Hace tres años y en vistas del constante maltrato al que nos estaba sometiendo una de esas entidades bancarias a las que tuvimos que rescatar para que no cerrasen y pudiesen seguir en el honrado negocio de la usura, tomamos la decisión de cambiar la cuenta de la comunidad de vecinos a uno de esos bancos que proclaman en su publicidad que “no todos son iguales”.
Lo que más nos sorprendió es que cuando cerramos la cuenta en la que antes fuera caja de ahorros y ahora es un banco de postín, ni siquiera nos preguntaron por qué nos íbamos. No sólo no nos lo preguntaron si no que tuvimos la sensación de que nos estaban construyendo un puente de plata (construcción que, como de todos es sabido, se facilita al enemigo que huye). Parecía como que la presencia de una pequeña comunidad de vecinos era… molesta; como que mantener una cuenta con esas cifras restaba categoría a una empresa con esa capacidad, más que demostrada, de poner en el mercado valores tan sólidos como las preferentes.
Así que cuando les pedimos nuestro pequeño puñado de euros… ¡oye tú!, ni una mala cara, ni un mínimo gesto que mostrase disgusto. Más bien al contrario, pareciese que alguien había dado la consigna de acabar con esas raquíticas cuentas de las comunidades de vecinos y que lo mejor que podíamos hacer era abonar esa pequeña cantidad del cierre, y salir de allí por las buenas antes de que nos echaran por las malas… Que diréis que exagero y puede que así sea, pero lo que sí que es cierto es que solo les faltó decirnos que ya estábamos tardando en cerrar esa cuenta de mierda.
Pues eso, que como decía en el primer párrafo, abrimos una cuenta en una caja, de las pocas que quedan, en unas condiciones mucho mejores puesto que lo único que nos cobraban era una comisión anual de mantenimiento, siempre que mantuviéramos un saldo determinado y etc. Allí hemos sido felices y hemos comido perdices durante un tiempo. Hasta que han dejado de pensar que tampoco era tan importante eso de no ser todos iguales y, adaptándose a las “condiciones del mercado”, a principios del presente año, ¡plas!, decidieron poner unas razonables comisiones trimestrales que se añadían a la anual para compensar el enorme gasto de tinta que han tenido al hacer los apuntes de la banca electrónica. Hay que tener en cuenta que con la pandemia y la guerra se ha encarecido el precio de todas las cosas que vienen en contenedores de China y de por ahí lejos y que los mil euros que cobran los trabajadores de salario, por culpa del gobierno marxista, han supuesto un duro golpe para las empresas financieras.
¡Y vuelta a empezar! Llamo a la oficina de ese banco, que aunque antes no era igual ahora ya sí lo es, y después de que la amable trabajadora bancaria me dé todas las explicaciones telefónicas pertinentes y me diga que una subida del 500% en las comisiones no es para tanto, le digo que me parece muy bien y que voy buscar otro sitio donde nos cobren menos. Y así lo hago.
(Ahora vosotros os preguntaréis si cuando hemos ido a decir que cerrábamos la cuenta, nos han pedido que no lo hiciésemos y nos han ofrecido mejoras de condiciones para que nos quedásemos. Y yo os contesto que no parece una buena señal que, después de nuestra visita, hayamos recibido un correo electrónico anunciándonos que, si seguimos con ellos, nos cobrarán aún más dentro de poco).
De modo que acabamos de estrenar una nueva cuenta en otra caja con unas comisiones más razonables (no vayáis a pensar que es gratis) y le vamos a poner una vela a Dios y otra al Diablo el día 13 de cada mes para que esta vez la cosa sea duradera y no tengamos que volver a peregrinar por las entidades bancarias en mucho tiempo.
(Este es el momento en el que los que tienen más confianza lo dicen abiertamente y los que no, se lo callan pero lo piensan igual. Sí. Lo de que si lo tenemos que volver a hacer no habrá más remedio que fastidiarse y hacerlo porque como los que mandan son ellos, pues no queda otra…)
Y no es verdad eso, porque otra sí que queda pero como los que podrían llamar a esa “otra” están muy entretenidos con el espionaje y tantas cosas importantes como bajar el IVA de los recibos de la luz cuando se pone cara y descontar 20 céntimos al litro de la gasolina para que paguen lo mismo los del Seat Ibiza que los del Ferrari 812, no les queda tiempo para subir los impuestos a los que más tienen y poner límites a los beneficios de quienes siguen aumentando a costa de las aportaciones de los trabajadores que verán cómo se deterioran los servicios públicos a medida que el estado subvenciona los combustibles y la energía.
¿Y la banca? ¿No queda otra? Sin duda alguna. Se llama Banca Pública y aunque los españoles seamos campeones olímpicos de negar la memoria, algunos tenemos memoria de que funcionaba no hace tanto tiempo en España. Antes de que llegaran los vampiros y le chuparan la sangre para acabar con ella y poner todo el negocio financiero en manos privadas. Necesitamos esa banca pública cercana a los ciudadanos con oficinas de atención personalizada, con áreas de negocio acotadas para evitar cometer los errores del pasado, con gestores profesionales, con salarios topados, consejos de administración con representación ciudadana más que política y comisiones limitadas a mantener la infraestructura.
Esa es la “otra” que le queda a la Banca ( y a tantas otras cosas) aunque no parece tarea fácil en un país en dónde nos hemos acostumbrado a que los presidentes de las corporaciones “regaladas” nos llamen tontos en sus comparecencias públicas, a aplaudir a quienes nos hacen la caridad de regalarnos unas maquinitas de hospital con las migajas de sus beneficios mientras evaden impuestos, a olvidarnos de la mezquindad de políticos, empresarios, obispos, directores de hospitales y tantos otros indignos que cuando se saltaron las colas de las vacunas fueron castigados con un cambio de “destino”; una patria con un rey huido en la que se ha permitido con total naturalidad que la confesión religiosa preeminente esquilme el patrimonio del estado, se perdona la deuda del rescate bancario que nos empobreció a todos y en el que millones de votantes dan su apoyo a quienes les cabe la libertad en una jarra de cerveza y juegan a la democracia para acabar con ella.
No, “la otra” no va a ser fácil. Posiblemente estamos cada vez más cerca de que esta se eternice, se pudra y empeore. El mercado no dejará nada. Se lo comerá todo. Hasta la carroña.
Por: Felipe Navarro