Escena 1
- ¿Que desde cuando sé que soy ninja? Desde siempre. De hecho, mi abuelo Ildefonso siempre decía que yo había nacido con estrella. Lo que no sabía mi abuelo es que, esa estrella, era un shuriken. Me llamo Eusebio y soy ninja. Sí, sí, no pongas esa cara: soy ninja de los de verdad. De los que van tapaos. Y tú dirás: «¿Y cómo sé que soy ninja?». Pues porque, además de estar instruido en el sagrado arte del ninjistsu, mi comida favorita es el Yatekomo Hot & Spicy. Lo sé, impresiona. Soy el que acecha en las sombras. Puedes no verme, pero te puedo haber espiado tomando el sol en la terraza. Vamos, que ves un árbol y no sabes si estoy en una rama o camuflado en el tronco. Soy el que te ve cuando le pegas una patadica a una chapa pensando que es una moneda o te agachas para cogerla y, al ver que no es, la tiras en vez de reciclarla. El que vigila cuando cruzas sin mirar y el que observa cuando no recoges la caca de tu perro. Nací aquí porque en Japón quedaba poco sitio, pero eso es intrascendente. Fui el cuarto de cuatro hijos con cuatro años de diferencia entre cada uno de los cuatro. Estaba predestinao. ¿Por qué? ¿Cuántas estrellas tenía la bola de dragón del abuelo de Son Goku? ¿Eh? Exacto, cuatro. Pues eso. Creo que mis padres me pusieron Eusebio para poner a prueba mi temple. Mi instinto ninja, que tenía ya subyacente en mi infantil tamashi («alma», para los no iniciados), me valió de pequeño para evadir, en parte, las putadas de mis hermanos mayores, que no eran ninjas, pero sí unos cabrones de cuidao. También debo decir que mi eterno despiste y mi miopía-astigmatismo-presbicia-etcétera influyeron definitivamente en la forja de mis reflejos felinos. Esto, sumado a que fui a los Salesianos cuando Don Benito todavía daba Sociales, supuso una agilidad y una velocidad dignos del eterno Viento del Norte. Fueron años duros. Cuando definitivamente fui consciente de mi don ninja, fue un domingo por la tarde en el que paré con dos dedos una pantufla que me había tirado mi madre (por no querer hacer los deberes) a dos centímetros de mi nariz. Ahí sentí «La Fuerza». Ahí se abrió mi mente y lo supe todo. Así, mientras los niños de mi edad jugaban al fútbol, yo me encerraba en mi cuarto a practicar con la lanza de nazaríe de mi hermano, que era el único arma al que tenía acceso. Para camuflar mi entrenamiento ninja, ponía un disco de pasodobles y marchas moras. Tanto era así que mi padre me preguntó si quería salir en fiestas… En fiestas… je, je. ¡Qué ingenuo! ¡Soy ninja, no festero! El arte ninja es un camino de sacrificio. Así, para tener acceso a las armas de entrenamiento, tuve que salir en fiestas hasta los trece años. Esto fue duro, pero los ejercicios para saltar de copa en copa de los árboles fueron peor. Las fiestas de cuando cumplí catorce no pude desfilar, porque me tiré casi todo el verano con una pierna rota. Cosas de ninja. A esa edad mis hormonas se revolucionaron y, no estoy orgulloso de reconocer que, gracias al ninjitsu, le toqué el pandero a casi todas las chicas del instituto y esquivé sus guantazos con la ancestral técnica del mono rijoso. Esto no me volvió impopular, porque era una sombra y las sombras no son impopulares. Podríamos decir que, por amor al Ninjitsu, mi vida ha sido solitaria. Imagínate que una novia descubre que soy ninja y ya, solo por eso, a mí me da por pensar que el enemigo puede acecharla o raptarla o algo. No. No puede ser. No podría concentrarme en combate. Tengo que ser fuerte como un búfalo de agua, flexible como el bambú, sigiloso como una moto eléctrica y mortal como una gachamiga de kilo sin bicarbonato. No me puedo permitir tener relaciones, ni siquiera de amistad. Bueno, eso y que, cuando me dicen «a ver si quedamos y nos tomamos un café» siempre me niego. ¡Soy ninja, tío! ¡Todo el mundo sabe que los ninjas tomamos té! Estudié un FP de mecanizado y forja, para poder fabricarme mi propio armamento. En la vitrina del instituto aún se puede admirar mi primer sai, presentado como trabajo de fin de curso en segundo año. Desde entonces, mi vida ha sido un aprendizaje constante y una lucha sin fin contra el reinado del mal.
- Aquí tiene su pedido, señor: Rollito de primavera, familia feliz, ternera a la tie-pan, shien lo pao y salsa yakitori. Son 28,30 euros.
- ¡Oh! ¿Puede ser con tarjeta?
- Sí. Acérquela aquí…
- …
- ¡Bueno, pues ya está! ¡Buenas noches!
- Buenas noches. Y recuerde… soy Eusebio, el ninja.
Escena 2
- Buenas noches, Eusebio.
- ¡Avelino! ¡Me ha sorprendido usted!
- No era mi intención asustarle.
- ¡Joder! ¿Estaré perdiendo facultades? ¿Se habrán resentido mis sentidos ninja?
- Ehhhh, no le puedo decir…
- A ver, Avelino, vamos a hacer una prueba: Cierre los ojos y, cuando cuente tres, los abre.
- Uno, dos y tres.
- …
- ¡Ah! Está ahí detrás de la farola.
- ¿Cómo? ¿Puede verme?
- Esto… ¿sí? La farola… no cubre toda su anatomía.
- ¡Me cago en el arroz largo! ¡Estoy perdido! Avelino, he de marcharme.
- Bueno, Eusebio. Espero verle pronto.
- …
- ¡Hay que ver qué hombre!