casa por la espesa selva en la que se ha convertido la calle Constitución por culpa de la construcción de la Sagrada Familia subterránea que, como todo templo financiado con aportaciones voluntarias de los creyentes, se sabe cuándo se empieza a construir, pero no cuándo se acaba.

Últimamente, cuando me interno por Villena, suelo llevar en un bolsillo de mi chaqueta una brújula para orientarme y poder hacer el camino con ciertas garantías de llegar al punto deseado en el menor tiempo posible y evitando riesgos innecesarios, pero hoy con las prisas de la protesta he olvidado cogerla y no he podido sortear la trampa del tablón mal colocado. Estando a la altura del bar que ahora se llama “El Cafetero”, he decidido cambiar de acera (yo acostumbro a cambiar de acera y de ideas y de casi todo, porque me aburro de pensar y hacer siempre lo mismo y dudo mucho). Total, que me he metido la mano al bolsillo buscando la brújula y aunque, evidentemente, no la llevaba, he decidido echarle valor y cruzar a la acera de enfrente.

He enfilado una de las pasarelas metálicas que tenía al final un par de cimbreantes tablones de madera separados entre ellos unos diez centímetros. El tablón de la derecha ha cedido ante la pisada y, aunque he abierto mis brazos como buen funambulista, al cabo de unos pasos acelerados de precaria verticalidad, mi persona y mi dignidad han acabado en el suelo. Unos chicos que estaban sentados en la terraza del bar me han preguntado: “¿susto o muerte?”.  Yo he contestado: “Susto, susto, solo susto”. Aun así, han venido hasta el lugar de los hechos y entre todos hemos vuelto a colocar el tablón “cazapacifistas” de la mejor manera posible para evitar males mayores.

Mi primera reacción ha sido hacer lo que hubiera hecho cualquiera. Nada. Lo que hace una persona normal que no ha sufrido un gran daño o una gran afrenta. Nada. Irme a mi casa, contar la anécdota mientras comía y olvidarme de todo rápidamente. Nada. Como hace el que termina el turno de trabajo a su hora en punto y le deja el marrón al compañero que llega. Nada. Como hace el que cambia el canal del televisor cuando salen los niños famélicos. Nada. Como hace la que dice que todos los políticos son iguales, pero siempre vota a los mismos por si acaso los otros le expropian una de las dos escobas que tiene para hacer la limpieza en el chalet del señorito. Nada. Como hace el que mira hacia el cielo para no ver la mierda que ha cagado su perro. Nada.

Luego he tomado unas fotos del lugar y de la pasarela y he llamado a la policía para que se acercaran y vieran si se podía hacer algo para evitar que a otra persona le pasara lo mismo que a mí. Quiero suponer que se habrán acercado y algo habrán hecho. Me he marchado un poquito más conforme que si hubiera actuado normalmente haciendo… nada.

Al lado de la puerta del gran supermercado hay sentado en el suelo un muchacho sin techo. Es un muchacho joven que tiene un perro negro. Creo que es extranjero. Le he mirado a los ojos. ¡Dios mío, buenos días le he dicho! ¡Pensad por un momento en buenos días y en un hombre en la calle con un perro! Le he dado una moneda. Y entonces sí. Entonces he regresado a casa sabiendo con certeza que también he hecho NADA.

Por: Felipe Navarro

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