El Ordenanza

Normal

El Ordenanza. Capítulo 182

Escena 1

  • ¡Avelino! ¡Eh! ¡Avelino!
  • Buenos días, Sebastián.
  • Avelino, necesito que me ayudes.
  • ¿Ha pasado algo?
  • No, no, tranquilo…
  • No sé… vienes acalorado. ¿Qué te pasa?
  • Que este país está lleno de inútiles, eso es lo que me pasa.
  • A ver, Sebastián. Tranquilízate un poco, que te va a dar algo.
  • … es que…
  • Cuéntame.
  • Verás, hace un par de semanas, falleció mi suegro…
  • ¡Oh, vaya! ¡Lo siento!
  • Bueno, el hombre dijo «hasta aquí he llegao» y así fue.
  • ¿Tu suegra lo lleva bien?
  • Sí, ella bien… gracias a Dios. Con sus cosicas, pero bien. Lo de mi suegro no fue de un día para otro. Se veía venir.
  • El caso es que, para cobrar la viudedad, le hace falta el padrón.
  • Sí, según creo. Eso es fácil, Sebastián, llamas al…
  • ¿Fácil? ¡No, no! Eso es más complicao de lo que parece.
  • Sólo tienes que llamar al ayuntamiento y pedir cita.
  • ¿Y crees que no he llamao? ¡Catorce veces! ¡Ahí no hay quien se entienda!
  • ¿?
  • Primero te coge el teléfono una máquina, que te suelta un rollo y te dice que, si quieres que te atienda un operario, que no cuelgues. Hasta ahí vale. Pero es que, luego, ¡se pone al teléfono un subnormal, Avelino!
  • ¡Que no se le entiende ni papa lo que dice!
  • Germán. Se llama Germán.
  • Bueno, pues después de llamar veinticinco veces, te personas allí, para pedir cita y, ¿quién dirías que te atiende?
  • Germán, por supuesto.
  • ¡Pues eso! ¡Que en persona tampoco se entera de nada y me quiere dar cita para dentro de veinte días!
  • ¿Por qué no ponen a alguien normal? ¡Alguien que resuelva los problemas, coño! ¡Además, es sólo buscar un papel en el ordenador!
  • Ya… y… ¿quién dice que Germán no es normal?
  • ¡Chicooooo! ¡No hay más que verlo!
  • Sebastián, Germán está totalmente capacitado para todos y cada uno de los trámites que debe resolver en su día a día, tanto dentro como fuera del ayuntamiento.
  • Nadie a dicho lo contrario…
  • Sí, lo has dicho tú. Le has llamado subnormal, sin más. No te voy a contar su historia… no creo que la entiendas. El lenguaje que usamos, a veces, no es el correcto.
  • ¡Joder, Avelino! ¡Después de tantos años que nos conocemos…
  • Sebastián, creo que estás equivocado. El problema no es Germán. Ni siquiera su discapacidad. El problema es que no tenemos paciencia, ni ganas de tenerla. Y, cuando algo nos opone la más mínima resistencia, nos cegamos y pataleamos y cambiamos el mundo y ahí, amigo, perdemos todo lo que se puede llamar humano.
  • Si me permites dos minutos, te voy a contar algo que me pasó el otro día. No sé si conoces mi barrio. A dos casas de mi portal, hay una familia que tiene una hija con discapacidad mental. Anabel o, como la llamamos en el barrio, la chiquilla. Hace dos domingos, sobre las diez y media de la mañana, Anabel comenzó a gritar. He de decirte que todavía íbamos en pijama. A todos nos pareció de lo más normal. No es la primera vez. Ella lleva en el barrio los casi cincuenta años que tiene. Entre semana, está interna en un centro, porque sus padres (ya que tiene la suerte de tener a los dos) son demasiado mayores ya para atenderla… pero ella vuelve cada sábado por la mañana para pasar el fin de semana en casa.
  • Me gustaría que vieras con qué ojillos esperan a su niña. Hace dos domingos, a una señorita que vive en su mismo edificio, no le pareció adecuado que Anabel tuviera ese ataque. Abrió persiana y ventana de muy malos modos, en el silencio apacible de la normalidad de nuestro barrio los domingos por la mañana y comenzó a imitarla, mofándose. Cruel. Aurora y yo escuchábamos todo desde el salón. No dábamos crédito. Anabel se calmó. Yo, con un mal presentimiento, entré a la ducha. Al salir encontré que Aurora había salido a la calle. Bajé rápidamente y solo acerté a ver alejarse la parte trasera de la ambulancia.
  • Encontré a Aurora en pijama, consolando a los dos ancianos. Desencajados. Rotos. Según me intentaba explicar la mujer, «su nena no está bien y, a veces, le dan estos ataques… pero ella no es mala y se la llevan…» … ¡por supuesto que no es mala! La señorita del tercero decidió no tener la paciencia adecuada con Anabel y privar a dos ancianos, a través de una llamada telefónica a la policía, de la alegría de comer un domingo más con su hija. Luego supe que, después de llamar y burlarse de nuevo, salió de su casa corriendo, antes de que llegara la ambulancia. Tiró la piedra y escondió la mano.
  • … es fuerte, Avelino… yo…
  • ¿Sabes lo peor, Sebastián? Que lo que te he contado es cierto. Como te he dicho, Germán está totalmente capacitado para su trabajo y no, no te puedo ayudar con lo de tu suegra: es él quien te tiene que dar cita para tramitar el certificado de empadronamiento. Así pues, tendrás que entenderte con él. Hazlo. Sé paciente. Dale la oportunidad que merece y, estoy seguro, de que no te sentirás defraudado.
  • Lo haré. Gracias.
  • Cuídate, Sebastián.

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